Una de las figuras más importantes del arte contemporáneo del siglo XX murió el 6 de este mes a los 88 años. Antoni Tapies fue el exponente más innovador de su generación y de su tiempo. Catalán que nació un diciembre de 1923 y que llevó la firme armadura de su imaginación hasta el final.
Un exponente que, desde los años cincuenta, fue pilar de una nueva y poderosa forma abstracta con una nueva técnica. Fue pionero de lo que hoy existe en todos los lugares comunes del arte: la técnica mixta.
Mientras buscada superficies táctiles y, seducido por las ricas texturas en el lienzo, mezcló arena con cerámica, con polvo de mármol y minerales y llegó en sus obras a una enorme densidad significativa donde se encuentra desde una superficie de pared con un gesto de grafiti y una mancha generalmente de color casi siempre negra abstracta, rotunda, gestual y violenta. También dejó sus muebles incrustados en el cemento de la cotidianidad o, instalaciones de puertas de tierra.
Tapies frente a una de sus obras durante la inauguración de su exposición en el Museo Reina Sofía de Madrid en 2004.
A esas obras les dejaba el rastro de una escritura elemental, muy simbólica, porque buscaba en sus pinturas el sello del silencio de la muerte. La superficie de la pintura quedaba quieta, sórdidamente sellada. Y al sellarla con sus argumentos urbanos de construcción, impuso una sensación de vacío que siempre buscó desde la saturación de las superficies. Una obra -de apariencia inconclusa- responde a una versión sobrecargada de elementos emblemáticos y que, dejaba fresca, como un grafiti la herida del enorme inconformismo que Tapies tuvo desde el final de la Segunda Guerra, que continuó con la situación del abandono del hombre y que siguió con la injusticia en la condición humana.
Como una anécdota iniciática de artista, a los 17 años sufrió de una infección pulmonar que lo llevó a dos años de convaleciente retiro en las montañas. Allá conoció la certeza de su mundo artístico y, como autodidacta, comenzó a acercarse al arte mientras copiaba a Van Gogh y a Picasso, mientras encontraba la representación del mundo dramático ruso en Dostoevsky, mientras se entregaba a las contradicciones de Ibsen, mientras buscaba el superhombre sin Dios en los libros de Nietzsche, y escuchaba la fuerza de la música de Wagner o, entendía la otra propuesta del budismo en Okakura Kakuzo donde se diluyen las fronteras de la materia y el espíritu. Fue larga su búsqueda que lo hizo un gran pintor, escultor, grabador y ensayista.
Más allá, su vida intelectual estuvo llena de experimentos, ensayos, premios. Influenciado por el Dadaísmo, el Surrealismo y Paul Klee y, después de la Segunda Guerra Mundial, fue cofundador del movimiento vanguardista Dau al Set (Los siete lados del dado) donde con sus compañeros como Manolo Millarés, le buscaba camino de expresión al inconsciente.
Ya después de los años cincuenta encontró el rumbo y concretó su propuesta artística cuando comenzó a trabajar el concepto de la pintura matérica que llamó el Informalismo –a la que años más tarde en Latinoamérica se entendía como pintura Telúrica que buscaba más la proximidad primigenia con la tierra-.