Buriticá: oro y pobreza

Mié, 07/10/2015 - 15:51
Hace pocos días, como parte de mi actividad política, visité el municipio de Buriticá, el cual está ubicado en el occidente antioqueño. Sabía por mis amigos de la región que la situación actu
Hace pocos días, como parte de mi actividad política, visité el municipio de Buriticá, el cual está ubicado en el occidente antioqueño. Sabía por mis amigos de la región que la situación actual que se está viviendo allí es bastante difícil. Anteriormente Buriticá era un municipio bastante tranquilo. Su actividad económica principal era la agricultura con productos como el café, frijol o la caña de azúcar, también subsistían de la ganadería y en menor medida de la minería. Hace aproximadamente cinco años todo cambió. La fiebre del oro invadió al municipio, provocando la llegada de miles de nuevos residentes provenientes de todo el país, causando lo que a simple vista se veía venir. Buriticá colapsó. La planeación es inexistente, los servicios públicos no dan abasto y la criminalidad está disparada. Desde el momento en el que se ingresa al municipio el caos es claro, el estrés de cientos de motos que pasan a toda velocidad y sin control alguno en la pequeña vía, la convierten en un verdadero cultivo de peligro y muerte para peatones y animales que carecen de espacio para transitar. Luego de recorrer seis kilómetros de construcciones precarias de madera y un sinnúmero de bares, prostíbulos y expendios de vicio, pude ingresar al casco urbano en el que también es imposible que el caos no se haga presente tanto en los habitantes de Buriticá como en los que simplemente transitamos momentáneamente. La gente no cabe, el ruido es intensamente contaminante. En vez de un pueblo, parece el agitado centro de cualquier metrópoli, a diferencia de que aquí, el ruido no es sinónimo de desarrollo. Los habitantes advierten que al ingresar de una manera más profunda por las veredas, la situación empeora kilómetro a kilómetro. A todos estos problemas sociales hay que sumarle los diferentes problemas ambientales ocasionados por el manejo que se le da a recursos naturales de la región que han dejado cientos de hectáreas de capa vegetal perdida, erosionada, además del agua contaminada. El oro no es nuevo allí. De hecho, cuentan los libros de historia que allí vivían los indígenas katíos cuando llegaron los españoles. El cacique, de nombre Buriticá, era quien gobernaba la zona. Los españoles intentaron forzarlo para que indicara los lugares donde podían encontrar el oro. Amarrado y conducido para obligarlo a hablar, el Cacique decidió arrastrar a sus captores por un precipicio para proteger el precioso metal, aun ofrendando su propia vida. La minería es una actividad de desarrollo importante, pero debemos ejercerla de manera responsable, sustentable y amigable con el medio ambiente. Todo el oro del mundo no vale un nacimiento de agua. Llegó la hora de hacer varios ajustes a la política minera. En primer lugar, es necesario reglamentar y regularizar la actividad minera informal. Familias que ejercen la minería hace años no deben seguir siendo criminalizadas, debe dárseles los insumos y la educación necesaria para que ejerzan la actividad con plenos derechos laborales y sobre todo protegiendo al medio ambiente. A la minería criminal, es decir, la minería que ejercen la guerrilla y las Bacrim, todo el peso de la Ley para perseguir sus estructuras mafiosas. A la minería a gran escala, más y mejores controles para que exista un control efectivo sobre la extracción y el pago de regalías, así como la protección del medio ambiente y la recuperación de fauna y flora luego de la explotación. Finalmente, es urgente reglamentar el uso del mercurio. El daño ambiental y por lo tanto el humano, es irreparable. No podemos esperar diez años, tal y como lo dice la Ley actual, para erradicar el uso de mercurio en Colombia, debemos restringirlo desde ya para prevenir un daño actual, futuro e irreparable. @sanvalgo
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