Crónica de una renuncia anunciada 

Vie, 18/09/2015 - 10:52
Lo que mal empieza, mal acaba. La frase popular se acomoda a la perfección a esa extraña situación que vive hoy el Partido Verde, la cual se refleja palmariamente en la esperada renuncia de Carlos
Lo que mal empieza, mal acaba. La frase popular se acomoda a la perfección a esa extraña situación que vive hoy el Partido Verde, la cual se refleja palmariamente en la esperada renuncia de Carlos Vicente de Roux a su aspiración a la Alcaldía de Bogotá. Una respetable candidatura que surgió de los complejos de derecha que se enquistaron cada vez más en los verdes, y que día a día amenazan la supervivencia de un partido que emergió del más reciente sueño de los colombianos de cambiar las costumbres políticas y de impulsar activamente la llegada al poder de un proyecto que trascendiera, tanto a los partidos tradicionales como a la izquierda tradicional. Un partido que resultó ser girasol de un día y se dio el lujo de despilfarrar un capital político que le había regalado la ciudadanía romántica y los electores decentes. Sueño que se comenzó a frustrar con los errores del propio Antanas Mockus como candidato a la presidencia en ese momento y que se fue desvaneciendo poco a poco debido a los desaciertos de su dirigencia. Ilusión que se esfumó cuando los Progresistas del Alcalde Gustavo Petro se tomaron por asalto el partido y decidieron emprenderla contra el mejor candidato que tenían, Enrique Peñalosa, el último símbolo de aquella quimera en que se convirtió la Ola verde. La Alianza Verde, como se llamó el híbrido que salió de la fusión de los verdes con complejo de derecha y los extremoizquierdistas del petrismo, nació muerta. Y la candidatura de De Roux nació parapléjica. Entre otras cosas porque ni siquiera los progresistas la apoyaron, y más bien decidieron montarle paralelismos, ora con Holman Morris ora con María Mercedes Maldonado. Ya se ha dicho en esta columna varias veces que Carlos Vicente es intachable. Su sensatez lo hizo tomar distancia tempranamente con Petro y su aspiración estaba revestida de total legitimidad. Pero el izquierdismo, que aún le corre por la venas, lo puso contracorriente al no haberse dado la pela por Peñalosa a sabiendas de que era lo mejor que tenía su partido y al haber sacrificado, aún a costas de su propio nombre, la reinvención del partido a partir de repensar la actitud antipeñalosista. Sabiendo que era el hombre para darle el vuelco necesario a la arbitraria manera de administrar del petrismo. Él conoce como nadie las entrañas del mosntruo y sabe que lo que requiere Bogotá es hacer exactamente lo contrario de lo que hace el alcalde populista y camorrero, como lo definió el mismo Carlos Vicente. Él, desde la honradez política, es de los pocos que entienden la necesidad de retomar el rumbo de la ciudad que se extravió dolorosamente con los gobiernos de la izquierda mamerta. Por esa razón Carlos Vicente hace una buena y una mala. Su renuncia es como para celebrar su sidéresis, pero el no tomar partido es una concesión al izquierdismo extremo. Es el fiel reflejo de los complejos de derecha que le impiden a ese partido reconocer que la ciudad debe ser gobernada por alguien que esté más allá de las disputas ideológicas y que piense en recuperar a Bogotá. Se equivocan Carlos Vicente y Claudia López, quizás la senadora más sensata de los verdes, con la salida pilatuna de dejar en libertad a sus bases para elegir alcalde. Ese antipetrismo vergonzante, ese miedo a ser estigamatizados por los campeones del macartismo, los lleva a asumir como nunca posiciones blandengues. Ellos y el propio Antonio Navarro, que en ocasiones brilla por su sensatez, saben “in pectore” que la salvación de Bogotá pasa por la distancia que se haga con el petrismo. Pero no se atreven a asumir el costo político que eso tiene en las filas de la izquierda. Y les puede salir muy caro. Los bogotanos castigarán las vacilaciones. De hecho, las candidaturas de Rafael Pardo y de Clara López tienen ese talón de Aquiles. Si tienden a bajar en las encuestas es porque no han sido contundentes frente a la alcaldadas de Petro. Hoy la ciudadanía bogotana, que no es de derecha ni mucho menos, quiere que gobierne una persona que no tenga temores de combatir el populismo ni de criticar públicamente la criticable administración del líder de la demagogia y del narcisismo del siglo XXI. Las bases verdes, que aún no pierden la esperanza de volver a soñar con la construcción de un país moderno, que ven en Venezuela lo que cuestan los comportamientos revanchistas y las consecuencias del voto castigo, sienten pasos de animal grande con los claudicacionismos y van a votar por el que menos caiga en tendencias apaciguadoras. Los Chamberlain del momento en la ciudad corren el riesgo de ser arrollados por la historia. Los bogotanos tampoco van a caer en la tentación de votar por la derecha. Por eso lo mejor que puede hacer Pacho Santos es aprender la lección de Carlos Vicente y no dilatar más su renuncia. El uribismo no pegó en Bogotá y los los capitalinos ya le quitaron ese mote a Peñalosa. Hoy en Bogotá ser antipetrista da votos pero ser uribista los quita.
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