La segunda vida de Juan Gossaín

Vie, 28/01/2011 - 16:07
Fotos: Federico Ríos

Trece es el número de la suerte para los Gossaín: durante trece generaciones, Juan se llamó el primogénito de la familia. El duodécimo Juan Goss
Fotos: Federico Ríos Trece es el número de la suerte para los Gossaín: durante trece generaciones, Juan se llamó el primogénito de la familia. El duodécimo Juan Gossaín llegó del Líbano, atracó en las costas de Colombia y tuvo cinco hijos con una mujer treinta años menor que él. Una copia de la foto del pasaporte con el que entró al país a comienzos del siglo pasado reposa en la mesa de la sala del apartamento de Juan Gossaín, el décimo tercero, en el piso veintitrés de un edificio desde el que se ve la bahía de Cartagena. No le ha ido nada mal en la vida, pese a haber tomado el camino de herradura en lugar de la autopista para llegar a donde quería. O quizá fue por eso su éxito. El edificio donde vive es el único en la capital de Bolívar hecho por el arquitecto Rogelio Salmona, a quien Gossaín llama Rogelio a secas, porque Juan conoció a todos, desde Jerry Seinfeld hasta Jorge Luis Borges, Luis Carlos Galán y García Márquez, uno de sus amigos más cercanos. Es un hombre coherente en su discurso, y toda la vida ha aplicado sus afirmaciones, pero al mismo tiempo está lleno de contrastes: nunca quiso ser periodista pero ejerció el oficio durante cuarenta años; no le gusta oír radio, pero fue director nacional de noticias de RCN diario durante veintisiete, y viajar no lo seduce pero conoció el mundo entero, desde Estocolmo hasta el Medio Oriente, por cuenta de su oficio. La vida del hombre que durante tres décadas despertó a los colombianos con su voz ronca –producto de paquete y medio de cigarrillos diarios– es hoy un compendio de pequeños rituales que cumple al pie de la letra: ver el amanecer, escribir, almorzar, leer, resolver crucigramas, hacer caminatas, conversar con los amigos y amar a su esposa. La historia empieza en San Bernardo del Viento, Córdoba, donde nació hace 62 años, pero salta con rapidez a Cartagena, donde estudió en un internado desde los nueve hasta los diecisiete. A su regreso a San Bernardo se puso la meta de volver a vivir en Cartagena algún día, y así comenzó una historia que duró cuatro décadas y que ayudó a forjar las páginas más brillantes en la historia del periodismo colombiano. Desde su pueblo natal mandaba crónicas a El Espectador. Sus días transcurrían entre leer, escribir y jugar dominó. Juan Gossaín es un experto en el juego, tanto que afirma que sólo el boticario del pueblo podía ganarle. Un día llegó una carta del periódico ofreciéndole trabajo en Bogotá. Era 1971. De Bogotá pasó a Barranquilla, donde afirma haber pasado ocho de los mejores años de su vida como empleado de El Heraldo. Pese a tener un sinnúmero de muebles, sofás y sillones en su apartamento de Cartagena, se sienta siempre en el mismo, uno de cojín blanco que da a los edificio blancos del barrio Castillo Grande. No le gusta viajar, no le gusta cambiar de silla. Sentado sobre ella cuenta que Barranquilla es la ciudad del mundo donde un cronista puede encontrar más historias para contar. Fue de vuelta a Bogotá, donde se acentuó su gusto por el cigarrillo. Treinta de ellos al día no eran suficientes para estar delgado, porque una vida sedentaria frente al micrófono le hizo ganar más kilos de los que quería. El Gossaín de ayer hablaba por radio, se preocupaba del día a día, fumaba como loco y comía montones. El de hoy se fuma sólo diez cigarrillos, jura que va a dejar el hábito algún día, se preocupa por narrar historias no perecederas en papel y bajó más de diez kilos a fuerza de caminatas. Todos los días, a eso de las 5:30 p. m., se le puede ver acompañado de un amigo con el que recorre la bahía, mientras hace lo que más le gusta: contar historias. Ya sea hablada o escrita, lo más notorio en Juan Gossaín es su intenso deseo por narrar, no cuentos, sino la vida misma. Una charla breve con él puede durar horas, pero las horas pasan volando, porque es conversación de calidad, de alto vuelo, pero nada pretenciosa. Habla con la misma sencillez de la serie de televisión Los Simpson y de la obra de León Tolstoi, el mejor novelista de la historia en su opinión. En la misma bahía por la que camina, pero temprano en la mañana y desde las alturas, observa el amanecer. El Gossaín de hoy se toma su tiempo pero tiene todo cronometrado. Se despierta a las 4.30 a. m. y escribe en su estudio, pero a las 6:00 a. m. está en el balcón de la sala para ver el amanecer, que cumple puntual la cita diaria de las 6:05 a. m. Se queda allí hasta las 6.15 a. m. para cerciorar que en efecto el sol entra pleno a todo el apartamento, y cuando los muebles blancos se han vuelto naranja regresa a su estudio para escribir, “así no tenga nada que contar, lo más importante es la rutina”, dice. A la 1:30 p. m. almuerza, porque comer a la misma hora ha sido otra de las claves para bajar de peso. Duerme una hora de siesta y dedica la tarde a leer o resolver crucigramas, actividades que le permiten tener la mente en forma. De 5:30 p. m. a 6:30 p. m. la caminata infaltable, luego una ducha y más lectura, o una película junto a Margot, su esposa. Hitchcock es su preferido, aunque alaba también las actuaciones de Morgan Freeman, por hablar de un actor vigente. Juan Gossaín no escribe los viernes, porque los viernes son para sus amigos, que conforman un quinteto inseparable que una vez por semana se reúne al medio día y se separa tarde en la noche después de haber comido, bebido y hablado hasta la saciedad. Son cinco y sólo cinco, muchos han querido entrar al círculo, siempre sin éxito. Nemesio Morad, Pedro Buelvas, Édgar Ricardo, Julián Janna y Gossaín. Juan Gossaín tiene en su biblioteca una colección de quince mil libros. ¿Sábados? Cada sábado a las 8.00 a. m. recibe la llamada de Carlos Ardila Lülle, quien le dice lo siguiente, siempre en idéntico orden: “Cuénteme de su vida, cómo ve las cosas y espere un momento que mi esposa lo quiere saludar”. Nadie en RCN quería que Juan se fuera, pero la relación se mantiene intacta, siempre en los mejores términos Dice que empezó a planear todo hace diez años. Se organizó para mudar todo poco a poco de Bogotá a Cartagena. Hace cuatro se produjo el salto. Su renuncia como director de RCN Radio se dio al aire el 30 de junio de 2010, día en que se vencía su contrato, y duró tres minutos. Cuenta que una vez terminado el programa de ese día apagó el computador y el celular y no los volvió a prender sino hasta una semana después. Su colega de toda la vida, Yamid Amat, consiguió el número de teléfono de su apartamento, pero aún así no logró una entrevista. Pocos saben que gracias a la tecnología Gossaín ya transmitía su programa desde Cartagena a partir de 2006. Desde entonces ha ido una sola vez a Bogotá –para presentar su novela La muerte de Bolatriste, en noviembre de 2010– y acaba de vender la casa que tenía en Santana, al norte de la capital. A punto de llegar a Cartagena están los doce mil libros que tenía allí, y que le harán compañía a los tres mil que reposan en las estanterías de su casa actual. Adora cada libro que tiene, pero atesora con especial cuidado su colección de diccionarios. Adorador del lenguaje como es, procura no pronunciar ningún vocablo sin saber qué significa ni de dónde viene. Tanto, que entre sus preferidos está uno llamado Diccionario de palabras que ya no se usan. Igual valor tienen dos de sus cuadros preferidos, un Rembrandt y un Dalí, comprados en Nueva York el primero, y el segundo en una subasta en la que sólo él participó. Por eso ganó, dice. Ambos los pagó a crédito, en no tan cómodas cuotas mensuales durante quince años. No tiene radio en su casa, no ve televisión hace quince años, nunca ha oído hablar a Francisco Santos, su sucesor en el programa matutino de RCN. Le importan las historias, no las noticias, y tiene clara la diferencia entre una cosa y la otra. No tiene razón aquel que inventó la frase que dice que la vida empieza a los cuarenta. De la vida y obra de Juan Gossaín se oye desde hace cuarenta años, pero su vida comenzó en realidad hace siete meses.
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