Reconciliación en Colombia: primeros pasos

Lun, 03/03/2014 - 11:42
 

Hemos comenzado a transitar un camino largo: el de la reconciliación. Y no ha sido porque ya exista un acuerdo en La Habana o porque el Estado tenga presencia en todo el territorio y menos
  Hemos comenzado a transitar un camino largo: el de la reconciliación. Y no ha sido porque ya exista un acuerdo en La Habana o porque el Estado tenga presencia en todo el territorio y menos aún porque nuestros políticos en campaña así lo hayan decidido. Es por cansancio.   La reconciliación comienza dentro de cada ser humano, sea víctima, victimario o espectador de algún conflicto o hecho de violencia que altere la cotidianidad de su vida, de su casa, de su barrio, de su ciudad o país. Aquí es donde cabemos todos los colombianos y en donde podremos trabajar para mejorar nuestro entorno personal y social.   No es fácil, luego de días y años de enemistad, violencia, injusticia, silencio y crueldad, decir que vamos a comenzar a reconciliarnos, como si nada. Las heridas abiertas hieden, el dolor no mengua, la ira y el resentimiento nos abruman, el odio es grande.   ¿Seremos capaces de volver a mirar, con ojos nuevos y limpios, otra vez el mundo que nos rodea y ser artífices de su construcción y del desarrollo armónico de nuestras vidas?   Expertos en conflictos internacionales que analizan procesos de reconciliación nos visitan con regularidad y ofrecen sus consejos. Escuchándolos a ellos, leyendo las experiencias de entidades como Corpovisionarios y Comunicarte, o las emotivas historias del portal www.reconciliacioncolombia.com (creado recientemente por iniciativa de medios, empresarios, entidades estatales y cooperantes) y sobre todo hablando con la gente en las comunidades vulneradas y en las zonas de conflicto de la geografía nacional, puedo decir que existen puntos básicos a tener en cuenta:   Pueblo de perdedores: es una sensación corriente en muchos habitantes de poblaciones colombianas, el sentirse del lado de los perdedores siempre. Porque el Estado nunca los tuvo en cuenta, porque los obligaron a sembrar coca y no tuvieron mayor participación económica en sus ganancias, porque en sus territorios se pelearon grupos ilegales y ellos pusieron los muertos, porque el desarrollo jamás pasó por una de sus esquinas. Esta sensación, que se convierte en condición para muchos, genera exclusión, resentimiento, odio y distanciamiento frente al país. Es urgente trabajar, desde metodologías sicosociales y de cultura ciudadana, con los pobladores de las zonas de violencia, hacer que se sientan ganadores de algo, de sus propias vidas, dueños de su destino, que recuperen sus sueños y la capacidad creadora y emprendedora.   Nosotros las víctimas: si bien es necesario contar con un mecanismo que reúna a todas las víctimas de la violencia para realizar la reparación, también lo es que la victimización de las poblaciones ha generado un inri, algo similar a una letra escarlata, en muchos de ellos. Si de víctimas hablamos, es muy probable que cada uno de los 45 millones de connacionales lo sea en mayor o menor medida, todos padecimos el horror desde algún lugar o en un momento de nuestras vidas en este territorio. A pesar de eso, victimizarse para obtener recursos, subsidios y privilegios de manera indefinida es una manera de no salir del problema sino postergarlo, además de utilizar inadecuadamente los recursos para la reparación. Es prioritario que entidades estatales, privadas, no gubernamentales y quienes tienen a su cargo programas y proyectos con víctimas, trabajen por el renacer de la esperanza y el empoderamiento a través de actividades de resiliencia que lleven a los individuos afectados al perdón de sí mismos, de sus victimarios y de la comunidad. Recuperar la dignidad, la fuerza y el optimismo antes que ser víctimas por siempre.   Unidos en la desgracia: en muchas comunidades el tejido social solamente existe desde el odio, el resentimiento y el dolor que los hermanan. Rehacer el capital social y la confianza de cada comunidad sobre la base de valores construidos entre todos, desalojar el espíritu de venganza y trabajar por objetivos comunes así se tengan diferencias entre los habitantes, es una tarea imprescindible. Llegar con actividades lúdicas, comunicativas, de ciudadanía y proyectar asociaciones para generar procesos de desarrollo económico que logren abrir el camino de la reconciliación con el resto del país, nos urge.   Lo pasado pisado: este puede ser el lema de muchas personas en comunidades violentadas, porque es también la única manera en la que pudieron sobrevivir a la tragedia y continuar apenas con sus vidas. Si bien es necesario el olvido, así sea para poder recordar luego, urge un trabajo de memoria y sanación colectiva en cientos de poblados colombianos, donde el optimismo no crece. Actividades como muros de la memoria o historias contadas por todos, contribuyen a que esta memoria colectiva pueda recordar y perdonar para seguir adelante.   Lecciones aprendidas: si algo tenemos hoy en los campos y zonas rurales, son lecciones de dolor, de miseria, atraso, violencia y injusticia. Acompañar a las comunidades a decir y hablar de sus experiencias y encontrar en ellas lecciones de valor, virtud, amor o entrega por ejemplo, contribuye al proceso de reconciliación y sanación de heridas. El dolor compartido, cuando se vuelve historia de todos, ya no hace parte de un solo ser que sufre sino de muchos que reconstruyen su ser.   Hago un llamado a las entidades que participan del proyecto Reconciliación Colombia, en especial a los medios de comunicación, para que las historias que ahora se cuentan en su página algún día sean contadas y escritas por sus protagonistas, a través de medos comunitarios como la radio escolar, la prensa rural, el teatro, el cine en el parque, etc. que constituyen herramientas para el empoderamiento comunitario, el liderazgo y el desarrollo social. Así las comunidades ejercerán su derecho a la comunicación como camino hacia sus demás derechos y la reconciliación.  
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