Los pobres son así

Lun, 03/09/2012 - 08:51
La vida de los pobres es más o menos así.

Nacen cuando nadie los está esperando. Apenas asoman la cara fuera del vientre de sus madres, empiezan a estorbar. Aprenden a caminar dándose tres vece
La vida de los pobres es más o menos así. Nacen cuando nadie los está esperando. Apenas asoman la cara fuera del vientre de sus madres, empiezan a estorbar. Aprenden a caminar dándose tres veces más golpes que los demás niños porque nadie está pendiente de ellos. En el colegio casi nunca les va bien. Todo depende de qué sueñen. Si creen que viven bien en medio de la miseria, abandonan los estudios antes de terminar primaria. Si por alguna razón sueñan con revertir su destino, aprenden con facilidad y pueden llegar a destacarse entre sus compañeros. Las novias las consiguen rápido y empiezan su vida sexual a muy temprana edad. Antes de terminar el colegio ya tienen un hijo que replicará su historia. Si se gradúan y pueden entrar a la universidad, logran hacerse profesionales. Sin embargo, difícilmente consiguen un buen empleo. Si lo logran, contra todo pronóstico, tendrán más hijos, vivirán cerca del barrio donde crecieron y comprarán un carro antes que una casa. Visten ropa de Arturo Calle, comen en centros comerciales todos los fines de semana y viajan a Cartagena una vez al año en un plan turístico con todos los gastos pagos. Apenas tocan la arena de la playa, buscan a la nativa para que les haga trenzas. No compran bloqueador ni bronceador. Si la piel no se pone roja nadie les creerá que estuvieron de vacaciones. Jamás ahorran, se endeudan mucho y beben hasta la inconsciencia. La mayoría de los pobres son infieles. Los problemas los solucionan con violencia y pocas veces recurren a las autoridades para dirimir los conflictos. Suelen ser rencorosos, resentidos e ingenuos. En las elecciones votan por el candidato ‘amigo’, el que los saluda sin conocerlos; eso los hace sentir importantes. Cuando envejecen, gustan de no hacer nada más que sentarse frente a su casa a ver pasar las horas. Al morir, pocos los recuerdan, las deudas siguen presentes y sus hijos juran no repetir su historia. Yo juré no repetir la de mi papá cuando murió, pero aquí estoy, recién llegado de Cartagena y Barú, rojo como un camarón y haciendo avances en las tarjetas de crédito para cumplir con mis obligaciones.
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