En 60 días se convirtió en mula

Mar, 19/03/2013 - 16:31
–Cometí el peor error de mi vida… –dice Andrea, de 34 años, llevándose ambas manos a la cara y mirando hacia el suelo.

Cuando tenía 20 años se fue de Pereira con sus dos hijas a vivir a
–Cometí el peor error de mi vida… –dice Andrea, de 34 años, llevándose ambas manos a la cara y mirando hacia el suelo. Cuando tenía 20 años se fue de Pereira con sus dos hijas a vivir a Bilbao, España. Allí conoció al hombre que sería el papá de su tercer hijo, un niño. Vivieron precariamente pero sin que nada les faltara hasta que por andar manejando borracho, sin pase y sin seguro al hombre lo metieron a la cárcel. Andrea, que no tenía trabajo, quedó a cargo de sus tres hijos. Luego de dos meses de no haber pagado el alquiler, Mariluz, una amiga colombiana, le presentó a Margarita, una caleña muy elegante que conseguía mujeres para que fueran mulas. Margarita le prestó 2.500 euros para pagar la renta y salir de apuros. En pocos días se volvieron muy amigas, Margarita visitaba a Andrea en su casa casi a diario. Le regaló ropa y le llevó mercado hasta cuando Andrea estuvo muy endeudada con ella y entonces la mujer le ofreció llevar droga de Colombia a España. Andrea se negó rotundamente. Le daba pánico la idea de pasar tiempo en una cárcel, pero Margarita le aseguró que ese no era un riesgo pues la droga iba muy bien empacada, la policía de los aeropuertos de Colombia y España estaba comprada, y en el caso de que la atraparan, ellos tenían abogados que la sacarían de la cárcel. Leyla Andrea Arboleda, Kienyke Sus hermanas le mandan dinero y productos de aseo personal. La única persona que la visita en el Buen Pastor es su madre. Hacía ya seis años que Andrea no veía a su mamá, que vivía en Pereira. Ese fue el argumento que Margarita utilizó para convencerla y le ofreció 8.000 euros por traer un kilo de cocaína. Para entonces, dos meses luego de haberse conocido, Andrea ya le debía 3.000 euros y debió aceptar su oferta. Al día siguiente le entregaron sus pasajes por Avianca. Volaría de Madrid a Bogotá, luego de Bogotá a Pereira, donde estaría 12 días con su familia, y finalmente Bogotá-Madrid, su destino final. Dejó a sus hijos con Mariluz y le prometió volver en 12 días. Mariluz le insistió que no debía hacerlo y ante la negativa de su amiga, le aconsejó que una vez  tuviera la maleta cargada de droga en su poder,  la pinchara por todas partes con una aguja para ver si salían nubes de polvo blanco. Entonces sabría que la cocaína iba mal empacada. Andrea pagó la renta de un mes y se fue para Colombia. En el aeropuerto El Dorado, en Bogotá, la esperaban dos hombres con un cartel con su nombre y apellido. Así supo que se trataba de los contactos de Margarita. Le dijeron que se llamaban Jimmy y Carlos, y a Andrea ambos le parecieron unos malandros mal vestidos y con mala cara. Le produjeron mucho miedo e inseguridad, y no estuvo tranquila hasta que no habló con Margarita y entonces obedeció sus órdenes. Se subió a un taxi que la llevó a una casa en Bosa, El Recreo, en Bogotá. Ambos hombres se subieron a un carro gris del cual a Andrea nunca se le ocurrió anotar las placas. Llegaron a una casa que aún se encontraba en obra gris y donde los recibió una mujer muy gorda y de mal aspecto, la encargada de cocinar y cuidar la casa. Una vez adentro de la vivienda a Andrea le llamó la atención la cantidad de maletas que había allí. Jimmy y Carlos se sentaron con ella y otras 3 mujeres que también viajarían y les dieron las instrucciones necesarias: debían relajarse y mostrarse tranquilas, por lo que no debían fumar. En caso de que cayeran, debían decir que no conocían a nadie, que nunca habían visto a nadie, y les aseguraron que sus abogados las ayudarían. A manera de amenaza les advirtieron que conocían a sus familias y sabían dónde ubicarlas. Esa noche Andrea habló por celular con sus amigas en España y solo durmió una hora pues su vuelo a Pereira salía en la madrugada. Llegó a la casa de su madre sin anunciarse y debió convencer a la mujer de que todo estaba bien y le dijo que estaba en Pereira para sacar los papeles necesarios para casarse en España. Durante esos días comenzaba la serie de RCN protagonizada por Margarita Rosa de Francisco, “Correo de inocentes”, y su madre no dejó de comentar lo bruta que era la gente que se prestaba para ser mula. Mientras Andrea oía a su madre pensó que ella estaría bien, pues Dios, quien sabía que tenía tres hijos, la estaba cuidando. Sabía que lo que estaba por hacer era ilegal, pero prefirió no pensar en ello. Los últimos 4 días de su estadía en Pereira fueron nefastos. No pudo dormir, ni comer y no hizo más que fumar. Estaba muy nerviosa y aún más asustada, pero siguió negando que le pasara algo ante la insistencia de sus hermanas. El sábado 16 de julio de 2011, el día de su viaje, Margarita la llamó a las 4:30 de la mañana a decirle que no se olvidara del vuelo y a recordarle que ellos se habían quedado con su pasaporte en Bogotá, para que no se desapareciera. Andrea se asustó mucho y le dijo que no quería viajar. –Andrea, si usted no viaja el problema es suyo. Me debe 15 millones de pesos. Tómese 4 aromáticas y no se preocupe –le respondió Margarita con total tranquilidad y en control de la situación. Salió de Pereira rumbo a Bogotá donde la recogió Jimmy y volvió a llevarla a la casa en Bosa. Allí le mostraron las dos maletas que llevaría, eran enormes y Andrea, que aún tenía su propia maleta llena de ropa, preguntó por qué eran tan grandes. –Es para que viaje más tranquila. Para que esté más relajada. No se preocupe. Andrea no hizo más preguntas y Jimmy le mostró dónde iría el kilo de cocaína que transportaría, a los costados de la maleta, medio kilo en cada una. Luego repartió su ropa entre ambas maletas y las cerró con un candado del cual no le dio la llave y ella no pudo volver a abrir. Una vez en el aeropuerto, Jimmy levantó ambas maletas sin dejar que Andrea lo hiciera, y fue él mismo quien las pesó haciendo el check-in en el mostrador de Avianca. En algún momento en que el hombre se descuidó, Andrea levantó una de las maletas y se sorprendió al advertir que el peso era demasiado para la ropa y el kilo de droga que llevaba. Jimmy se fue y Andrea subió al segundo piso del aeropuerto, se sentó en una cafetería y ordenó una aromática que se tomó mientras fumaba un cigarrillo detrás de otro. Estaba muy nerviosa y comenzó a sudar, entonces se metió a la capilla y comenzó a orar y a llorar. Aún le pedía a Dios que la cuidara y no permitiera que nada malo le pasara. Y continuó fumando casi desesperada. A las 5 de la mañana pasó a inmigración y se sentó en la sala de espera para volar a las 9:35 a.m. Mientras estaba haciendo la fila para abordar el avión se dio cuenta de que dos policías la estaban mirando pero intentó disimular sus nervios. Las azafatas la requisaron y revisaron su maleta de mano. Entonces ambos oficiales se le acercaron y le dijeron que necesitaban hacerle unas placas para saber si llevaba droga en el estómago. –¿Lleva droga en algún lado?  –le preguntaron. –No señor, –contestó Andrea sintiendo que no mentía. Entonces la dejaron pasar y Andrea se sentó en el asiento que le habían reservado en primera clase. A los 5 minutos los dos policías entraron al avión buscándola. –Andrea Arboleda, coja la maleta de mano y acompáñenos –dijo uno de los oficiales muy serio. La azafata les advirtió que Andrea no podía salir pues el avión ya iba a despegar y los oficiales le dijeron: –Ella no viaja. En ese momento a Andrea se le llenó el cuerpo de pánico. Sentía que se le paraba el corazón, tenía taquicardia. Supo que ya no tenía salida. Entonces salió del avión escoltada por ambos hombres hacia donde estaban sus maletas, a las que pincharon por todos lados dejando así salir polvo blanco de absolutamente todos los lados por donde entró la aguja. –¿Esas maletas son suyas? –preguntaron los oficiales. –Sí –respondió Andrea vencida. Sabía que ya no había vuelta atrás y nunca consideró mentir. –¿Sabía que llevaban droga? –Sí. Le tomaron las huellas digitales y le dijeron que iría a una audiencia y luego a la cárcel de mujeres el Buen Pastor. Andrea no paraba de llorar. Le pidieron que llamara a la persona que la había llevado al aeropuerto, y cuando llamó a Jimmy tenía el celular apagado. Entonces le marcó a Margarita con la policía al lado. –Margarita, –le dijo Andrea llorando desconsolada. –Me cogió la Policía... –¡Usted sí es mucha estúpida! –Le respondió la mujer y colgó el teléfono para no responderlo nunca más. Entendiendo que nadie la ayudaría, Andrea llamó a una de sus hermanas, quien cogió el primer vuelo y llegó a Bogotá a la mañana siguiente con un abogado. Ese sábado, Andrea durmió en un calabozo de la Unidad de Reacción Inmediata, URI, cerca al aeropuerto. A las 10 de la noche del domingo tuvo la audiencia. Aceptó los cargos en contra de la voluntad del abogado, pensando que así le iría mejor, pues con ello le reducían la condena que de otro modo hubiera sido de 21 años. Llevar más de 5 kilos de droga es considerado narcotráfico, que fue lo que le explicaron en la URI y el motivo por el que le recomendaron aceptar los cargos. El lunes la recogió el INPEC y la llevó al Buen Pastor. Cuatro días más tarde logró comunicarse con su amiga Mariluz, quien le estaba cuidando a sus hijos. Mariluz, la misma que le había presentado a Margarita, la regañó y le dijo que se lo había advertido. Al tiempo que Andrea entraba al Buen Pastor, su marido recibía libertad condicional, por lo que salía de la cárcel durante el día y debía volver por la noche a prisión. Los hijos de Andrea, de ese momento en adelante, serían cuidados por parientes cercanos de ella y su esposo. Veinte meses más tarde, Andrea continúa llamando a su hijo todos los días, pero su relación con su marido se acabó. Aún le quedan 3 años de prisión. No le gusta que sus hijas la visiten en la cárcel, y dice que la única que la visita es su mamá. Leila Andrea Arboleda, Kienyke Andrea asume su error y no está de acuerdo con el Juez que le dijo que era una mala madre y un peligro para la sociedad. La relación con su hijo es complicada, pues el niño tenía solo 2 años cuando ella se fue y ahora le dice que ella no lo quiere porque lo dejó solo. –Cada día que paso acá sé que estoy pagando mi error. Las malas amistades hacen que uno llegue a meterse en ese mundo. Andrea cuenta su historia como si narrara una película de la cual no es protagonista. Tiene el pelo teñido de rubio, alisado, las uñas de las manos pintadas y las cejas depiladas. Impávida, sentada en una silla Rimax blanca, no comenzará a llorar hasta que revele que aún le quedan tres años en la cárcel, tres años sin ver a sus hijos.
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