El Pasaje Hernández: un centro comercial para antiguos y clásicos

Mié, 21/09/2011 - 10:46
En el número 8-62 de la Calle doce de la Candelaria, justo una cuadra abajo del Edificio Murillo Toro queda el Pasaje Hernández, lugar donde me siento seguro a pesar de ser una construcción centenaria. Será porque su arquitectura republicana se implantó allí para durar eternamente, y en tal virtud, nos sobrevivirá con esa dignidad de árbol viejo que tienen algunos edificios del centro. El pasaje tiene forma de ele, y empata con el Edificio Hernández ubicado sobre la carrera octava (12-35), cuya hermosa fachada francesa presidida por el dios Mercurio, protector del comercio, evoca su linaje orgulloso de otros tiempos, que, si bien hoy luce menos bella, aun conserva su pétrea elegancia. A partir de la calle doce, hacia el norte, discurre un amplio pasillo enmarcado por negocios de ropa nueva pero antigua, si se me permite la paradoja. Así hasta la mitad del recorrido donde confluye perpendicularmente otro pasaje, menos atractivo, que viene desde el edificio de marras en la carrera octava. De allí en adelante hay restaurantes de variadas índoles, zapaterías y fábricas de sellos artesanales. Una mezcla indefinible de olores, una suerte de edad media en el centro de la ciudad. Nos queda ahora el segundo piso. Hay allí varias sastrerías de viejo, donde aun se remallan medias, se angostan corbatas, se voltean los puños y los cuellos de las camisas, se teje el paño y se remiendan las prendas para extender su vida útil, a despecho del consumismo ingrato de este siglo XXI, en el que todo es desechable y provisional, como dice la canción de Serrat. Pero si alguien quiere vestirse como el príncipe Rainiero de Mónaco, o al mejor estilo de Grace Kelly, al menos por un día, es solo cuestión de acudir a la “Boutique de alta costura”, también en el segundo piso, donde le podrán alquilar sacolevas con pantalones rayados, "inmaculados" vestidos de novia, e insinuantes trajes de coctel. Mis visitas al pasaje Hernández son regulares, y responden a una necesidad del alma que me impele al encuentro con la memoria de mi abuela Sofía, mujer tan sabia como su nombre, de cuya mano caminé muchas veces este amable pasaje. Lo mismo me pasa con la memoria del mar. Pero es de Bogotá, que estamos hablando en general, y de los pasajes comerciales, en particular. La verdad es que en el Pasaje Hernández, creo haberlo dicho, sólo se consigue ropa clásica. Hacia la calle doce están los mejores almacenes del lugar. Uno puede comprar allí: sombreros Barbisio y Borsalino, calzonarias de abotonar, pantuflas de paño escocés y suela de espuma, levantadoras a cuadros, chales, piyamas de dulceabrigo, paraguas negros con mango de madera y punta metálica rematada con tope de caucho, cajas de pañuelos blancos con raya gris, boinas de paño, bufandas cuadriculadas, guantes de seda y de cuero, camisas leñadoras, guayaberas guatemaltecas, gabardinas Corayco, bastones de madera, abrigos, en fin; también hay un maniquí cuarentón con el cráneo fracturado, que luce una chaqueta cruzada de paño verde -espina de pescado- con buzo "cuello de tortuga" color beige y pantalón marrón. Mejor dicho, un tío solterón que no envejece, con pacto de inmortalidad, como el pasaje Hernández. Hay otros pasajes comerciales en la Candelaria, como el Rivas, el Colonial y el Paul, También está el pasaje Gómez en la localidad de Santa Fe. Pero todos ellos merecen, por su historia de vida y particular encanto, capítulo aparte. Fotos de H. Darío Gómez A.
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