La culpa es del otro

Mar, 21/10/2014 - 09:54
“Errar es de humanos, pero echarle la culpa a los demás, es más humano todavía”, según esta célebre frase del afamado comediante  Charles Chaplin, los Colombianos somos los más humanos del
“Errar es de humanos, pero echarle la culpa a los demás, es más humano todavía”, según esta célebre frase del afamado comediante  Charles Chaplin, los Colombianos somos los más humanos del universo, porque si algo nos caracteriza a los nacidos en la tierra del café, el chontaduro y la butifarra, es el no asumir la culpa propia, el no asumir responsabilidades máxime cuando estas implican el reconocimiento de lo que está mal. Diferentes autores, personajes y textos  a lo largo de la historia, nos han dado luces de lo que se entiende por culpa; Freud, Foucault, Nietzche, el pequeño Larousse, los noticieros de la tv o las abuelas de la familia, cada uno desde su cosmovisión nos pintan la culpa como eso que nos da cuando sabemos que algo que hicimos no está bien, o es socialmente considerado como errado o incorrecto y nos debe llevar a entrar en razón y corregirlo. Sin embargo, ¿quién nos dice que está bien y que está mal?, como se construyen dichos estándares de lo que esta aceptado y lo que no. En países de tradición judeo – cristiana como el nuestro, lo bueno y lo malo están en su gran mayoría, regulado por lo que nos enseñan las escrituras, y que luego es interpretado (de diferentes formas, valga la pena decirlo) por las múltiples religiones (demasiadas en mi concepto, también valga la pena decirse), a fin de crear “sociedades reguladas”. Ya hace unos pocos años el francés Michel Foucault, nos había adelantado un poco acerca de cómo las sociedades se autorregulan, no por el peso de la culpa sino por el peso de la condena y el castigo, y desde esa visión la culpa se convierte en un accesorio poco conveniente para asumir las responsabilidades inherentes a los hechos cometidos que eventualmente pueden o no, afectarnos como sociedad. Colombia, es un país particularmente culposo (abusando un poco del término jurídico – con el perdón de los juristas),  es decir, un país en el que voluntariamente se omite calcular las consecuencias de los actos y como efecto inmediato del mismo, dichas consecuencias en cualquier caso, no nos permitimos que recaigan sobre uno mismo, sino sobre el otro. Solo por mencionar algunos ejemplos memorables, vimos como hace poco, la justicia Colombiana, actuó severamente con unos hermanos quienes al parecer no hurtaron una gallina, sino que entraron a un restaurante, comieron y no pagaron, sin contar ellos con las consabidas consecuencias jurídicas y judiciales que esto podría traer a sus vidas y en una actuación pronta de la fuerza pública, los implicados fueron capturados e implacablemente condenados por la justicia a una pena de cuatro años y nueve meses, tal y como la misma fiscalía general de la nación lo publicó en su portal, en contraste con ello, dentro de las muchas novedades, expectativas y demás que han dejado los altamente sonados, diálogos de paz en La Habana, está el hecho de que los voceros de las FARC hayan manifestado su voluntad de paz, pero su poco reconocimiento de que sus actos atentan contra la sociedad y han afectado a la población civil, adicional a ello, en repetidas ocasiones, estos mismos voceros, han culpado sistemáticamente a la fuerza pública y al estado Colombiano, de ser ellos (El Estado), quienes realmente han afectado al pueblo, sumado al hecho de que han afirmado que independientemente de los resultados de las negociaciones, no están en disposición de pagar un solo día de cárcel por los hechos que se le endilgan. En los dos casos ¿Quién culpa a quién?, ¿Quién asume la culpa? Otros hechos que han sido noticia en estos días en el país, está por ejemplo como la infortunada muerte del joven Urrego en Bogotá, nos muestra otro panorama de la ausencia responsabilidades asumidas por quienes deben asumirlas, una culpabilización mutua entre los familiares del joven y la institución académica, buscando de cualquier manera, mostrar que la culpa es del otro, sin que nadie asuma. El ya al parecer olvidado caso de la escasez de agua vivida en el departamento de La Guajira y otras regiones del país, es otro de los infortunados ejemplo que nos muestran una falta de reconocimiento de las responsabilidades que le corresponden a cada uno. Mientras en todos los rincones del territorio patrio, personas solidarias recogían galones de agua para hacérselas llegar a estas comunidades, los Guajiros, eran víctimas de otras “escaceses”, la de políticos honestos y responsables, pero también de conciencia democrática y electoral, ya que son los mismos que han gobernado desde siempre y aun, cuando no han cumplido con lo mínimo, siguen siendo elegidos por el mismo pueblo, y en este caso entonces, ¿Quién tiene la culpa? A la luz de estos hechos, hay un elemento en común y es el hecho de que en cualquier escenario, somos nosotros como sociedad quienes hemos construido nuestra propia realidad, pero no somos lo suficientemente responsables con las decisiones que tomamos, es mejor siempre, cuando los resultados no nos favorecen, que sea el otro el que lo asuma o peor aún, quedarnos en el silencio cómplice, ese que nos lleva a legitimar nuestro proceder y los resultados (positivos o negativos), siempre con la postura, en mi concepto un poco cómoda, de; “eso paso por algo” o “si eso le paso, es porque algo mejor viene en camino”, evitando a toda costa el asumir que si algo nos pasó es también producto de nuestras decisiones y los caminos que tomamos. Viene siendo hora entonces que pensemos que si esta es la sociedad que tenemos, ¿Cuáles fueron las decisiones que tomamos para estar como estamos? Y cuáles serán las que debemos asumir para que las futuras generaciones no nos hereden tan malsana costumbre y al final solo señalen y afirmen con vehemencia “esto fue por culpa de nuestros antecesores que no hicieron nada para cambiar nuestro futuro…”
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