Esos libros que no terminé

Mié, 21/01/2015 - 05:19
Esos libros reposan en pilas como desilusiones, como personas a las que no quise conocer más, como caminos que no tomé.
Esos libros reposan en pilas como desilusiones, como personas a las que no quise conocer más, como caminos que no tomé.

Cuando los miro, no lo dejo de hacerlo sin algún resentimiento: la vida es corta, pienso, y este libro me robó dos o tres semanas, de las pocas horas que reservo, y que atesoro, para mi imaginación.

Unas veces los veo con resentimiento, y otras, con un dejo de crueldad. Con alguna satisfacción de haberlos abandonado. Muchas veces miro sus dorsos filados en la repisa y pienso, “no les creo”. Los dejé porque no les creo.

Los tonos y estilos de esos libros abandonados varían: van desde los argumentos apretados de acción, hasta los sin argumento. Desde lo comercial hasta lo estético y supuestamente intelectual. Todos estos libros que me aburrieron o que me irritaron tienen eso en común: que me engañaron. O, lo que es mucho peor, que no me supieron engañar del todo.

Como en los errores de las películas, los cuales casi nunca pesco dada mi naturaleza distraída, como un pedazo de reflector, o la esquina de una cámara, veo algo que nunca quiero ver: algunos adivinarían que es la mano del escritor, la interrupción del sueño continuo, que es la medida de la calidad literaria según John Gardner, ese gran profesor de escritura.

Pero no. Esos pequeños errores no son tan graves: el que no sé  perdonar es ver no la mano, sino el ego del escritor. Esto puede reflejarse en referencias académicas vacías, que en nada ayudan al argumento; en poca elaboración del pensamiento que se hace pasar por elegancia o falta de interés en el lector mismo; o lo que es aún peor, en frases de esnobismo del autor que le son atribuidas al pobre narrador. En general son argumentos flojos que comentan sobre la literatura sin terminar de comentar. Textos que no son ni académicos ni creativos, sino que se quedan atrapados en un estéril punto medio. Y, como aquella falsa tela del emperador, muestran un ego hambriento, desnudo y dejan al lector confundido, y desproveído.

Miro el último libro que abandoné en mi repisa: era tan irritante y tan afectado como corto. Luché  por leerlo durante algunas semanas, hasta que ya no pude más. En la portada y contraportada, aparecen muchos comentarios de nombres pesados prometiendo que esta sí era la versión más novedosa de la literatura, y la voz más prometedora. Y esto me da una sensación de vacío, no de sorpresa, pues así se mueve mucha de la literatura, paralela a la vida social.

No digo que la literatura deba servir solo para entretener. Hay escritores que nos hacen trabajar duro, y que más que historias en sí, comentan sobre el proceso de leer, de escribir, de narrar e interpretar. Lejos están estos autores de ser amables con el lector. Pero de todos los géneros este es el que más invita a la imitación, el que más se viste de telas fastuosas que supuestamente todos pueden ver.

Concluyo entonces algo más sobre el arte de escribir: es un oficio difícil y sobretodo, que requiere humildad.

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