JuanPa

Mié, 06/05/2015 - 03:51
Confieso que todavía estoy esperando una declaración contundente de nuestro presidente, Juan Manuel Santos, sobre el fallo del Tribunal Internacional de La Haya que le quitó a Colombia 75.000 kiló
Confieso que todavía estoy esperando una declaración contundente de nuestro presidente, Juan Manuel Santos, sobre el fallo del Tribunal Internacional de La Haya que le quitó a Colombia 75.000 kilómetros cuadrados de mar, para entregárselos a Nicaragua, hace ya dos años y medio. Sigo esperando, pero me temo que nunca la voy a escuchar. No después de ver su liviana respuesta inicial al asesinato de los once soldados en la emboscada de las Farc el mismo día de los hechos. Tuvieron que pasar más de veinticuatro horas, y sufrir la presión del todo el país, incluida, supongo, alguna razón de los militares, para que reaccionara y ordenara la reanudación de los bombardeos, que ahora cae en cuenta, nunca debió suspender. Tristemente, nuestro presidente ha demostrado una vez su carácter gurrumino con el que parece gobernar el país, pues no de otro modo se explica su reacción tardía, al insinuar, horas más tarde, plazos fijos para el avance de los diálogos. Resulta evidente la falta total de sintonía que Santos, y al parecer todos los áulicos que lo rodean, tienen con el país real, el que camina a pie y pone los muertos en nuestro conflicto. Son numerosos los ejemplos en que a mí, y tal vez a un buen número de colombianos, nos hubiera gustado presenciar alguna declaración contundente de nuestro presidente: por ejemplo, con los constantes desafíos del gobierno de Nicaragua que anuncia la compra de cazabombarderos y corbetas al gobierno de Putin, y ofrece bloques de exploración petrolera en aguas territoriales en disputa, sin que nuestro presidente se pronuncie al respecto, o por el vuelo ilegal de bombarderos rusos Tupolev sobre nuestro mar territorial hace un par de años, o por el reciente escándalo de agentes de la DEA en fiestas con mafiosos y putas, que se supone debían estar ayudando a detener, mientras permite que sigan envenenando nuestras selvas con glifosfato, o por el abuso, impune, de militares gringos a menores colombianas, denunciado recientemente. También pasó de agache durante la fallida reforma a la justicia de hace dos años, que solo retiró del congreso a media noche, sin dar explicación alguna al país, primero por proponer semejante afrenta, y segundo por retirarla. O en otros temas críticos para el país, le dice que si al metro de Bogotá, pero no le da plata para hacerlo, o la locomotora minero-energética se le detuvo y al parecer no le importó. A veces pareciera que su agenda se hubiera reducido a su obsesión por los diálogos de La Habana y sus reuniones protocolarias intencionales, pues inquieta un presidente que parezca estar más preocupado por andar en sintonía con la moda de las cenas de estado y cocteles diplomáticos, que con el pueblo que dice gobernar. Y no es que extrañe, particularmente, el estilo de capataz de finca de Uribe, pero sí me deja un sinsabor un presidente que necesite de un ministro, para que lo rescate de una silbatina pública, pues fue él quien decidió entrar a estos diálogos bajando la guardia, y de forma inocente, anunciando que no atacaría el campamento de Timochenko, a cambio de nada. Sorprende, además, que un avezado jugador de póker permita que sea una organización como las Farc, las que moldeen el legado histórico de su presidencia. Y así nos va.
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