Crónica de un tipo cualquiera (3) La Edad Sándwich

Mié, 08/02/2012 - 09:02
Aicardo, se agarra de una varilla en la parte central del Transmilenio mientras piensa que a pesar de que es una hora en que la gente debería estar en sus oficinas o s

Aicardo, se agarra de una varilla en la parte central del Transmilenio mientras piensa que a pesar de que es una hora en que la gente debería estar en sus oficinas o sitios de trabajo y no en la calle, no encuentra un asiento libre. A su lado, va una joven que se parece a su mujer, Maruja. La chica tiene muy buen cuerpo y aunque es unos 20 años menor que su esposa, Aicardo reconoce que Maruja es más guapa. Paradójicamente esta idea lo desanima, pues quizá esta es la verdadera fuente de sus problemas de pareja, no es el desánimo, la depresión por la falta de trabajo o de plata, el problema real es la belleza y el vigor de su mujer que solo es tres años menor que él, pero que por alguna razón ahora que la hija dejó la casa y ella volvió al trabajo, parece de la misma generación que esta pelada 23 años más joven y que se ve espectacular colgada del tubo en el Transmilenio.

Aicardo cambia el rumbo de sus pensamientos, pues este, lo pone de mal genio. Se enfoca sobre el tema que no puede dejar de rumiar una y otra vez: su edad. En realidad no es que cumplir años le moleste, lo que pasa es que en este país uno después de los 40 es un anciano. Bueno, es un vejete para que le den trabajo, pero no tiene la edad suficiente para que le paguen su pensión. Nadie está dispuesto, por razones que nuestro personaje aun no tiene del todo claras, a pagarle un sueldo. Según entiende Aicardo, es simplemente por su edad, a pesar de que tiene tres décadas de experiencia en ventas de fármacos legales y se conoce al derecho y al revés la legislación, los trámites, las mañas y las necesidades de los clientes en esta área de negocios. Pasado de años para darle trabajo pero en los bancos tiene que hacer la fila más larga con los clientes “normales” y no tiene derecho a usar la fila privilegiada de los viejos y en cine tiene que pagar la tarifa completa y no la preferencial de los mayores.

Pensándolo bien, el problema de la “edad sándwich” de nuestro personaje, es el mismo que tienen los estratos 4 y 5 (y hasta 6) o “clase sándwich” en nuestro país. Aicardo está educado con gustos, tendencias e ideología de clase alta, paga impuestos, arriendo, matrículas de colegio, servicios públicos, precios de ropa y alimentación de estrato alto y sin embargo, el barrio en que vive tiene los mismos problemas de inseguridad, invasión del espacio público, huecos en las calles, falta de parques, tráfico, contaminación, y malos servicios públicos que los barrios de estrato bajo y al igual que a las personas de los estratos más pobres, nunca tiene plata suficiente para lo que quiere. Aicardo vive angustiado porque no le alcanza para lo que necesita y con frecuencia no puede dormir pensando que puede perder por viejo, o por cualquier otra razón, el trabajo que le da para mantener su imaginado o más bien falso nivel de vida o estrato socio-económico. O sea, no tiene las ventajas ni privilegios del que es de verdad adinerado pero paga como si los tuviera.

El bus para en la calle 127 donde se bajan pasajeros. Un asiento reservado para adultos mayores queda libre y Aicardo se sienta a seguir meditando. Una mujer unos años mayor que él se para al lado, se ve fuerte y vigorosa, no es tan vieja, por lo menos no mucho más que él. A pesar de que con frecuencia nuestro héroe se las da de muy cívico, fija la mirada en un punto imaginario del paisaje y se hace el que no la ve para evitar tener que cederle el puesto. La vieja lo mide y le echa un mal de ojo, la joven lo mira de soslayo con desprecio y un tipo de mala cara lo analiza, dispuesto a ordenarle que le ceda la silla a la señora después de verificar que la orden de desalojo del puesto no le va a causar una pelea que pueda terminar en tragedia. Aicardo aguanta la presión por unas cuadras. En la siguiente estación se suben otros pasajeros estrujando aun más a los viajeros unos contra otros y haciendo la presión psicológica hacia Aicardo más intensa. Finalmente, Aicardo cede, no tanto por la presión del prójimo, sino por su propia consciencia cívica inculcada en familia y colegio de estrato alto. Nuestro protagonista pretende que acaba de ver a la señora, le sonríe y con un gesto de generosidad le indica que se acerque y tome el puesto. Afortunadamente solo le quedan unas cuadras para llegar a su destino.

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