Aikido o el arte de la paz

Lun, 24/11/2014 - 12:05
Morihei Ueshiba nació en Japón, era sintoísta, y se enroló en el ejército en 1903, cuando se presentía la guerra entre Japón y Rusia. Una vez desatado el conflict

Morihei Ueshiba nació en Japón, era sintoísta, y se enroló en el ejército en 1903, cuando se presentía la guerra entre Japón y Rusia. Una vez desatado el conflicto, participó en él como soldado, presenciando directamente la cruda realidad de los combates.

Abandonada la milicia, se entrenó durante siete años como luchador marcial de la mano de su maestro Sokaku, un agresivo guerrero que recurría a la violencia, tal como lo hacían tradicionalmente los samuráis y los shogunes o todo aquel que practicara artes marciales. Luego se hizo discípulo de Onisaburo, con lo cual se incorporó a la religión Omotokyo y se fue a vivir a Ayabe. Esta religión, contrario a lo que él había aprendido hasta el momento, predicaba la armonía entre todos los credos, la justicia social, la agricultura orgánica, las bellas artes y la paz. Su líder decía: “No hay nada más dañino en el mundo que la guerra, ni más absurdo que el armamento”.

Observó cómo las personas no avanzaban colectivamente por tener divergencias en cuanto a los métodos, y se preguntó: “¿Por qué la gente no puede colaborar entre sí? ¿Por qué existe tanta discordia en nuestros mundos?”

Luego de una serie de experiencias personales fuertes, extremas y místicas que lo conmocionaron, creó el Aikido como un arte marcial espiritual donde el adversario nunca resulta lesionado. Donde se le somete sin provocarle daño alguno. Donde se le reduce sin humillarlo.

Él personalmente vencía oponentes con un dedo y sin agredirlos, evitaba disparos y se inmovilizaba como una roca, para sorpresa de sus pupilos.

Dotado de un espíritu pacifista, que no admitía que se iniciaran guerras solo para probar armas nuevas, ni se apelara al honor para justificarlas, inicia una escuela diferente del Budo, sobre la base de la no violencia, de la armonía, y fundamentalmente del Amor, que no conoce de divisiones, y que procura la sinceridad del ser humano.

Predicaba que la verdad, el universo y el cielo están en el interior de las personas. Que todo el mundo porta una luz interior; una esencia divina. Que el ser humano debe vivir en armonía con la humanidad y con la naturaleza. Que para ello es necesario aquietar el espíritu, limpiarlo y estar agradecidos. Que el camino se labra con actos sinceros y no con palabras vacías. Que hay que avanzar sin pretensiones ni egoísmos. Y así, sugería también una técnica sencilla, pero efectiva: “Encontrarse con una persona, mirarla a los ojos y sonreírle”.

El Aikido nunca ataca. Le hace comprender al adversario la insensatez de su comportamiento. Considera que la verdadera victoria es la que obtenemos sobre nosotros mismos. Que es necesario desapegarnos de las cosas materiales. Que todos los dioses del mundo son legítimos. Que la religión no debe ser un ente institucional, con normas y dogmas. Que no hay una sola religión que tenga todas las respuestas. Que la religión debe ser ante todo una vivencia espiritual. Así fundó “la religión que no es religión”.

@amvela Fuente: El arte de la paz. Morihei Ueshiba. Traducido y recopilado por John Stevens. Traducido del inglés por Miguel Portillo. Editorial Kairós.
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