Christiana Morgan volvió al agua, fuente de la vida, símbolo de la feminidad, del inconsciente; de todas sus búsquedas. Ahogada accidentalmente o suicidada. Se dirigía hacia él, Henry Murray, su amante durante 42 años, confiada y expectante. Sus brazos, soñaba mientras se sumergía, la acogían y acunaban. Ahora estaban, finalmente, juntos y descendían a lo profundo mientras olvidaban sus temores y se dejaban llevar “como quien escucha por primera vez la aventura de Ahab y de la bestia, como quien ama sin pensar en la agonía del amor, lo inevitable”.
Habían alcanzado, como lo propone Melville, su utopía, su tierra del olvido escapando de la sociedad y sus prejuicios. Ella estaba muriendo y él seguía vivo. Pero la única que imaginaba la escena era Christiana. Hacía poco, en ese mismo año de 1967, Henry hastiado de un amor que exigía brutalidad y de una esclava que incrementaba sus demandas masoquistas se había despedido de ella para siempre. La llamó puta, insecto, bestia, alimaña. “...nunca confiaste en nosotros, que todo esto fue producto de mi voluntad y tu fatiga, de mi obsesión y tus temores, de mi apremio y tu falta de energía, de mi coerción y tu flaqueza”, escribió, con certeza, la mujer que también fue artista, psicoanalista no profesional y coautora con él del Test de Apercepción Temática.
Se trataba, sin duda, de una pasión o de una fijación inusual. Lo de Christiana y Henry fue un amor y un experimento. Ambos casados y psicoanalizados por Carl Jung, debían, según el psicoanalista suizo, formar una díada, llegar juntos a la individuación, es decir, a la autorrealización al desarrollar y expresar sus potencialidades. Integrar, por lo tanto, las diversas partes de sus personalidades y antes, que nada, sus sombras evocadoras delo reprimido, lo que se considera negativo. Comprender que la sexualidad es otra forma de espiritualidad cercana a la mística. Y, como si lo anterior fuera poco, vivir en armonía con respectivos cónyuges superando el vulgar triángulo. “la díada, el sueño compartido, “nuestro espejismo y nuestra ancla”. La díada, nuestra caída, dice Christian a en su diario. Búsqueda de amor e investigación tan autodestructivas como las persecuciones de Ahab en pos de Moby Dick, ballena blanca y bestia.
Christiana, femme inspiratrice o musa, posibilitaría el desarrollo artístico o espiritual de Henry y lo contactaría con las profundidades de su personalidad, pero también con lo oscuro, transformada en femme fatale. Ambas, femme inspiratrice y femme fatale son imágenes de lo femenino en el inconsciente masculino, del ánima. Concepto éste que fascinó a Murray, psicólogo y profesor de Harvard por más de treinta años y lo llevó a contactar a Jung en 1925. Meses después, Christiana se convirtió también en su paciente y en una de sus musas eróticas. Pero, sobre todo, colaboró con su obra: sus visiones, dibujadas y conservadas en un cuaderno que recogía las sesiones del análisis y el relato de estas experiencias son parte de ella.
Christiana, según Jung, debía olvidarse de su racionalidad para que fluyera lo espiritual, “crear” a Murray, un hombre fuerte y, por lo tanto, débil: sin madurez psicológica, insatisfecho de sí mismo. Murray, se lo dijo varias veces, no comprende lo que tiene con usted y, añadió de manera premonitoria el fundador de la psicología analítica, “los Murray y las Christianas nunca se casan. Murray la consumirá y la mantendrá encantada hasta la muerte o hasta que usted se quiebre de manera definitiva”.
Jorge Volpi encontró los diarios, cartas, documentos y acuarelas de Christiana Morgan en la Universidad de Harvard y consultó los archivos sobre Henry Murray para escribir La tejedora de sombras, ganadora del Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casamérica 2012 que publica Planeta. Con profundidad psicológica y estructura de sonata, la novela nos seduce al acercarnos a lo que aún ignoramos: la inexorable atracción erótica.
