#SeValeSerColombiano

Mar, 15/07/2014 - 07:52
Tristemente se nos acabó el mundial y a pesar de que nuestra ilusión crecía con cada partido que ganábamos, no pudimos llegar a la final. Pero no nos fuimos con las manos vacías. Nos llevamos alg
Tristemente se nos acabó el mundial y a pesar de que nuestra ilusión crecía con cada partido que ganábamos, no pudimos llegar a la final. Pero no nos fuimos con las manos vacías. Nos llevamos algunos valiosos premios: tenemos en nuestro equipo al goleador del mundial, somos la selección ¨fair play¨ y tenemos también el récord del jugador más veterano de todos los mundiales. Sin embargo, el mejor premio que nos dejó nuestra selección con la faena que logró no es ninguno de los anteriores. Lo mejor que nos trajimos de Brasil no se puede medir, no tiene precedentes y es mucho más importante que los trofeos que podrían haberse traído nuestros jugadores. En Colombia hemos crecido admirando todo lo extranjero. Compramos ropa afuera, idolatramos equipos de fútbol europeos, admiramos a las celebridades de Hollywood y pasamos gran parte del tiempo tratando de imitarlas. Soñamos con estudiar en universidades de Estados Unidos y Europa, y luchamos por quedarnos, a veces en condiciones complicadas, trabajando allá. Al fin y al cabo ganar en dólares nos hace sentir superiores. La relación política que Colombia tiene con los países poderosos también es de deferencia. Negociamos con ellos tratados de libre comercio arrodillándonos ante sus intereses a veces en perjuicio de los nuestros. Permitimos que las multinacionales entren a nuestro país a explotar los recursos naturales sin pagar casi impuestos y nuestras relaciones diplomáticas están al vaivén de las agendas políticas de nuestros poderosos aliados. Vivimos esforzándonos para demostrarles a todos los mejores del mundo que ya somos un país civilizado a ver si logramos eliminar las tan odiosas visas por las que tenemos que rogar los colombianos para entrar prácticamente a cualquier otro país del mundo ubicado fuera de Latinoamérica. Y así, nos hemos acostumbrado a vivir a la sombra de las grandes potencias del mundo porque consideramos que no merecemos más. Y ellas se han acostumbrado a mirarnos por debajo del hombro, contribuyendo a que creamos que realmente nunca lograremos más. Y para empeorar las cosas, nuestro hobby se ha vuelto criticar todo lo nuestro: los colombianos creemos que vivimos en el país más corrupto de América Latina, no nos cansamos de repetir que nuestro territorio es uno de los más inseguros del mundo, no confiamos en las instituciones y tampoco en la justicia y en general sentimos que en nuestro país reina la inestabilidad política. Eso sin hablar de los desagradables tráficos a los que nos tenemos que meter a diario que nos hacen sentir las personas más desafortunadas del planeta. Ni siquiera salimos a votar pues ya no creemos en nuestros gobernantes. Mejor dicho, vivimos en Colombia porque nos toca, no por decisión propia. Pero desde que los jugadores colombianos pisaron suelo brasilero nos olvidamos por un rato de idealizar lo extranjero. Por primera vez en mucho tiempo nuestros guerreros nos hacían sentir que no era tan malo ser colombiano y que tal vez era hora de superar nuestro complejo de perdedores. Y es que enhorabuena, con cada victoria, nuestra selección nos enseñó que no tenemos por qué conformarnos con el segundo lugar; que nuestro pasado no define el futuro; que ser el mejor se siente bien; y que es posible serlo. En esa cancha donde 11 jugadores de todas partes de Colombia se disputaron con el alma la posibilidad de ser el mejor equipo de fútbol del mundo, no había una economía más sólida y no existía el término “subdesarrollo”. Quedó claro que en el campo nadie es superior hasta que el juego lo decida. En la cancha sólo vale la disciplina, el trabajo en equipo y el talento, atributos que tuvieron de sobra los integrantes de nuestra ¨sele¨. Lo demás es paja. Pero la selección también nos enseñó que a pesar de que los sueños parezcan imposibles, se pueden alcanzar. Los alcanzó un joven que creció en el barrio San Javier del Socorro en la Comuna 13 de Medellín y que perdió a su papá cuando tenía apenas 2 años. Los alcanzó otro que nació en Necoclí, un municipio ubicado en Antioquia, en la subregión de Urabá, donde jugaba fútbol en la playa y volvía a su casa con el uniforme sucio de tanto perseguir el balón. Y así como Juan Fernando Quintero y Juan Guillermo Cuadrado, otros 21 muchachos alcanzaron sus sueños también. La mayoría de ellos no tuvo la plata para pagar grandes profesores de fútbol cuando crecían y muchos de ellos no tuvieron una infancia fácil. Y aún así lograron portar la camiseta de nuestro país con orgullo y representarnos dignamente y siempre con humildad. Ese ejemplo que seguirán millones de niños que también han padecido los males de la pobreza, no tiene precio. Sí, es sólo fútbol. Probablemente lo que pasó en Brasil no defina el porvenir del país y con seguridad no se tomarán decisiones trascendentales para arreglarlo. Puede que el sentimiento que nos embarga sea un falso patriotismo pasajero que en nada cambie el futuro de Colombia. Pero yo creo que el mensaje de una selección ambiciosa que no ha aflojó ni un milímetro buscando el primer puesto a pesar de haber surgido de la adversidad, nos deja una enseñanza muy valiosa: podemos ser mejores, podemos cumplir los sueños, sí vale la pena ser colombiano porque a veces no todo lo de afuera es mejor. #sevalesoñar #Orgullosamentecolombiana #Teamotricolor #Teamocolombia @lauragamba52
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