El arte de la adivinación ha sido una facultad ejercida desde que el ser humano comenzó a sospechar sobre las andanzas de su pareja y el origen de la riqueza de sus dirigentes.
La habilidad de descubrir por medio del estudio de señales, indicios y observaciones todas las bienaventuranzas y desgracias que pueden suceder en el futuro no son atribuibles necesariamente a metodologías o trucos de manipulación mental, sino al ejercicio sobrenatural de lograr abrir el tercer ojo.
Un ejemplo de tal poder lo encontramos en las experiencias del quiromántico, brujo y vendedor de humo, el español Heloy Argucia, conocido en el mundo académico como el maestro que no fue ayer y que no será mañana. A continuación su relato:
Hay un refrán que dice “No hay que creer, ni dejar de creer”. Pero para quienes no creen que existe la adivinación, yo puedo demostrar con mi experiencia que tal suceso es real.
Sucedió en el año 44 cuando de repente me desperté agitado el 4 de abril a la madrugada: 4:44 a.m. Sin percatarme de la coincidencia me dirigí horas después a mi consultorio de quiromancia para atender a cuatro señoras ávidas de conocer su futuro.
Después de 4 horas de intensa comunicación con las voces de ultratumba, me desocupé a eso de las cuatro de la tarde. Entendiendo que el mundo de lo intangible me estaba dando una señal, resolví dirigirme al hipódromo en búsqueda de la fortuna.
Estaba allí, justamente a 4°C bajo cero en el Hipódromo listo para apostar en el casillero número cuatro en la cuarta carrera. Fue tal mi sorpresa que en el programa oficial corría con el número 4 un caballo llamado: IV, detalle que me generó gozo y una enorme confianza en el poder de mi hermeneútica.
La carrera no duró mucho. La algarabía fue total. Los allegados al caballo ganador no dejaban de aplaudir la gesta. Mientras tanto yo aceptaba el cuarto lugar de IV con algo de desazón, pero con la certeza de que el destino no me había mentido.
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Foto de la bola del clarividente Argucia.[/caption]
