¿Cómo reelegirse y no morir en el intento?

Jue, 25/04/2013 - 01:02
Lo primero que hay que tener claro es que nadie “in pectore” le hace el feo a la reelección. Claro, si es en cabeza propia porque si es para que
Lo primero que hay que tener claro es que nadie “in pectore” le hace el feo a la reelección. Claro, si es en cabeza propia porque si es para que se reelija otro... la cosa se pone maluca. Lo segundo es que la reelección en sí misma no es mala y lo que la enturbió en Colombia fue que se hiciera un poco a las patadas, y con las patas, como sucedió con la del expresidente Álvaro Uribe, que más allá de que en su momento se considerara justa y necesaria, dejó un agrio sabor gracias a los episodios como el de la yidispolítica, por mencionar un caso. Pero al día siguiente de elegido el presidente Juan Manuel Santos escuché a uno de los más agudos y anónimos analistas políticos que existe en el país, ya que la gente lo conoce más por su olfato periodístico y su visión empresarial en los medios, que por su capacidad de análisis, a Felipe López, responder con una pregunta: ¿Quién no va a querer ser reelegido? Sí el poder genera el instinto de perpetuidad, ¿a quién se le ocurre pensar que Santos va a querer irse a descansar a Anapoima, sí tiene la oportunidad de prolongar su mejor ejercicio de poder? Ni sueñen con eso, sentenció. La simpleza con la que lo afirmaba el dueño y señor de Semana, el principal medio de análisis político de Colombia, no lograba ocultar que lo hacía desde la experticia. Había vivido en carne propia las intenciones de reelegirse de su padre, Alfonso López Michelsen, y conocido de primera mano los intríngulis de la reelección de su abuelo, Alfonso López Pumarejo. Sabe de cerca sobre la obsesión por el poder porque aunque parece que hiciera esfuerzos por separarse de lo que se llama la casa López, siempre termina rodeado de políticos de todas las pelambres, sean aspirantes, decadentes, promisorios, románticos, ideólogos, o cínicos del poder. Los conoce como el que más. Y si se quiere, por amistad personal, a Santos lo conoce mejor que nadie. Y claro, si se quiere también, ese tipo de comentarios premonitorios pueden resultar verdaderas perogrulladas. Pero lo que sí sabe Felipe López es que a la hora de decidirlo se requiere más que quererlo instintivamente. No le son ajenas las encrucijadas en el alma de quienes se enfrentan a la reelección y por eso durante los dos primeros años era la pregunta obligada que hacía a todo el que se encontrara y era la pregunta infalible de los que se lo encontraban. Obviamente, no era una pregunta de círculo cerrado. Era de hecho la que hacía todo el mundo a quien se encontrara y tuviera un mínimo de interés por la cosa política. Y como no se trata de quién lo vio primero, lo que se rescata de esa intuición es que esa posibilidad se debe contar en 99 por ciento. Tal vez suene imprudente preguntarle al interesado desde el principio, pero justamente resulta incómodo porque desde ese día comienza a consultarlo con la almohada. Los elegidos, como se llama la novela de su familiar fracasado en el intento de ser reelegido, siempre están pensando pros y contras, haciendo sumas y restas y por más que no quieran emprenden su gobierno para que los reelijan. Al día siguiente de posesionarse comienzan la campaña, consciente e inconscientemente. El sólo comenzar el ejercicio del poder deja ver que el tiempo empieza a ser escaso y que cada día que pasa confronta la cuenta regresiva con lo que se quiere hacer. La posibilidad de poner en práctica lo que se ha soñado revela de inmediato cuánto no se había calculado en los sueños. Quiérase o no se desata una lucha interna entre el ego y la sensatez, entre las búsquedas primarias del poder y la gloria, entre el deber cumplido y el por cumplir; aparte de la presión intrínseca del poder, léase los amigos y lo que logran los enemigos. Mejor dicho, como decía mi papá, cójanme ese trompo en la uña.  En el caso de Santos se puede disfrazar de necesidad para terminar con una tarea que mal que bien quieren todos los colombianos, el cese al fuego para alcanzar la paz. Y aunque en este tema hay quienes consideran que no está claro si fue primero el huevo  o la gallina  -sí la paz es para la reelección o si la reelección es para la paz-, lo que es un hecho es que Santos arrancó su campaña para repetir. El problema es que los asesores en esta materia son en muchos casos los mismos que auparon a Uribe y ya comienzan a verse los resultados de las concepciones maquiavélicas como la de que el fin justifica los medios. Cambiar las reglas del juego en medio del camino como sugieren algunos es justamente lo que no debe ni pensar. Eso reviviría las trapisondas de la primera reelección de Uribe y refrescaría las descaradas intenciones y maniobras para la segunda. Lo igualaría por lo bajo y en ese escenario pierde. Allí requiere de cierta malicia uribista que Santos no tiene y cuya adquisición le puede salir costosa. Zapatero a tus zapatos sería la mejor recomendación. No juegue con candela y por favor no le pare bolas a los entusiastas incondicionales, ni a los que no tienen barreras sino en el apellido. Menos si estuvieron cerca a los inspiradores de su antecesor. Pero peor si es por hacerle caso a Piedad Córdoba que también sugiere que se meta un articulito para prolongar las negociaciones con las FARC y terminar bailando al son de La Habana.    Santos tiene que hacer lo que sabe. Componer, transar, negociar y buscar cada día nuevos y mejores amigos. Está bien que busque al Partido Liberal, que le ayude a Angelino con un salvavidas en ese partido, al que hay que desgavirizar al máximo para que sume en lugar de restar. Está bien que le haya cogido la flota al Partido Verde y le haya seguido los pasos a Carlos Fonseca, quien desde Colciencias decidió tirarle un salvavidas al alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, en lugar de ponerle zancadillas con consejerías para Bogotá. Está bien que más allá del huevo o la gallina le haya cogido la caña a su hermano, Enrique Santos Calderón, para haberse embarcado en la paz. Pero hoy de lo que tiene que apropiarse es del discurso antanista o Verde del No todo vale. Sí ya mató el tigre no se puede asustar con el cuero. Santos debe aterrizar y optar por la paz así no sea reelegido. Curiosamente esa es la principal garantía de que pueda reelegirse. Es decir, si piensa con grandeza la reelección será un corolario. Pero si piensa con mezquindad reeleccionista hasta la paz se puede embolatar. Santos debe saber que las propuestas “pragmáticas” van a llover pero que son arenas movedizas y andan al filo de la navaja. No puede ignorar que algunas llegarán envenenadas porque tal vez al único expresidente que no le gustaría reelegirse es a Belisario Betancourt, que hace rato está de retirada. De resto, todos a una están como caimán en boca de caño, esperando un desliz a ver qué chance les queda. Un buen jugador de póker no puede olvidar que sus ministros van a renunciar para hacer campaña antiuribista, pero también tienen su plan B, que puede llegar a consolidar en plan V. Ojo Presidente que el enemigo no es sólo externo. Busque a la sociedad civil, concéntrese en el posconflicto y garantice un exitoso cese al fuego. Prolongar el periodo es jugar con candela y cesar el fuego es apagarla. La paz por encima de la reelección. La grandeza por encima de la coyuntura. Y la gloria por encima del poder.
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