¿Para qué sirven las monarquías en el mundo actual?

Mar, 12/06/2012 - 11:59
Hoy sobreviven unas 26 monarquìas en el mundo, entre Europa, Medio Oriente y Japòn suman la mayorìa Las imágenes no podrían ser más contrastantes. Mientras la reina Isabel II de Inglaterra era aclamada por miles de londinense en medio del concierto ofrecido en el palacio de Buckingham y unas palabras conmovedoras de su hijo, el príncipe Carlos, que reconocían su labor al frente del Reino Unido; en España las críticas no paraban: el rey Juan Carlos I de Borbón aparecía en unas fotografías cazando elefantes en Botswana junto a uno de sus sobrinos, que accidentalmente se disparó en uno de sus pies. El escándalo desató el debate sobre la responsabilidad del rey en tiempos poco venturosos para la península ibérica: la izquierda alzó su voz pidiendo al rey que rinda cuentas sobre sus paseos inesperados y desconocidos para los españoles, en tanto diarios como El País y El Mundo, sacaron en primera página dicha fotografía dejando ver su descontento y pidiendo “que se hagan públicos los viajes y gastos de nuestra Majestad para evitar inconvenientes de este tipo” (El País). En tanto, diarios ingleses como The Guardian o Times exaltaban la figura de Isabel II, comparándola con su tatarabuela, la reina Victoria, las dos han representado épocas diferentes para el reino, ésta en el esplendor del siglo XIX, y aquella tras la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y la dura época de la posguerra. La reina Isabel y el rey Juan Carlos I (en medio una veintena de monarquías que sobreviven hoy en día), han sobresalido en la escena política del siglo XX en sus países al representar la unidad de sus naciones en contextos complejos y difíciles. De los que han salido avantes junto a su pueblo. Y de aquí un punto central: un rey es importante, y a veces, imprescindible, no tanto por lo que hace sino por lo que significa. No son sus obras o talentos los que lo hacen relevante, sino la constatación de su presencia. Aunque eso sí, representan ordenes sociales distintos, una cosa es ser rey en pleno siglo XXI, y otra haberlo sido en la època del Despotismo ilustrado (siglos XVII y XVIII), cuando su voluntad era la ley y sus caprichos asuntos de suma importancia. Ese es el embrollo del problema: para qué sirven las monarquías hoy en día, qué significan, o a quién representan. La distancia de los años y la geografía (la figura de la monarquía no ha sido cercana para nosotros, a pesar de haber sido colonia de la Corona española durante tres siglos, tiempo durante el cual, nunca recaló por estas tierras la figura de Su Majestad) nos lleva a estos interrogantes. La foto de la discordia de l rey Juan Carlos en Bostwana cazando elefantes La imagen del rey Juan Carlos I es significativa para los españoles por haber traído la democracia al país. Desde 1962 cuando regresó de forma oficial al Palacio de la Zarzuela en Madrid, e inició el empalme con Franco, a mediados de los setenta, con la apertura de libertades individuales y el levantamiento de restricciones civiles: se podía viajar por tierra a cualquier lado, fumar en público, ver cine francés, hasta poder comunicarse en catalán en toda Cataluña. La apertura al mundo hizo correr deprisa los tiempos en la península para no quedarse nuevamente relegados de las movidas de moda: desde el rock and roll hasta las telenovelas. El renacer de la democracia se consolidó en abril de 1981, tras una intentona de golpe militar, cuando el rey Juan Carlos I salió a los medios para anunciar lo que todos sabían pero unos pocos aún se negaban a aceptar: Franco estaba muerto junto con la España que dirigió. Aún hoy este hecho mantiene el respeto y la admiración de los españoles: el rey hizo lo que debió hacer, y los líos de faldas, las escapadas al mediterráneo o a África, pasan a un segundo plano. La frase Churchill lo resume bien: las actitudes son más importantes que las aptitudes. El caso de Isabel II, en cuanto a las actitudes ha sido diferente. Sin intentonas de golpes o amenazas al trono inglés, no ha tenido momentos de extrema complejidad o de resolución intempestiva, para eso han estado sus primeros ministros: desde el sagaz Churchill, la obstinada Margaret Tatcher o el irascible Tony Blair, la democracia no hizo tránsito ni ella la trajo: los ingleses la inventaron –a su modo, hay que decirlo-, al igual que las arandelas parlamentarias, económicas y militares. Lo único que tuvo que hacer para el reino –exiguo ya, con tan sólo siete países- británico fue estar ahí, es decir, que los ingleses la vieran, supieran de su presencia, sin importar mucho lo que estaba haciendo: paseando sus perros en Buckingham, revisando la agenda social de la Corona, planeando la boda de sus hijos o la crianza de sus nietos. Su papel ha sido pasivo, no de momentos fulgurantes sino de una calma que con el paso de los años ha acentuado su carácter: ser la dulce madre de Inglaterra, o su abuela ya hoy en día. Juan Esteban Constaín señalaba en una columna que “la monarquía en estos tiempos es un acto de locura, una invención nostálgica…” (Credencial). Estamos en tiempos de la democracia universal, los valores que Europa ha construido y cimentado en el proyecto perpetuo de justificar sus acciones y omisiones. La imagen de los reyes se nos antoja meramente simbólica, sin valor real (!) ni proyectos por emprender, tan sólo el de llenar las páginas de revistas del corazón o tabloides sensacionalistas (los parásitos siempre viven de algo). Su ámbito de acción es una especie de ínsula de Barataria de Sancho Panza, escenario del gobierno ideal, junto a otros entes metafísicos como el príncipe azul o el honorable guerrero. Pero por ser irreales no significan que no existan. Aristóteles afirmaba que no se piensa sin imágenes. Y eso es lo que españoles e ingleses celebran, defienden, critican o empoderan: la representación del poder. Al menos el poder de unirlos en torno a algo. Isabel II de Inglaterra acabò de celebrar su jubileo de diamante, 60 años en el trono britànico
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