El banderillero más gordo del toreo

Dom, 23/01/2011 - 13:00
Al lado de un campo de tejo, nació hace 39 años Hernando Franco, el único torero gordo de Colombia, experto en clavar banderillas al lomo del toro con sus 102 kilos de peso. Su mamá, Luz Marina, n
Al lado de un campo de tejo, nació hace 39 años Hernando Franco, el único torero gordo de Colombia, experto en clavar banderillas al lomo del toro con sus 102 kilos de peso. Su mamá, Luz Marina, no alcanzó a ser sacada para que  “El Gordo Franco”  naciera en un hospital. Antes de cumplir seis años, Franco, el menor de cuatro hermanos, entró a la Plaza de Toros La Santa María por primera vez. De la mano de su abuela Feliciana, quien era la barrendera del ruedo y las gradas de la Santamaría. A su abuelo, Marco Antonio Prieto, aunque era miembro del sindicato y el conserje de la plaza, no le gustaba que Franco se acercara mucho al ruedo por miedo a que algún caballo lo golpeara. Cuando los abuelos de Franco no iban a la Santamaría a trabajar, él se escapaba para ver entrenar a los toreros de la temporada y a los aficionados que recibían clases.  En una de sus visitas clandestinas a la plaza de toros, Franco conoció a quien hoy considera su padrino en el arte del toreo, Hernando Quintero, más conocido como “El solo”, quien lo dejó tocar un capote por primera vez y pisar el ruedo para aprender a torear. Aunque aún era un niño y no se tomaba en serio lo de ser torero, era lo que más le gustaba. En 1984, Franco le pegó un par de lances a la vaca de tan buena manera que su padrino, “El solo”, logró que le permitieran torear con una muleta. Esa fue su primera vez, y la que marcó su vida en el ruedo. Desde entonces, el gusanillo en su corazón ‒como llama Franco a su afición por los toros‒ no dio espera y el gordo empezó un recorrido por las plazas de los pueblos donde hizo un nombre como novillero. Cansado de vivir en la pobreza y de ver luchar a su mamá sola con cuatro hijos ‒su papá los dejó cuando él tenía tres años‒, Franco se fue de la casa a formar un hogar con una mujer a quien conoció en el colegio Policarpa Salvarrieta, cuando ella tenía quince años. Franco y su mujer fueron a parar a la casa de una tía. En un cuarto de menos de dos metros cuadrados, dormían sobre los capotes que él usó durante cuatro años seguidos. Allí concibió a su hijo mayor, Johan Hernando, quien según él le trajo la suerte a su vida. Franco, que en ese entonces aún era novillero, comenzó a ganar $200.000 por cada corrida de provincia. Su situación económica empezó a componerse. Con un deseo inmenso de salir adelante en el toreo, Franco se fue a España sin papeles con la ayuda de un hacendado español llamado Felipe Garrillo. Se conocieron en una finca del municipio de Mosquera y se lo llevó a un pueblo de España, Brunetes, a la hacienda La Pellejera. Allí aprendió a esterilizar úteros, a alimentar toros y a cercar parcelas. Pero su sueño del toreo se esfumaba. Cuando Franco necesitaba más que nunca que alguien le diera una mano, a seis mil kilómetros de distancia de su hogar, apareció en su vida el matador Jaime González “El Puno”, el padrino de su hijo. Franco le pidió ayuda y “El Puno” no dudó en ayudarlo. La única condición que le puso fue que volviera al ruedo en Colombia como banderillero. Al día siguiente se afilió a la Unión de Subalternos de Colombia, luego de retirarse de la Unión de Matadores de Toros. El día que consolidó su carrera de banderillero, en 2002, en la ciudad de Medellín, sorprendió con su precisión al clavar cuatro pares de banderillas en el morrillo de los toros. Pero al día siguiente recibió, en el mismo ruedo, una grave cornada que lo dejó en cama por seis meses. A pesar de tener nueve cornadas en su cuerpo, su carrera no se ha detenido. Franco es el único subalterno que en el ruedo ha llegado a quitarle protagonismo a muchos de los más importantes toreros del mundo. Cuando sale a pisar la arenilla para ofrecer su espectáculo, la tribuna se alza en aplausos y gritos. “Gordo, gordo”, le gritan los aficionados de la fiesta brava, sin saber que minutos antes Franco ha protagonizado todo un ritual religioso. El banderillero siempre cose con hilo un Cristo a su corbatín. Cuando llega a la plaza, casi siempre una hora antes de que empiece la corrida, entra a la capilla y se arrodilla ante la virgen de la Macarena, su patrona. Se da la bendición y antes de que sus baletas toquen la parte media del ruedo, hace tres cruces con los pies y la echa para atrás, como un gato que escarba la arena. El gato más gordo que haya pisado la Plaza de Toros La Santa María.
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