Recuerdo que una vez, hace muchos años, hablando con mi abuelo Elías Awad en su casa grande de Aguachica, Cesar, le pregunté por qué había decidido quedarse a vivir en Colombia y me respondió: Porque es una Tierra de Promisión. Cuánta razón tenía el abuelo para expresarse en esas palabras tan claras y dicientes. Él que venía de las tierras árabes, donde el agua y la fertilidad no son exuberantes se encontró, de pronto, con la naturaleza arrolladora del Caribe y en la medida que remontaba el rio Magdalena, la exuberancia de sus tierras, el calor del trópico y el agua que caía a borbotones, le fueron robando su corazón y decidió quedarse para siempre en su querida Aguachica.
Estas palabras han venido a mi memoria al leer un interesante artículo publicado en el diario El Tiempo y que se tituló “El 65.8% de las tierras con vocación agrícola no se aprovechan y la ganadería en Colombia está usando una área excesiva”. Y dice a reglón seguido que “de los 114 millones de hectáreas con las que cuenta el país, 26 millones tienen excelentes posibilidades para la producción agrícola, pecuaria y forestal”.
Estas cifras son las que nos definen como fierra fértil, de promisión. Ahora, surge la pregunta ¿Y por qué no lo somos en la realidad? La respuesta es simple, porque somos una sociedad desorganizada. Veamos que de 11.3 millones de hectáreas que son para uso exclusivamente agrícola, el 65.8 por ciento de esta área no se aprovechan en la actividad agrícola. Pero allí no para el desfase, de las 8 millones de hectáreas dedicadas a la ganadería, descubrimos que 38 millones de hectáreas se dedican al pastoreo, es decir al traslado de ganado de un lado a otro, simplemente engordando, con las graves consecuencias que esta actividad desordenada trae sobre la economía colombiana y sobre los efectos en el calentamiento global.
La mala distribución que hemos hecho en los usos de la tierra nos deja graves consecuencias en las áreas sociales y económicas y ha dado como resultado escandaloso, que siendo Colombia un país de agricultores por antonomasia, hoy en día tengamos que importar el 28.5 % de los alimentos que consumimos y que nos vienen de países hermanos del área Andina o desde los grandes centro de producción capitalista: EE.UU. y Canadá.
Según estudiosos del tema, el 30% del territorio del país esta subutilizado o sobre utilizado principalmente por la ganadería, mientras que el 70% se usa, pero no siempre en forma eficiente. En términos estrictamente agrícolas, según Rafael Mejía, Presidente de la SAC, “producimos 32.016,861 toneladas y el consumo aparente es de 38.910.992 toneladas”.
En estas circunstancias y con el fin de aprovechar el potencial enorme para sembrar es importante en primer lugar identificar las zonas, la clase de cultivos y la viabilidad del mercado, todo esto con la expectativa real de darle mejor uso al campo, sobre todo en estos momentos en que se está cerrando el proceso de Paz en La Habana y donde el punto principal tiene que ver con los nuevos y diversificados usos de la tierra y su posesión en formas alternativas de cooperativas agrarias y nuevas y novedosas asociaciones de campesinos, con el fin de poner a producir la tierra y lograr depositar nuevos productos en los mercados regionales, nacionales e internacionales.
Hay diferentes zonas en el país con grandes extensiones de tierra pero esta no sirve para la agricultura por ser tierras desnutridas, es decir, pobres en nutrientes. Si se insiste en su uso para la agricultura esta requiere de grandes cantidades de abonos químicos y sus productos no alcanzan los estándares internacionales, necesarios para su exportación. Estos casos se presentan en algunas zonas del departamento del Amazonas, pero en el mismo departamento hay otras en las que cultivos de plantaciones forestales con fines comerciales, dan muy buen resultado.
A diferencia del Amazonas está el departamento de Córdoba que junto a los demás departamentos de la costa atlántica son tierras maravillosas y muy pocas están siendo explotadas. La cercanía a los puertos facilita el exportar sus productos reduciendo significativamente los costos de transportes, cuando los comparamos con productos agrícolas que se producen y se exportan desde los departamentos del interior de Colombia.
Según el exministro de agricultura Rubén Darío Lizarralde, “El potencial forestal en el país es de 13 millones de hectáreas; el de caucho, de dos millones; el de cacao, de un millón de hectáreas. La cadena hortofrutícola tiene posibilidades de sacar un millón de hectáreas al igual que alimentos como maíz y soya”.
En conclusión, podemos decir que somos un país privilegiado con grandes extensiones de tierra aptas para la agricultura que pueden brindar seguridad alimentaria y permitirnos exportar, convirtiéndonos en lo que es nuestra vocación principal: Una nación de agricultores con capacidad de transformar nuestro país en despensa agrícola para los pueblos del mundo. Desde esta visión, la ganadería debe ser ajustada a sus concretas necesidades de tierra, donde se elimine el pastoreo innecesario del ganado que esta comprometiendo tantas extensiones de tierra y afectando en grado considerable el cambio climático.
Ahora, en relación a la Paz Territorial que es el eje fundamental de los diálogos en Cuba definida como Política de Desarrollo Agrario Integral será la que aportara la fuerza y el empuje para lograr el despegue final del campo colombiano. Con esta nueva visión, ganada por los negociadores del Gobierno y de las Farc, recobramos las esperanzas de Colombia: Tierra de Promisión.
Colombia tierra de promisión
Mar, 31/05/2016 - 17:42
Recuerdo que una vez, hace muchos años, hablando con mi abuelo Elías Awad en su casa grande de Aguachica, Cesar, le pregunté por qué había decidido quedarse a vivir en Colombia y me respondió: