El papel de los expresidentes

Vie, 16/11/2012 - 13:54
El próximo 1 de diciembre hay relevo presidencial en México y en estos días se plantea allí un interesante debate sobre el papel de los expresidentes, debate que es perfectamente extrapolable a Co
El próximo 1 de diciembre hay relevo presidencial en México y en estos días se plantea allí un interesante debate sobre el papel de los expresidentes, debate que es perfectamente extrapolable a Colombia. Y a otros países, claro. Felipe Calderón, después de seis años de gobierno, deja el cargo en manos de Enrique Peña Nieto, del Partido de la Revolución Institucional, PRI. Calderón, como su antecesor Vicente Fox, es miembro del centro derechista Partido de Acción Nacional, PAN. Regresa, pues, el PRI al poder después de doce años de travesía por ese desierto que se llama oposición. Y no se trata de un regreso cualquiera, el PRI es un partido que ha marcado la vida de generaciones de mexicanos con unas prácticas políticas inéditas en el resto del continente. Para que un lector colombiano se haga una idea de lo que fue el PRI lo invito a imaginar qué sería de este país después de setenta años en manos del Partido de la U de Álvaro Uribe; o setenta años en manos del Partido Progresistas de Gustavo Petro, para poner sólo dos ejemplos horrorosos. Setenta años estuvo el PRI en el poder en México hasta que lo perdió en 2000 desgastado por la corrupción, contaminado por un magnicidio y agotado por el ejercicio de un poder omnímodo comparable en su momento en el continente al que ejercía, y sigue ejerciendo, el partido de los hermanos Castro en Cuba. Esto es poco conocido de puertas para fuera porque México siempre jugó con el PRI el papel de amable componedor de conflictos en el continente y tenía una pátina de democracia que quien mejor la definió, Mario Vargas Llosa, se convirtió allí en persona non grata cuando llamó al país azteca “la dictadura perfecta”. Debido precisamente a la singularidad de la política mexicana es que el debate sobre el papel de los expresidentes está hoy allí en el candelero. Los mexicanos, muy dados a un juego de palabras que llaman albur, dicen que el año más difícil del sexenio es el séptimo. Es decir, el año más difícil es el primero de cuando de ejerce de expresidente. ¿Por qué? Porque se pasa de ejercer el poder total a ser un perfecto cero a la izquierda. ¿Y es esto bueno? No lo sé, pero así era mientras gobernó el PRI. La práctica de que el presidente saliente –y por supuesto los ex presidentes que estuvieran vivos- no se inmiscuyera en los asuntos de gobierno de quien ejerce el poder se instauró durante el mandato de Lázaro Cárdenas, que gobernó México entre 1934 y 1940. Fue una regla no escrita de la política mexicana hasta que la llegada del PAN y una reforma política vino a replantear el asunto. Bajo el régimen de partido hegemónico priista que rigió en México esa regla no escrita era relativamente clara. Imponía al expresidente discreción política, un bajo perfil en general y deferencia ante el nuevo mandatario. Los expresidentes mexicanos, salvo contadas excepciones, no desempeñaban un papel público importante y básicamente desaparecían del escenario.  Alguno recibió algún encargo del mandatario de turno, a alguno se le dio una embajada y otro fue a parar como director del principal grupo editorial mexicano. De modo que Vicente Fox, por ser en realidad el primer expresidente que ha podido decir y hacer lo que le ha dado la gana en mucho años, ha sido para los mexicanos una figura casi exótica. Y desde luego nada grata para su sucesor. Por eso el debate de estos días allí es este: ¿Se debe regular la figura de expresidente? La mayoría de los analistas y comentaristas políticos mexicanos opina que no es conveniente poner cortapisas a un expresidente, pero todos están de acuerdo en que los expresidentes deben guardar respeto y deferencia con el presidente en ejercicio. Los mexicanos encuentran loable incluso que el mandatario de turno usufructúe de la experiencia de su antecesor. Lo definió muy bien en una columna en estos días Gabriel Silva, el último ministro de Defensa de Álvaro Uribe: se espera de un exmandatario “esfuerzo altruista por aconsejar, orientar o corregir”. Columna a la que Uribe, fiel a su espíritu camorrista y pendenciero, respondió con una demanda ante los tribunales.  No estoy diciendo que en Colombia se deban adoptar las prácticas priistas de censura a todo cuanto diga un expresidente pero la sociedad colombiana, y sobre todo los medios, deberían poner coto a los expresidentes mesiánicos y hacerse menos eco de sus trinos en la Red. Para crispación y polarización ya hay suficiente con la del día a día de este país.
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