Bondad callejera

Sáb, 05/05/2012 - 01:01
Me emociona ver una pareja de habitantes de la calle, antes llamados mendigos, quienes en este momento muy bien pueden ser los principales recicladores que tengamos en

Me emociona ver una pareja de habitantes de la calle, antes llamados mendigos, quienes en este momento muy bien pueden ser los principales recicladores que tengamos en la raza humana. Decía, me emociona verlos compartiendo su vida con los escobitas, con los recolectores de basura empleados del municipio, repartiendo desechos para luego observarlos expresando sus sentimientos, sin tapujos, en un buen beso. Me llena de alegría, hace erizar mi piel. ¡Qué bello! Caminaba hacia mi consultorio hace no muchos días y me encuentro con otra señora, vestida de manera muy, pero muy pobre, recibiendo un tinto de una vendedora ambulante de arepas. Esas cosas de alguien que saca un billete y le dice, con gusto le pago una arepa para acompañar su tinto, a la hora del desayuno. Ella con gracia responde, yo ya desayuné, gracias. Y se aleja alegre, decidida, disfrutando su café. Recuerdo también aquella vez que una pareja con hijos pequeños quedó varada en mitad de la carretera. Tormenta, lluvia, entrando la noche al igual que la incertidumbre. Ahora qué hacemos, fue la pregunta. Y sin solicitar ayuda, ni hacer señas, ni tan siquiera estaban a la vista mujer e hijos, se detiene un conductor quien finalmente se lleva a la ciudad más cercana a niños y madre, desapareciendo de la vida tan pronto los deja en su hogar. Sin recibir absolutamente nada a cambio. Sencillamente aparece, hace su labor y se envanece majestuosamente. Otro día, trancón de tráfico, accidente, herido a la vera del camino. En la calzada, se arremolina la gente alrededor. Cuando de pronto una señora, entrada en los 40, se acerca a la cabeza de la persona que yace acostada y pone sus manos en actitud de rezar o de sanar, y me dice, le estoy transmitiendo paz a su alma. Acción inmediata, desinteresada, sin expectativas. Aparece la silla de ruedas, cuando más se necesitaba. Cuando no había recursos para adquirirla, ni siquiera de segunda mano. Aparece al desmontar de ella una persona parapléjica, cuyo único medio de movilización es esa misma silla, su silla. Entrega la silla a quien en este momento más la necesita, un pobre entre los pobres, en la confianza que para él llegará una más adelante; por unos días se recluirá en el hogar. Un alma caritativa le donó, a este donante, una nuevecita. La bondad aparece en la calle. Si, si abrimos ojos y corazón para verla, para regocijarnos en ella, para hacerla nuestro alimento cotidiano. Tal vez el silencio y la observación sean las bases para encontrarla.

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