“Starbucks parece una panadería de barrio bogotano”

Mar, 06/11/2012 - 09:03
Por Ana Carolina González

Entre un laberinto de calles cerradas, raíces de gigantescos árboles que el viento arrancó de la tierra y postes de luz caídos en las aceras, logro llegar a un café
Por Ana Carolina González Entre un laberinto de calles cerradas, raíces de gigantescos árboles que el viento arrancó de la tierra y postes de luz caídos en las aceras, logro llegar a un café de Starbucks. Llevaba cuatro días prácticamente encerrada en mi casa sin luz, sin Internet, sin televisión, sin señal de celular. Este lugar es como volver al mundo. Empiezan los días de invierno y no soy la única en busca de un café humante y de una fuente de energía para recargar lo básico: el computador y el celular. El lugar estará abierto solo por algunas horas y todos agradecen tanto una bebida caliente como la posibilidad de conectar sus equipos a los toma corrientes; es como si la “supervivencia” también dependiera de “dos rayitas” de carga en el celular. Alcanzo un “turno” y mientras mi computador revive me topo en el periódico con imágenes de destrucción que parecen sacadas de una película de ficción. Vengo frecuentemente a este café y este no es un día normal. Se percibe la necesidad de estar en contacto con otras personas después de días de angustia y oscuridad. Hoy no hay vanidad, la ropa de todos está arrugada. Este café mas bien parece un campamento de solidaridad; así como me cedieron un tomacorriente, ahora yo desconecto mi computador para que alguien más cargue el suyo. En ciudades como la mía, East Brunswick, en el estado de New Jersey, el frío del invierno llega cada vez con más fuerza pero las neveras se han descongelado y todas las familias han tenido que echar mano de los alimentos enlatados. Sin embargo, pienso que todo eso es una nimiedad teniendo en cuenta que en otros lugares hay muchas personas en casas de refugio, zonas donde la gente está llamando a las estaciones de radio para pedir agua y comida, y muchos otros afectados que deben de estar arrepentidos por no haber atendido a los llamados de evacuación hechos por el Gobierno. Se lamenta el exceso de confianza. Starbucks parece una panadería de barrio bogotano: los que comparten mesa se comentan sus experiencias sin luz ni teléfono mientras sigue la rotación de conexiones eléctricas y todos insisten en sus teléfonos hasta que las llamadas salen para contarles a los que están lejos que, al menos por esta área, todo va mejorando. Starbucks Los supermercados han empezado a abrir sus puertas, gracias al uso de generadores de energía. Resulta toda una experiencia andar a oscuras entre corredores de ropa, libros y productos de cocina. Los compradores se agolpan bajo la tenue iluminación de las secciones de baterías, alimentos no perecederos y agua. Otros sólo aprovechan el lugar como refugio y buscan conversar con alguien en las cafeterías, que siguen fuera de servicio pero ofrecen café de cortesía. Las tragedias nos devuelven cierto grado de humanidad. Starbucks anuncia que cerrará dentro de 30 minutos, los turnos en los  tomacorrientes se acortan. A algunos no les basta el teléfono y traen sus tabletas, portátiles y cualquier aparato de entretenimiento; humanoides en busca de energía para sobrevivir. Cuatro días después del paso del huracán, hay mucha gente saliendo a la calle. Una de mis vecinas, profesora retirada, sugiere hacer una fogata para tener algo de luz colectiva. A la mayoría de los que escuchan la idea les parece una desfachatez “por temas de seguridad”; a mí, en cambio, me parecía una oportunidad para contrarrestar la oscuridad de estos días. En cocinas alumbradas a la luz de una vela los vecinos intercambian platos de comida, agua y recetas de familia. La radio vuelve a ser el más valioso medio de información y distracción. He logrado cargar la mitad de la batería de mi celular. Camino a casa el tráfico es lento y me encuentro con filas de carros de hasta tres cuadras que intentan entrar a una de las pocas estaciones de gasolina abiertas. Han anunciado medidas para restringir el combustible. Aquí y allá están los vehículos de las empresas de energía, teléfono y cable; sus empleados trabajan sin descanso para que todo vuelva a la normalidad. Ruego porque encuentre luz al llegar a casa, pero los semáforos apagados unas cuadras antes me demuestran que no será así. Por fortuna la noche está estrellada.
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