Adán se comió la manzana

Jue, 22/03/2012 - 01:01
"La prohibición no funcionó en el Jardín del Edén. Adán se comió la manzana". Con esa afirmación el expresidente de México, Vicente Fox, explicó a la revista

"La prohibición no funcionó en el Jardín del Edén. Adán se comió la manzana". Con esa afirmación el expresidente de México, Vicente Fox, explicó a la revista Time en noviembre pasado porqué cambió radicalmente de opinión, al pasar de ser un luchador incansable contra las drogas, a convertirse en proponente de su legalización. Quizás lo más sorprendente con respecto a lo que está pasando con el tema de las drogas psicoactivas en el hemisferio, es que los proponentes de un cambio de rumbo ya no son trasnochados voceros de izquierda con nostalgias de Woodstock, sino representantes de la derecha: Fox en México, Vargas Llosa en Perú, Cardoso en Brasil, y en Estados Unidos figuras como George Shultz, exsecretario de Estado nada menos que de Ronald Reagan, Ron Paul precandidato republicano sin opción de ganar la nominación pero dispuesto a hacerse sentir con delegados en representación de libertarianismo dentro del Partido Republicano, y quizás la más sorprendente de todas: Pat Robertson, líder religioso con ideas bien a la derecha, que durante los 90 ejerció una importante influencia en la política norteamericana. Acompañados por supuesto por figuras más al centro, como los expresidentes César Gaviria y Ernesto Zedillo, pero que no han sido precisamente radicales de izquierda.

Eso, en cuanto a los que están por fuera del poder. Pero hace pocos días sorprendieron las voces de varios presidentes en ejercicio en Centroamérica pidiendo replantear la lucha contra las drogas: Laura Chinchilla de Costa Rica, Otto Pérez Molina de Guatemala y Porfirio Lobo de Honduras, gobernantes bastante a la derecha en sus respectivos países. Respaldados —con un poco más de cautela— por Mauricio Funes de El Salvador y Daniel Ortega de Nicaragua, ambos exguerrilleros.

Todos ellos inspirados en buena medida por el Presidente Santos, que fue quizás el primer presidente en ejercicio que desde hace varios meses viene insistiendo en la conveniencia de por lo menos abrir el debate. Como anfitrión de la Cumbre de Las Américas en Cartagena en abril, donde estará presente el presidente de Estados Unidos Barack Obama, sin duda deberá moderar esta discusión que promete ser compleja y que posiblemente acaparará la atención de los medios de comunicación durante el evento. No será fácil de manejar, pues si bien Barack Obama como senador del Estado de Illinois fue crítico de la guerra contra las drogas, este es un momento poco conveniente para discutirlo: se encuentra en plena campaña para la reelección y ese tema no le sirve electoralmente. Bastante palo recibió por cuenta de su vicepresidente Joe Biden, quien en visita reciente a Centroamérica aceptó que el tema podía discutirse, lo que a su vez envalentonó a los mandatarios de esa región que por cuenta de la tarea que ha hecho Colombia en la lucha contra el negocio ilegal, han visto trasladarse el problema a Centroamérica y México. Por no hablar de Perú, Bolivia, Venezuela, Ecuador y Brasil.

Hay que darle crédito al Presidente Santos por la audacia de proponer este tema, y por la forma como lo ha planteado: el aprovechar los vientos que soplan para des-satanizar la investigación de un fenómeno que como todo problema, no es posible resolverlo hasta que no se entienda. Y este es un tema que definitivamente no entendemos. En realidad el primero paso no es legalizar. Eso es una propuesta políticamente tóxica en todas partes. Incluso Colombia que ha sufrido las consecuencias de 40 años en la guerra contra las drogas, muestra amplias mayorías en las encuestas que se oponen a la legalización. Tampoco la solución es debatir. Simplemente porque  los debates solo sirven para convencer a la contraparte, y no es posible convencer a nadie si no tenemos la información para hacerlo. Y no la tenemos.

El primer paso, como lo ha dicho el Presidente Santos, es hacer posible una investigación seria sobre este fenómeno. Al fin de cuenta, la ciencia se inventó para sacarnos del oscurantismo. Pero en el tema de las sustancias psicoactivas, seguimos en la inquisición. Hoy sabemos cuál es la composición química de una estrella y millones de años luz de la tierra porque analizamos el espectro de la luz que emite, pero no sabemos porqué millones de consumidores habituales o casuales de cocaína en todo el mundo, no parecen soportarse la vida moderna sin ingerir esa y otras sustancias prohibidas. ¿Cómo es que a pesar de consumir toneladas de cocaína durante medio siglo, no se han muerto, siguen consumiendo y financiando una máquina de guerra que antes era solo colombiana, ahora es latinoamericana, y no para de crecer? ¿Por qué los grandes retos de la seguridad de Occidente en las últimas décadas han estado centrados en zonas de cultivos psicoactivos, como las Farc con la coca en Colombia, los Talibanes con la amapola en Afganistán o Al Qaeda con el khat en Yemen? O ¿por qué personas con dolores crónicos ante los cuales la farmacéutica moderna es impotente, dicen encontrar alivio al dolor fumando cannabis? La industria farmacéutica ha intentado aislar el componente que alivia el dolor para separarlo del psicoactivo, sin éxito. ¿Significa eso que es la psicoactivdad la que alivia el dolor? ¿Cuál es la relación entre dolor, enfermedad, pensamiento y conciencia?

¿Por qué no tenemos respuesta a estas preguntas? La explicación radica en que es un tema tabú y como todo tema tabú, quien se atreve a estudiarlo es inmediatamente estigmatizado, pierde toda credibilidad, se le gradúa de loco o vicioso y pierde el prestigio, el reconocimiento y el respeto de sus colegas…para no hablar de los fondos para investigar y posiblemente hasta su libertad.  Bien lo ha dicho Rupert Sheldrake, científico y profesor de la Universidad de Cambridge en Inglaterra, miembro de la prestigiosa Royal Society y cuyo reciente libro The Science Delusion (aún solo en inglés), asegura que el establecimiento científico occidental no es otra cosa que una forma nueva de religión, cuyos supuestos se endurecieron hasta volverse dogmas, incluido el asegurar contra toda evidencia que el cuerpo humano es una simple máquina sin propósito mas allá del azar, y la conciencia humana un simple accidente sin sentido que se manifiesta exclusivamente en el cerebro humano. Todo lo que contradiga esos dogmas es perseguido, especialmente todo lo que pueda indicar que conciencia y enfermedad interactúan.  Los psicoactivos, que fueron siempre usados en contextos rituales por pueblos antiguos —únicamente como medicina, no en forma recreativa—, son terreno vedado para un "científico serio". La peor parte de esa persecusión la hemos llevado los latinoamericanos, "malditos por la bendición" de que aquí las plantas psicoactivas se dan silvestres y que hemos sacrificado varias generaciones en esta guerra, y los afroamericanos jóvenes que son la gran mayoría entre los 250.000 presos en Estados Unidos por delitos relacionados con el tráfico y consumo de drogas.

Sería un gran paso que el primer presidente afroamericano de Estados Unidos, discutiendo con los líderes latinoamericanos en Cartagena, se atreviera a apostarle a un nuevo paradigma. No a apoyar la despenalización de la droga, eso es mucho pedir. A despenalizar la investigación, a ver si logramos de verdad entender el problema, y tener nuevos argumentos para convencer a millones de votantes tanto en América Latina como en Estados Unidos, que el camino que venimos recorriendo es tan insensato como desperdiciar la vida en pleno siglo XXI, deseando que Adán no se hubiera comido la bendita manzana.

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