Belisario: sí se pudo

Mié, 12/12/2018 - 05:51
Belisario Betancur pasó, como dicen los anglosajones, a la existencia posterrenal de la memoria popular, del cariño de las gentes y del reconocimiento por su legado. Ha entrado en el pabellón de la
Belisario Betancur pasó, como dicen los anglosajones, a la existencia posterrenal de la memoria popular, del cariño de las gentes y del reconocimiento por su legado. Ha entrado en el pabellón de las figuras históricas nacionales, que vivieron una vida en mayúscula, intensa y plena, de mucha influencia sobre la comunidad nacional, y que, al final, dejaron una huella en las generaciones que las conocieron o supieron de ellas. Murió a los 95 años como si hubiera vivido dos siglos, por su compromiso con causas superiores, por sus múltiples batallas, por la intensidad que imprimió a su existencia en diversos ámbitos y los campos de acción que abarcó, y, también, por los muchos años vividos, gracias a su salud y fortaleza física. Se sabe que dormía menos de 4 horas diarias y que su mente trabajaba sin descanso el resto del tiempo, ya dedicado a las lecturas, a los estudios, o al diálogo en permanentes tertulias y reuniones de trabajo. Estamos, pues, ante un caso singular y ejemplar, que, a pesar de su alta posición, llevó un modo de vida sencillo, familiar, casi campesino, sin aspavientos ni exigencias. Por ello, la imagen proyectada por Belisario —como lo llamó el país— fue la de un hombre de familia sencillo y bonachón, dedicado al cultivo de las letras y a la cultura, amigo leal, honesto, trabajador, astuto en las lides políticas, pero con carácter independiente; todo ello sin abdicar de sus creencias cristianas y conservadoras. Por lo que fue y por lo que construyó, Belisario puede ser considerado uno de los grandes del país. Quienes tuvimos el privilegio de trabajar a su lado somos testigos de su devoción a la patria, su respeto por la institucionalidad y las leyes, su fidelidad a la tradición y la historia, su fe en la capacidad de superación de la sociedad colombiana, su decisión inquebrantable en la búsqueda de la paz, su preocupación por la inequidad y la injusticia social, y su entusiasmo por las artes, las culturas autóctonas y las letras hispanoamericanas. El lema de la campaña que lo llevó a la presidencia fue “Sí se puede”, consigna que advertía que con empeño se pueden superar las barreras más altas. Así, después de tres intentos fallidos, ganó las elecciones para presidir un Gobierno de amplia participación en circunstancias difíciles como pocas veces se habían presentado, ya por fenómenos de la naturaleza —como el terremoto de Popayán y la desaparición de Armero—, por motivos políticos y de orden público —como la toma sangrienta del Palacio de Justicia perpetrada por el M-19, la muerte de miles de seguidores de la Unión Patriótica que hizo fracasar los intentos por alcanzar una paz con las FARC, y el asesinato de Lara Bonilla, que condujo al país a una guerra sin cuartel contra las mafias del narcotráfico—, o por circunstancias adversas de la economía —como la crisis financiera de los ochenta, que supuso la toma de medidas heroicas para salvar la banca y la sostenibilidad nacional—. A pesar de tan difíciles obstáculos, Betancur demostró que sí se podía. La vida del expresidente abarcó cuatro períodos. El primero comprende su niñez en un hogar campesino pobre de Antioquia, sus estudios en la escuela rural y en el seminario, y finalmente su formación como abogado en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. El segundo período, largo y lleno de sacrificios, abarca cerca de 30 años en los que forjó su carrera diplomática, política y de periodista hasta llegar a la Asamblea Constituyente, y, posteriormente, al Congreso como seguidor de Laureano Gómez. La tercera etapa comprende sus campañas presidenciales frustradas, como conservador e independiente, hasta llegar al poder en 1982, e incluye sus cuatro años de gobernante. La última etapa, también de unos 30 años, fue fecunda en realizaciones, pero ocurrió lejos de la política: constituyó el período más intenso de su actividad como promotor cultural y como intelectual, desarrollada en buena medida desde la Fundación Santillana para Iberoamérica y desde la academia. Belisario vivió una vida larga, ejemplar y envidiable, plena de trabajo y sacrificio, pero a la vez colmada de realizaciones, y, por ello, ha entrado con todos los méritos al panteón de los grandes de Colombia. Merece un justo descanso.
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