En la intimidad de una Drag queen

Vie, 30/09/2011 - 14:00
Justo pegado a la cama de Gilberto José Williams hay un maniquí llamado Milagros con peluca negra y gafas de marco grande tipo Jackie OHH. En ocasiones, cu

Justo pegado a la cama de Gilberto José Williams hay un maniquí llamado Milagros con peluca negra y gafas de marco grande tipo Jackie OHH. En ocasiones, cuando llega pasado de tragos luego de una noche de aplausos y éxtasis, Williams se aferra a él para contarle sus alegrías, pero también sus despechos. Cuando no le habla al maniquí, ronronea con Luna, la gata “mitad simaesa mitad cualquier cosa”, que acompaña su soledad desde hace dos años.

Williams vive en una amplia habitación con ventanales enfrentados  a los cerros orientales, en un edificio de mediados de siglo pasado distribuido hoy en cómodos apartaestudios donde, casi en su totalidad, habitan homosexuales. Cinco pisos debajo de su apartamento, Chapinero bulle de día. Gente que va y viene en pos del comercio. El griterío alcanza a colarse por las ventanas de Williams.

De noche, en cambio, es igual: a breve espacio, mariachis y vallenateros ofrecen sus servicios hasta bien entrado el amanecer. Un par de cuadras al norte, como si se tratara de un resguardo indígena, están los límites del Chueca bogotano, con cientos de bares, videos y discotecas liderados por Theatrón, el emporio que recoge ocho espacios diferentes en una misma construcción con capacidad para diez mil personas.

http://www.youtube.com/watch?v=Daa7DUUN24M

Theatrón antes fue el cine Metro Riviera. Hoy es el escenario donde un par de noches al mes brilla con luz propia Gilberto Williams encarnando el papel que le ha dado fama en la noche bogotana: Gigi. Gilberto canta también en Vinacure, una discoteca donde tiempo atrás funcionó otro cine.

Gigi y Gilberto comparten un mismo cuerpo: huesudo, de piernas largas  torneadas en el gimnasio cada mañana, uno ochenta y cinco de estatura,  ojos azulados y rostro anguloso. En realidad, es lo único que comparten. De resto, Gigi es lo opuesto de Gilberto: viste falda, usa tacones y no sale nunca de casa sin llevar peluca.

De hecho, la plancha que guarda en su closet no la usa para desarrugar su ropa sino para dar forma a sus pelucas, que un día son largas y lisas y, otro, cortas y acaracoladas. “La mejor herramienta de una drag es un pote de aerosol”, cuenta entre risas antes de mostrar un par de zapatos que cambian de rojo a verde según la ocasión. Según dice, “lo corriente es que la falda de hoy se convierta en la blusa de mañana”. Esta capacidad creativa es uno de los dos rasgos que vertebra a las drag queens.

Lo dice Reinaldo Arenas en su libro Antes que anochezca: cuando Fidel Castro lo confinó en una cárcel por cuenta de su visible homosexualidad, el goce supremo lo encontraba cuando se travestía. Ante la carencia de vestuario, echaba mano de lo que tenía a la mano: una sabana bastaba para ser hoy la reina de los franceses y, mañana, una cortesana romana; y la cal que arrancaba de las paredes era suficiente para maquillarse contra ese régimen que nunca pudo arrebatarle la mujer que había en su esencia.

http://www.youtube.com/watch?v=m1s22yGb0Do

Es lo que han hecho las drag queens desde que salieron a escena en el Londres de los sesenta: reinventarse con un par de cinceladas. Leigh Bowery, el más reconocido entre los precursores, utilizó su cuerpo como herramienta critica en un momento de represión de las libertades individuales en la Gran Bretaña de la Thatcher. Muerto en 1994, su vestuario construido sobre la base de, literalmente, cualquier cosa, recorre, como arte, las más importantes salas los museos europeos.

De sus ápocas de quinceañera, Gigi guarda con precisión en su memoria aquel vestido de María Antonieta que cosió con decenas de bolsas negras de basura, imitando ese otro que lució Madonna en el video de la canción Frozen. Fue su primer show. Sucedió la noche inaugural de la discoteca de unos amigos en su Barranquilla natal.

Esa noche supo que quería ser una diva hasta el fin de sus días. “Lo que más recuerdo es la ansiedad antes del show. Llegué a pensar que el corazón se me saldría por la boca”, asegura con la mirada excitada bajo el marco rectangular de sus modernos lentes negros. “Cuando salí a escena, no me sentía Madonna: yo era Madonna. Tanto me lo creí, que durante mucho tiempo albergué la prepotencia propia de los aplausos”. A sus 33, asegura que de nuevo sus pies han vuelto a la tierra, aunque cuando asume el papel de diosa se sabe poderosa, realizada, tan distante como una estrella de su fanaticada.

http://www.youtube.com/watch?v=DyzWgzsW-nA

Gilberto Williams nació en el Barrio Abajo, el mismo de Edgar Rentería, el mismo en el que cada año muere la fiesta más grande de su ciudad. Pero Gigi no habla de los carnavales como influencia de su amor por los disfraces. Ni siquiera el de los cariocas le parece gran cosa. Desde niño, su visión volaba allende cualquier frontera: le llamaba la atención el suntuoso glamur de Las Vegas o el estilizado ballet de las moscovitas.

Cuando es Gilberto, no se muestra afeminado. Para nada. Pero hay quienes lo discriminan cuando saben que de noche él es ella. “Siempre hay gente con ganas de sabotear”, afirma con desdén, como restando importancia públicamente pero sumando dolores al recordar que, en ocasiones, algunas burlas son demasiado evidentes. “El machito es montador hasta que el cobarde lo deja”, ríe dejando claro que no está dispuesto a arquearle la espalda a cualquiera.

Por fortuna, las drag queens cuentan con el humor para subsistir. He aquí el otro rasgo que precisa su carácter: nacieron como una caricatura contra el prejuicio de que todo gay quiere ser mujer. De ahí la necesidad de burlarse de sí mismas exagerando la feminidad en el vestuario, el maquillaje o las pelucas.

http://www.youtube.com/watch?v=PXqNoKGVXks

Es por eso que cuando Gigi habla deja claro que su mundo es el de los confetis. “Yo vivo en halloween todo el año”, afirma con la misma sonoridad como cuando dice que luego de una noche de arduo trabajo, por más que ha sentido el aplauso y el amor de sus fanáticos, el mayor placer le llega en casa cuando se desmaquilla. “Me siento superliviano –cuenta-, especialmente cuando me quito las pestañas postizas: nadie sabe lo que pesa ese pegante sobre los parpados toda una noche”.

La queja no deja de ser eso pues, por más que pesen las pestañas, cada fin de semana, como si fuera una adicción, Gigi Williams vuelve a lo mismo: a encaramarse en tacones agujas de hasta veinte centímetros y salir a gozarse la vida de la forma que mejor sabe hacerlo: alegrando la de los demás. “Y despertándolos -dice-, pues mi trabajo también es una reacción para llamar la atención sobre aquello que muchos se niegan a ver”.

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