Los últimos minutos de McCartney en Colombia

Dom, 22/04/2012 - 11:30
La Policía lo cuidó y la Policía lo despidió. Mil trescientos uniformados se encargaron de que todo marchara bien en el concierto de la historia… o, por lo menos

La Policía lo cuidó y la Policía lo despidió. Mil trescientos uniformados se encargaron de que todo marchara bien en el concierto de la historia… o, por lo menos, de una bella historia: tener a un Beatle tocando y cantando en Colombia. Pero no fue sólo el operativo del jueves 19: el general Luis Eduardo Martínez, comandante de la Policía  Metropolitana de Bogotá, dispuso para él transporte blindado de la institución y un oficial de enlace, un conductor y otros policías bilingües para acompañar al hombre que llegó a Colombia, como reconoció en la entrevista radial con La W y Caracol Radio, sin saber nada de un país al que solo había visto en el mapamundi del colegio,  en el Liverpool de los años cincuenta.

Pasadas las 5:30 pm del viernes 20 de abril, la comitiva llegó al sitio donde aguardaba el avión privado de Paul McCartney (Gulfstream Aerospace GV matrícula HB-IMJ), y él se bajó con una sonrisa pintada en la boca. Quizás nadie se lo comentó, pero lo cierto es que nunca se había visto tan tranquilo a un Beatle en la pista de una base antinarcóticos, porque fue allí donde llegó, donde permaneció su avión durante las horas que estuvo en Colombia y donde lo abordó a los pocos minutos de bajarse del carro que lo trajo del JW Marriott.

Los perros que huelen la droga, después de hacer su tarea, habían sido retirados a prudente distancia, pues a McCartney le molesta ver animales con collares, sofás de cuero, puntas de anca, corridas de toros y gente que le pregunte más de la cuenta por la manera en que Michael Jackson le ganó la partida a la hora de comprar los derechos de las canciones de los Beatles.

Amable y cálido, le dio la mano a una docena de policiales, mujeres a la izquierda con el general Martínez, y hombres a la derecha, que le hicieron guardia de honor en la escalerilla. Siempre esquivando a su jefe de seguridad (un tipo de esos que desayunan con tachuelas y no se inmutan cuando las depositan en el sanitario), estaban Yesid Ávila y Diego Alejandro Aponte, los fotógrafos del histórico momento.

McCartney posó frente a los policías, dando a entender con movimientos en el aire que sostenía un bajo imaginario, mientras su esposa, Nancy Shevell, a paso de gacela, se subía al avión. Allí lo tenía todo dispuesto la auxiliar de vuelo, una rubia despampanante que dejó ver las piernas mientras limpiaba las copas del bar ubicado a la entrada del jet. Turno de subir para el piloto, del que algunos dijeron era alemán, y quien dio pruebas de ello: se agachó a quitar de la escalerilla un papelito del tamaño de una uña de bebé con el cuidado de quien retira una partícula radioactiva.

Terminadas las fotos, regaló un par de autógrafos más, uno de ellos a Gustavo Gómez, único periodista presente en la despedida de McCartney, y se subió, despidiéndose muchas veces. Ya sentado, le hicieron saber que, por discreto, el general Martínez no se había podido despedir de él y, tras unos minutos, McCartney se asomó a la puerta e invitó a subir al general.

De su bolsillo, McCartney sacó un parche de la Policía con la bandera de Colombia y se lo puso en el hombro, muy cerca de donde lo usan los uniformados, para tomarse un puñado de fotos con Martínez, el último colombiano con quien habló y se fotografió. Volvió al asiento y se despidió por la ventanilla de todos los policías que lo fotografiaban con sus cámaras.

Veinte minutos después, McCartney dejaba Colombia con rumbo a Brasil y terminaba así la primera visita de un Beatle al país, cincuenta años después de que el grupo publicara Love me do/P.S. I love you, su primer sencillo. A todo el mundo le quedó la impresión de que el ídolo es eso: un tipo sencillo.

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