El indígena amenazado por proteger los bosques en México

Mar, 09/07/2019 - 05:47
El fin de semana, cuando el sol asomaba sus primeros rayos entre los frondosos pinos y oyameles de la comunidad indígena de San Juan Atzingo, Ildefonso Zamora despertaba a sus hijos Aldo, de 10 años
El fin de semana, cuando el sol asomaba sus primeros rayos entre los frondosos pinos y oyameles de la comunidad indígena de San Juan Atzingo, Ildefonso Zamora despertaba a sus hijos Aldo, de 10 años, y Misael, de 5 años, para enseñarles paso a paso la costumbre de la etnia Tlahuica: proteger los bosques. Ambos se levantaban con los bostezos de flojera de cualquier niño, para hacer los preparativos. Ildefonso tomaba los ayates, una especie de costal utilizado en la recolección de cosechas, donde colocaba pequeños pinos del tamaño de 30 centímetros, para que después sus hijos lo imitaran. Después los acomodaban, junto con su comida y agua, en caballos viejos y desnutridos, síntoma de la pobreza en la comunidad ubicada en el municipio de Ocuilán, Estado de México, para emprender su camino hacia un antiguo terreno del papá de Ildefonso, quien hacía las cepas con un azadón, al tiempo que Aldo y Misael plantaban los árboles, y luego, semana tras semana, cuidarlos como si se trataran de hijos. Lea también: Cuatro hijos y cuatro despedidas en la olvidada Soacha Lea aquí: La desmesurada historia de un asesino a sueldo Ildefonso no sólo se los enseñaba como parte de las costumbres y la subsistencia del pueblo, sino porque, para ese momento, él avizoraba la amenaza de la tala ilegal de quienes llegaban a depredar ese bosque de coníferas, perteneciente a la región de la Laguna de Zempoala, una de las 15 regiones más críticas del tráfico de madera en México. Al paso de los años, creció ese delito ambiental e Ildefonso organizó al pueblo de San Juan Atzingo, localizado a unas dos horas de Ciudad de México, con el fin de reforestar colectivamente, presentar denuncias ante las autoridades, protestar de la mano de organizaciones y preservar las áreas verdes. Cada una de esas acciones, las cuales trastocaban intereses privados, desencadenó operativos y detenciones, y al mismo tiempo, se tradujeron en represalias para Ildefonso y su familia, entre las que se encuentran, según la asociación Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, amenazas de muerte, el asesinato de Aldo, la cárcel injusta que purgó Ildefonso y una acusación sin evidencias sólidas que sostiene la fiscalía contra Misael. “Todo nace hace 20 años con la labor que inicia mi papá y le agarraron coraje. Ahora es un hostigamiento sistemático”, según cuenta Misael, en entrevista con la Agencia Anadolu, quien ha seguido las enseñanzas de Ildefonso -actualmente enfermo-, mediante el contagio a las generaciones de niños para proteger los bosques tlahuicas. [single-related post_id="1108926"] El caso de la familia Zamora forma parte de la violencia sistemática contra defensoras y defensores ambientales: tan sólo en 2018 hubo 49 ataques y 21 asesinatos, de acuerdo con el “Informe sobre la Situación de las personas defensoras de los derechos humanos ambientales”, del Centro Mexicano de Derecho Ambiental (Cemda). Aunado a ello, lo más grave se acrecienta cuando el Senado en la administración de Andrés Manuel López Obrador no ha ratificado el Acuerdo de Escazú, el cual se basa en la transparencia y acceso a la justicia ambiental, así como a la protección de los defensores como Ildefonso y su familia que defienden el territorio en el país. De hecho, el pasado 25 de abril, la Cepal instó a los países faltantes a ratificar prontamente. Represalias Dos décadas atrás, la labor de Ildefonso empezó con la reforestación de los bosques -compuestos por encinos, fresnos, cedros, madroños, ahíles y matorrales- en San Juan Atzingo, donde comenzó a ver que la madera era preciada por talamontes. La localidad está cerca de la zona de las Lagunas de Zempoala, donde en 1998 Ildefonso y la comunidad denunciaron por primera vez a los taladores ilegales ante la ya extinta Procuraduría General de la República. De acuerdo con una ficha técnica entregada por la abogada Gabriela Rodríguez, del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez, quien lleva la defensa de la familia, “esta acción marcaría el inicio de una larga historia de lucha”. Dos años después, Ildefonso y los comuneros continuaron solicitudes de vigilancia de los bosques. “Con el paso del tiempo se nota la presencia de mucha tala, se estaba disparando del tamaño de una plaga, llegaban a devastar de 300 a 500 árboles diarios”, cuenta Misael. En 2004, cuando Aldo y Misael se integran como voluntarios de Greenpeace, empiezan los primeros operativos de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, y en 2005, Aldo documentó con fotografías y videos a los taladores ilegales. Un año más tarde, se realiza una marcha multitudinaria donde Ildefonso recibe la mayor de las amenazas de muerte: “Tienes tus días contados. Si no le bajas te vamos a dar donde más te duele”. Para 2007 se cumple la amenaza. Los hermanos Zamora fueron emboscados, y durante las detonaciones de las armas de fuego murió Aldo y Misael quedó herido de un pulmón. Según Misael, después del asesinato de su hermano, se dieron más operativos y detenciones en contra de taladores ilegales, y la tala se redujo en un 85%. “Perdimos algo que jamás íbamos a recuperar que era la muerte de mi hermano, pero tuvimos tranquilidad y resignación de que su muerte no fue en vano y se empezó a lograr más”. Fue en ese mismo año cuando el Gobierno mexicano le entregó a la comunidad de San Juan Atzingo la mención honorífica del Premio al Mérito Ecológico. Durante el evento, Ildefonso, quien era presidente de bienes comunales, exigió justicia para su hijo Aldo. “Nunca nos imaginamos que la verdadera desgracia apenas venía”, narra en entrevista Misael, ya que su padre sería acusado en noviembre del 2015 de un delito inventado, por lo que el Gobierno del Estado de México le dictó prisión preventiva hasta agosto de 2016. En ese tiempo, Amnistía Internacional lo denominó “Preso de consciencia”. Al final la autoridad fue desnudada con pruebas inventadas. Eso mismo está sucediendo actualmente en el caso de Misael, a quien acusan por un delito ambiental sin que hasta el momento la Fiscalía presente evidencias sólidas. La defensa, representada por la abogada Rodríguez del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez A.C., apunta en entrevista que fue detenido ilegalmente, incomunicado, y además negaron información a su familia. Por otro lado, como en el caso de su padre, considera que hubo una violación a su presunción de inocencia, debido a que el juez valoró como “elementos suficientes” las pruebas que presentó la fiscalía para seguir su proceso, las cuales se basan en el testimonio de policías y militares, así como de un perito cuya valoración va más allá de sus facultades. A pesar de que la asociación presentó pruebas que acreditan la inocencia, el juez las desestimó, y Misael lleva su proceso en libertad, bajo condición de pasar lista cada lunes, y de que pueda ser aprehendido en cualquier momento. Guardianes A los tlahuicas los enseñan desde niños a tener un vínculo cercano con los bosques. Cuidarlos frente a cualquier adversidad y no dejar que se enfermen durante su crecimiento. Por eso, los comuneros aprenden desde muy temprana edad a combatir incendios, realizar brechas cortafuego, recoger abono, reforestar, y limpiar la mala yerba. Misael, como otros indígenas tlahuicas, la mayoría dedicados a actividades campesinas y de invernaderos, sembraron desde niños pequeños árboles que hoy conforman grandes bosques “como en los cuentos de hadas”, dice. [single-related post_id="413326"] Un ejemplo de ello es el bosque El Jaral -al que valora como la labor más grande de su papá-, debido a que comenzó siendo un lugar hecho cenizas. “Era literalmente un desierto lleno de cenizas. Mi papá inicia una intensa labor de reforestación, se plantaron millones de árboles con el respaldo del pueblo de San Juan, se metían jornadas de trabajo largas durante toda la semana, no había descanso, no había sueldo”. Por todos estos años de lucha ambiental, expresa que se siente coraje cuando cortan árboles que tardaron décadas en erigirse. Cuenta que antes sólo lo hacían por el gusto y la costumbre, sin embargo, ahora es una necesidad debido a las depredaciones. Por ejemplo, este año tienen programado sembrar 2,000 árboles. “Nuestro oficio es cuidar los bosques”, dice. Los mejores momentos en los bosques los rememora con su padre Ildefonso, y especialmente con su fallecido hermano Aldo, quien era un líder brigadista que siempre iba con diferentes comitivas a vigilar los bosques, al tiempo que hacía bromas o cantaba en voz alta. “Yo nada más esperaba que amaneciera para irnos al bosque a trabajar, Aldo tenía esa facilidad de hacernos sentir esa armonía en el bosque, haciéndonos reír todo el tiempo. Y cuando algo no estaba bien hecho, nos regañaba, más a mí como hermano de menor”, señala entre risas, pues ahora él hace lo mismo con las generaciones de niños tlahuicas. La voz de Misael tiene un dejo de tristeza cuando vienen esas escenas a su mente. Todavía recuerda los fines de semana en que los despertaba su papá para ir a reforestar; se la pasaban trabajando, y cuando caía la lluvia, los tres tomaban un cobertor de nylon para protegerse. Suspira durante la conversación y dice: “Me gustaría volver a vivirlo”.
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