Testigo de lo que ocurrió en Tiananmen

Mié, 04/06/2014 - 08:42
Al comenzar el mes de junio de 1989,  la ocupación de la plaza de Tiananmen por parte de los estudiantes de varias universidades chinas entraba en su segundo mes. Sin embargo, la suerte de los ocupa
Al comenzar el mes de junio de 1989,  la ocupación de la plaza de Tiananmen por parte de los estudiantes de varias universidades chinas entraba en su segundo mes. Sin embargo, la suerte de los ocupantes de la inmensa explanada en el centro de Pekín estaba echada. Yo era entonces corresponsal de Televisión Española, TVE, en Extremo Oriente y me había desplazado desde Manila a cubrir la visita a China de Mijail Gorbachov con un equipo llegado de Madrid con ese propósito, pero la situación en aquella plaza terminó siendo el mayor motivo de interés de ese desplazamiento. Aquella primavera concurrieron en China varios hechos que pusieron al régimen al borde del abismo y que para no precipitarse, lo obligaron a reprimir a sangre y fuego un movimiento popular espontáneo que hoy forma parte de la historia del país y ha dejado un icono como el de aquel hombre solitario frente a una columna de tanques, que perdurará para siempre. China vivía entonces un proceso de apertura económica iniciado por Deng Xiaoping en 1986, pero que supuso la aparición en la vida cotidiana de los chinos de un mal que golpeaba a la mayoría, la inflación;  y de una plaga que amenazaba con desestabilizar al partido Comunista, la corrupción. Todo empezó, como suele ocurrir tantas veces en la vida de las naciones, con un hecho inesperado, la muerte de Hu Yaobang, un nombre que apenas sonaba a los oídos occidentales pero que para los estudiantes de chinos era todo un símbolo. Hu Yaobang murió el 15 de abril de un ataque al corazón mientras asistía a una sesión del Comité Central del Partido Comunista. Tras sus funerales, los estudiantes vieron en aquellas manifestaciones colectivas de pesar, la oportunidad para hacer peticiones al gobierno de depuración en la cúpula del poder y liberalización del régimen; peticiones que, por supuesto, no fueron atendidas. En la agenda de las autoridades de Pekín estaba marcada,  para un mes más adelante, la llegada del líder soviético Mijail Gorbachov, un hecho mucho más que protocolario pues aquella visita supondría cerrar más de treinta años de desencuentros en los que no faltaron conflictos fronterizos y escaramuzas militares entre los dos gigantes comunistas. Y en el mes de mayo además , justamente el día 4, se cumplía el setenta aniversario de las protestas que cientos de miles de chinos desencadenaron por la ocupación japonesa de dos provincias del norte. Aquello solía conmemorarse cada año con manifestaciones nacionalistas por parte de los estudiantes, tradicionalmente a la vanguardia en China en este tipo de eventos. Aprovechando aquellas circunstancias y la presencia de miles de periodistas extranjeros en Pekín por la visita de Gorbachov, los estudiantes echaron un pulso al gobierno encabezado por presidente Li Peng, con el Secretario del Partido Comunista Zhao Ziyan por otra parte y, por encima de todos,  Deng Xiaoping, cabeza de la Comisión Militar y máximo líder chino. Los dos primeros representaban el ala conservadora y liberal respectivamente dentro del liderazgo del país. Prevaleció la primera con la anuencia de Deng, quien al final resultó ser el máximo responsable de cuanto ocurrió en Pekín en aquellos trágicos días. Durante varias semanas, los estudiantes pidieron que se les retirara el calificativo de anarquistas que les había dado el periódico oficial y reclamaron libertad de prensa y la dimisión de Li Peng. Fueron semanas de disturbios y ocupación de la plaza de Tiananmen y al comenzar el mes de junio, era imposible diferenciar entre los rumores y la realidad, saber qué ocurría al interior del gobierno o qué harían los estudiantes en su escalada de protestas apoyadas por un amplio sector de la población. Pero el día 3 se presentía la tragedia, la brigada 38 del ejército estaba ya dentro de Pekín y se hablaba de heridos e incluso de muertos fuera de la plaza. Tiananmen estaba a reventar no solo de estudiantes sino de gente común que llegaba a apoyar a los universitarios. A media tarde, un chico apareció de repente con su camisa ensangrentada y con un casco de soldado en la mano que no se sabía bien de dónde había sacado. Helicópteros militares sobrevolaban el cielo de la capital encapotado y gris al atardecer. Reinaban el miedo, el desconcierto y la confusión. Como se hacía tarde para enviar desde el hotel una crónica telefónica a Madrid, el cámara José Luis Márquez, su ayudante de sonido Fermín Rodríguez  y yo tomamos un taxi y fuimos hacia el hotel Sheraton, en donde nos hospedábamos, poco antes de las siete de la tarde. Subí a mi habitación a escribir y puse la radio y la televisión queriendo obtener por aquellos medios algo de información complementaria al caos que reinaba fuera. Una crónica telefónica era lo máximo que podía enviar porque las comunicaciones de China por satélite con el resto del mundo habían sido cortadas por el gobierno. El ejército había llegado a los alrededores de Tianamen y bloqueaba los ingresos a la plaza. Según la radio sobre las 9:30 de la noche, toda la prensa había sido desalojada. Siempre he creído recordar que el último medio en abandonar la plaza por orden del gobierno fue CBS radio. En todo caso, aquella noche sí, después de trece días de promulgada la ley marcial que prohibía la ocupación de la plaza y la actividad de los periodistas en su interior, el gobierno había decidido imponer sus artículos. Llamé a Madrid, grabé la crónica telefónica, lo único que podía hacer en aquellas circunstancias, y me puse a considerar qué seguía de ahí en adelante. Mis dos compañeros estaban en sus habitaciones dos pisos más abajo, el productor Santiago de Arribas no se encontraba en el hotel y no sabía su paradero. Tampoco teníamos un transporte para intentar movernos por la ciudad.  Para colmo de males la relación con el cámara Márquez era desastrosa y Madrid, al término de la visita de Gorbachov, había decidido regresar a España los equipos de edición; con lo cual estaba “a ciegas” para visionar material o editar. Tampoco tenía la confianza del director de Informativos, Diego Carcedo, con apenas unos meses en el cargo, para mejorar aquella situación. De hecho, me “premió” después de la labor en China cesándome como corresponsal y cerrando la corresponsalía en Extremo Oriente, que yo había abierto por instrucciones de la anterior directora general Pilar Miró. Pensaba en la precariedad de mis condiciones en comparación con los medios de otras grandes cadenas que se encontraban en Pekín en ese momento, cuando sonó el teléfono de mi habitación. Era Alicia, mi traductora de mandarín. Hablaba con voz agitada. “Están disparando balas de verdad, por la zona de las embajadas los tanques han matado y aplastado las bicicletas de la gente que cayó al suelo”, me dijo entre otras cosas. No recuerdo más de aquella conversación pero su información era lo suficientemente dramática para obligarme a hacer algo más que permanecer en la habitación. Bajé a la de Márquez, le conté lo que había oído de Alicia y le dije que se preparan para salir. Eran algo más de las 10:00 de la noche cuando bajamos al hall del hotel. El Sheraton Great Wall, al nordeste  de Pekín, era uno de los mejores hoteles de la ciudad por aquella época. Recuerdo que me impresionó la primera vez que ingresé en él, un año antes, comparándolo con lo precario y desastrado de los hoteles de otros países socialistas en donde había estado como los de Moscú o La Habana. Sus instalaciones nada tenían que envidiar a los grandes hoteles de capitales europeas o norteamericanas y, algo sorprendente, en sus alrededores no había gente esperando para hacer algún trapicheo o negocio con los clientes como en las capitales mencionadas. Cuando llegué aquella vez para el cubrimiento de la visita de Mijail Gorbachov a China, que era lo que fundamentalmente  me había llevado allí, el Sheraton parecía más cosmopolita y alegre que otras veces. Estaba lleno de periodistas de diversas cadenas de todo el mundo y una música de piano inundaba su entrada cada noche. Aquella vez todo había cambiado. El hall estaba semivacío,  en silencio y en penumbras. Un solitario empleado tras el mostrador nos vio atravesar como fantasmas hacia la puerta de salida cargados con el equipo de rodaje. Flanqueaban la puerta, en el exterior, dos grandes leones Fu de mármol blanco, figuras de animales míticos que suele haber en muchos establecimientos chinos, y el punto de taxis, habitualmente con una fila de vehículos esperando clientela, estaba vacío. Un único taxi solitario, estacionado a varios metros de la puerta con su conductor soñoliento y a oscuras en el interior, parecía esperar por nosotros. En aquellas circunstancias más que un taxi era como una aparición. Tiananmen El conductor, un chino de mediana edad, alto, huesudo, de pelo muy corto y que no hablaba ni una palabra de otro idioma que no fuera mandarín, entendió por nuestras señas que pretendíamos ir a Tiananmen. Nos echó una perorata en su idioma de la que deduje las dificultades para llegar a la plaza pero por sus movimientos de cabeza, entendí que aceptaba intentar aquella locura. Emprendimos el viaje descartando buscar la avenida Changan que era el camino más lógico a la plaza desde la parte oriental en donde nos encontrábamos, pues era evidente que aquella era una de las entradas bloqueadas por el ejército, y estuvimos merodeando por la zona de Tuanjiehu hasta tomar lo que se conoce como el Segundo Anillo de la ciudad en dirección hacia el sur. En varios cruces encontramos barricadas, algún vehículo en llamas, neumáticos encendidos o cualquier obstáculo que nos impedía continuar. Nos cruzábamos con ciclistas solitarios o veíamos a lo lejos algún pequeño grupo de personas. Dábamos media vuelta y buscábamos otra ruta; hasta que, al llegar a una de las grandes intersecciones del Segundo Anillo encontramos un grupo numeroso de personas, en su mayoría jóvenes. Bajamos del vehículo y Márquez empezó a grabar todo lo que había allí. Un chico joven me tomó de la mano indicándome que fuera con él. El lugar, como el resto de calles que habíamos dejado atrás, estaba en penumbras, algunas farolas lejanas iluminaban a medias, lo suficiente para no tener que ir a tientas por la calle. Llegamos a un punto en el que un montón de bicicletas aplastadas por un tanque daban la impresión de un amasijo de alambres retorcidos; y en el suelo, boca abajo, el cadáver de un hombre joven con la cabeza destrozada y la masa encefálica esparcida sobre el pavimento. Cuando estábamos a punto de marcharnos de aquel lugar,  vi que a unos cuantos metros de allí había un camión del ejército. No me di cuenta hasta entonces de que su interior estaba lleno de militares que permanecían en silencio, tranquilos como si esperasen órdenes superiores, pero en realidad permanecían rodeados por una pequeña multitud que los vigilaba sin permitirles moverse. Era una de las muchas escenas extrañas que me tocó presenciar en aquellos días. Emprendimos de nuevo nuestra marcha por la ciudad como si fuésemos en dirección al Templo del Cielo. En realidad el taxista trataba de entrar en el hutong Qianmen, un barrio antiguo de casas bajas y patios dentro de sus muros cuya construcción se remonta a los tiempos de la dinastía Ming y de los que hoy ya van quedando muy pocos en la ciudad. Estaba, como todo en Pekín aquella noche, iluminado a medias y, en contraste con lo que ocurría en los alrededores, se veía tranquilo, sin barricadas ni nada que nos impidiese el paso. Sus calles solitarias iluminadas por algunas farolas y por la luz encendida en las ventanas de sus vecinos, daban la impresión de una aldea apacible y lejana al horror que vivía Pekín a aquellas horas. Para hacer más increíble la escena, por las ventanas abiertas se oía alguna radio encendida desde donde el primer ministro Li Peng pronunciaba un discurso sobre la preservación del medio ambiente. Márquez, que iba en el asiento delantero junto al conductor, grababa a manera de traveling nuestro recorrido y en un momento no pudo menos que exclamar: “¡Es que esto es muy bonito, tío!” Hasta que de repente, desembocamos en una gran avenida iluminada. Estábamos en la puerta de Qinmen en la esquina suroriental de la plaza de Tiananmen. Ingresamos en la plaza, aparcamos junto a la acera en el costado oriental y nada más bajarnos del taxi, apareció un vehículo a pedal con una plataforma de madera sobre la cual iban varios heridos y quizá algún muerto, iba en dirección sur norte, hacia la avenida Changan. Minutos después, un pequeño camión de plataforma, en la misma dirección y también cargado con varios cuerpos ensangrentados, superó unos obstáculos que había extendidos sobre el pavimento con la ayuda de varios espontáneos y siguió su camino. Aún recuerdo con admiración la labor de aquellos heroicos ciclistas con sus vehículos a pedal llevando muertos y heridos y con el rostro inundado en llanto. Era algo más de la medianoche del 3 de junio cuando entramos a la gran explanada de Tiananmen dejando atrás el Mausoleo de Mao Tsetung y nos dirigimos hacia el Monumento a los Héroes, en el centro de la plaza.  Apiñados alrededor del monumento, miles de estudiantes permanecían en silencio. Calculé unos dos mil pero luego leí que eran muchos más. Comoquiera que sea, la presencia de un equipo de televisión fue recibida con aplausos y una cierta algarabía e inmediatamente comenzaron a cantar La Internacional. Uno de aquellos chicos, con una enorme bandera de China ondeando en un asta de bambú, comenzó a agitarla en lo que fue para mí uno de los momentos más emocionantes y conmovedores de aquella noche. Hice una presentación ante la cámara cometiendo la imprudencia de encender la iluminación pero no pasó nada. Márquez grababa todo cuanto podía pero, en un momento determinado nos dimos cuenta de que podríamos ser detenidos y corríamos peligro de que nos incautasen el material. Entonces empezamos a grabar, en cintas de media hora, no más de diez minutos hasta que se agotaron. Escondíamos como mejor podíamos el material grabado y repetíamos la operación. Cuando agotamos cerca de una docena de cintas, empezamos a utilizar de nuevo las ya usadas grabando en las “colas” que quedaban aun vírgenes. Este detalle es importante para entender lo que pasó cuando fue editado más tarde aquel material. Entre la medianoche y las 3:30 de la madrugada grabamos por toda la plaza. La gran explanada estaba desierta. La multitud de estudiantes permanecía apiñada alrededor del Monumento a los Héroes, sin moverse de allí. Algún estudiante solitario salía unos cuantos metros pero volvía al lugar. Luego volvieron a cantar. En un momento dado, sería las 01:00 de la mañana, entró una tanqueta de ruedas neumáticas por el costado occidental, frente al Gran Salón del Pueblo en dirección norte sur. Unos tres o cuatro estudiantes le hicieron frente lanzándole palos y algún objeto que encontraban por allí. El conductor dio media vuelta y regresó en dirección a Changan. Tiananmen Frente a la Ciudad Prohibida, bajo el retrato de Mao, miles de soldados vigilaban la plaza inmóviles, como si fueran parte de aquel decorado irreal. Frente a ellos la Diosa de la Democracia, plantada por los estudiantes al norte de la plaza cinco días antes como símbolo final de su resistencia, permanecía en pie las últimas horas que le restaban antes de su destrucción. Avanzamos hacia Changan, hasta quedar frente al retrato de Mao y también frente a los soldados, que al otro lado de la calle permanecían impasibles. Entre ellos vi moverse la luz de una cámara manejada a mano evidentemente por alguien del ejército, no había en la plaza más medio que el nuestro. No vimos a nadie de otra televisión durante las horas que estuvimos allí. En el recorrido de regreso al Monumento a los Héroes vimos varias tiendas de campaña de los estudiantes que aún quedaban en pie. En una de ellas un chico que dormía plácidamente, como si no estuviese ocurriendo nada. Fuera de la plaza se oían esporádicos disparos y explosiones lejanas de vez en cuando. El resplandor de alguna barricada encendida iluminaba la noche. Por la megafonía de la plaza una voz lanzaba constantemente mensajes ininteligibles para mí, que luego supe que era ordenando el desalojo.  A esa hora ya había muchos muertos fuera de la plaza, particularmente en el sector de Muxidi.  La última barrera que impedía entrar a Changan estaba en Liubukou y fue en esos sectores en donde hubo muertos de noche del sábado 3 de junio, mientras dentro de Tiananamen reinaba aquella extraña calma. A las 4:00 de la mañana, las pocas luces del lugar se apagaron y la inmensa explanada quedó a oscuras. Nuestro conductor, presa de pánico, vino hacia nosotros repitiendo quizá la única palabra que sabía en inglés: “¡Soldiers! ¡soldiers! ¡soldiers!”, al tiempo que con su mano derecha trazaba un círculo en el aire. Sí, ya lo sabíamos, los soldados rodeaban la plaza bloqueando tres de sus accesos, excepto el suroriental por donde habíamos entrado nosotros. Pero lo que interpretamos de su gesto desesperado era que quería marcharse de allí inmediatamente. Al sur de la plaza, flanqueando el Mausoleo de Mao Tsetung, hay unos conjuntos escultóricos labrados en piedra, en la parte delantera y en la posterior. Son las típicas obras del realismo socialista representando a obreros, campesinos y soldados, una alegoría a la Gran Marcha y a la fundación de la República Popular. Puede levantar del suelo unos seis metros pero el pedestal en su parte baja puesto que tiene una cierta inclinación que le da dinamismo, no levanta más de medio metro. Subirse allí no era difícil y de hecho fue lugar de descanso de algunos manifestantes aquellos días, incluso aquella misma noche. A las 4:15 de la madrugada, unos reflectores se encendieron en el Gran Palacio del Pueblo y en la Ciudad Prohibida. Iba a comenzar el desalojo. Decidimos sacar al taxista de la plaza y dejarlo en un lugar conveniente para poder regresar a nuestro hotel. Así que me marché con él unos minutos más tarde, y quedé de encontrarme con mis compañeros en el conjunto escultórico del costado norte del Mausoleo de Mao. Dejé a nuestro valeroso y paciente conductor en una de las callejuelas del cercano hutong Qinmen y regresé a pie pasadas las cinco de la mañana al lugar en donde había quedado con Márquez y Fermín. No estaban, naturalmente. La plaza era un pandemonio. Dada la mala relación que había tenido durante varias semanas con José Luis Márquez y la desafección y abandono que sentía por parte del director de los servicios Informativos de ese entonces en Madrid, tuve una iniciativa desesperada, ingenua y peligrosa. Sin pensar siquiera que a aquella plaza ya no podría volver a entrar en mucho tiempo. Subí al pedestal del monumento junto al Mausoleo de Mao en donde habíamos quedado de encontrarnos que, como he dicho no levantaba más de un metro, e incrusté entre los pliegues de aquella piedra labrada y con muchas cavidades, un pequeño objeto de plástico gris como prueba de que había regresado a la cita y cuya presencia no me extrañaría que allí continuase. Del costado occidental, es decir, del edificio del Gran Palacio del Pueblo, habían salido miles de soldados, con los fusiles apuntando a la multitud y otros con bastones en la mano, avanzaban lentamente hacia la esquina suroriental, al tiempo que desde la Ciudad Prohibida otros tantos miles avanzaron hacia el sur. Las tropas,  se aproximaban en forma de ele invertida hacia el Monumento a los Héroes, con la intensión de empujar la masa de estudiantes hacia la esquina suroriental que permaneció despejada toda la noche y aquella madrugada. En mi ausencia --esto lo supe después--, los estudiantes habían sometido a votación su retirada en medio de una tremenda confusión. Obviamente habían optado por salir y así lo estaban haciendo en el momento de mi vuelta a la plaza pasadas las 5:00 de la mañana. Salían llorando, sucios después de varios días de permanencia allí muchos de ellos. Llevaban en las manos los megáfonos que habían utilizado aquellos días en la plaza y aquellas viejas máquinas llamadas mimeógrafos que se usaban entonces para reproducir sus boletines diarios que llamaban “Noticias Rápidas”. Se abrazaban y parecían darse consuelo unos a otros, eran como un ejército de menesterosos. Empezaba a amanecer y el cielo adquiría paulatinamente una tonalidad azul pálida. Algunos de ellos habían perdido su calzado y envolvían sus pies en trapos o tiras de tela que les daba la gente que los vitoreaba y aplaudía. Pasaban entre un callejón hecho por los soldados que los miraban impasibles. Algún estudiante se atrevía a gritar a los soldados “¡perros!”. En medio de aquella confusión encontré al colega Richard Nations, de la revista británica The Spectator, quien me informó que había visto salir a Márquez y a Fermín con la marcha de estudiantes que abandonaba la plaza. Tiananmen, hacia las 7:00 de la mañana había sido despejada, desalojados los estudiantes, destruida la Diosa de la Democracia, ocupada por los tanques. Una de aquellas máquinas con sus enormes ruedas de oruga apareció de pronto frente a la puerta de Qinmen avanzando hacia la multitud que había presenciado la salida de los estudiantes. Fue el único momento en que recuerdo haber experimentado temor, pensé que dispararía o que nos aplastaría a todos. Nos dispersamos y el lugar quedó también en manos del ejército. Ahora la plaza estaba sellada por sus cuatro accesos. Me dirigí hacia la callejuela en donde había dejado a nuestro conductor quien esperaba paciente para llevarme al hotel. Entre tanto, mis compañeros habían avanzado en dirección a occidente desde la puerta de Qinmen con la marcha de los estudiantes. Después, tomando dirección norte seguramente en busca del camino de la universidad de Beida, Márquez y Fermín presenciaron un nuevo tiroteo sobre las 7:30 de la mañana en las cercanías de la Ópera de Pekín. Recibieron refugio de unos vecinos y pudieron salir camuflados envueltos en sábanas ensangrentadas dentro de una ambulancia que los llevó hasta el Sheraton hacia las 9:30 de la mañana, poco después de que yo hubiese llegado. Cuando nuestros colegas de otros cadenas vieron las imágenes que teníamos de la noche y la madrugada de aquel domingo, quisieron adquirirlas de Televisión Española pero, como era necesario enviarlas en mano a Hong Kong y emitir desde allí, ahí surgió la confusión de lo que luego se llamó la matanza de Tiananmen. Algunos medios, que no estuvieron en la plaza describían tanques entrando a la gran explanada, aplastando tiendas de campaña con estudiantes dentro y disparando contra la multitud. No hubo tal cosa. Hubo rudeza y golpes durante el desalojo de los estudiantes, sí. Y por supuesto que hubo muertes, pero fuera de la plaza, en la noche del sábado y en la mañana del domingo. Nadie se pone aún de acuerdo sobre el número de víctimas mortales. Se dijo que eran miles y hoy se calcula entre quinientas y ochocientas. Como tantos medios hablaban de la matanza de Tiananmen nuestras imágenes fueron editadas en Hong Kong de acuerdo con aquellas fantasiosas versiones. Primero aparecían los tanques y luego los muertos y heridos que habíamos encontrado por la noche camino de la plaza. Lo que había en aquellos casetes no correspondía al desarrollo cronológico de los acontecimientos por las razones que he explicado antes y, por ejemplo, después de imágenes grabadas a medianoche del 3 podía haber imágenes de las 06:00 de la mañana siguiente. Otro de los equívocos relacionados con aquel trabajo es el que se refiere a la imagen del hombre frente a la columna de tanques, que no es nuestra. Precisamente esa imagen la tomaron los equipos que, una vez desalojada la plaza de periodistas por la noche, subieron a los pisos más altos del Hotel Pekín, sobre la avenida Changan desde donde se divisa la esquina nororiental de Tiananmen. Esa imagen icónica de aquellos acontecimientos es de la avenida Changan, muy cerca de la plaza cuando después de ocupada definitivamente la plaza por el ejército, en de la mañana del 5 de junio, una larga columna de tanques abandonó el lugar hacia sus guarniciones. Unos meses más tarde, cuando regresé a Madrid definitivamente, tampoco pude narrar los acontecimientos como verdaderamente habían ocurrido. El director de reportajes especiales En Portada, muy buen profesional pero equivocado aquella vez como luego me reconoció, seguía aferrado a la versión de la matanza de Tiananmen y como tal presentó un programa que fue confuso y en todo caso, no apegado a la verdad. Varios expertos en China, entre ellos el entonces embajador de España en Pekín, Eugenio Bregolat, insistieron a TVE para que se hiciera un programa como se debía sobre nuestra experiencia y lo que pasó en Tiananmen, pero los responsables en su momento de la empresa se conformaron con la emisión de unas imágenes que al fin y al cabo, habían sido una exclusiva mundial. Luego pasó el tiempo y el asunto ya no fue de interés para nadie. Solo para mí, pues aquello me marcó para siempre. Fue lo más importante que hice como periodista porque aquellas imágenes quedaron como un documento para la historia de China. Pero fue también mi mayor frustración. Tiananmen, además de una tragedia, fue el gran momento de la televisión del siglo XX. La primera revuelta popular que se trasmitió en directo y el bautismo de fuego de las cadenas de 24 horas de información. Allí nació verdaderamente CNN y compartir con colegas de los grandes medios internacionales -–las grandes cadenas norteamericanas, la BBC, ITN, NHK, etc.--  aquel cubrimiento en medio de enormes dificultades, fue una experiencia irrepetible. Y la televisión, aunque hoy prima en ella el espectáculo, sigue siendo el gran medio de nuestro tiempo para dar a conocer lo que pasa en el mundo. Un medio de mucha grandeza pero de no pocas miserias. De ambas tuve en Tiananmen a partes iguales y eso también hace que aquel fuese un cubrimiento muy diferente a cuantos hice antes y después de las horas transcurridas entre la noche y madrugada del 3 al 4 de junio de 1989.
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