Cuerpo de mujer, campo de guerra

Mar, 05/06/2012 - 01:01
El atroz asesinato de Rosa Elvira Cely dejó ver la peor expresión psicópata de la masculinidad y, por supuesto, la reacción de repudio que este acto generó es apenas proporcional a la brutalidad
El atroz asesinato de Rosa Elvira Cely dejó ver la peor expresión psicópata de la masculinidad y, por supuesto, la reacción de repudio que este acto generó es apenas proporcional a la brutalidad con que actuó, o actuaron, contra esta joven madre, humilde y trabajadora, cuyo único error fue haber confiado en sus compañeros de estudio para salir con ellos a disfrutar un rato de esparcimiento. Es tan horripilante la descripción de la forma cómo la encontraron que uno no puede creer que existan mentes capaces de hacerle esto a una persona y menos si esa persona es una amiga o conocida; pero aunque sea difícil creerlo esto existió y existe en el día a día en nuestro país, no solo en la calle, sino al interior de los hogares. Muchas otras violaciones se dan en silencio, sin llegar siquiera a ser denunciadas porque las llevan a cabo familiares, amigos, novios, conocidos que abusan o maltratan a una mujer, amparados en la cercanía o en la superioridad de fuerza o de estatus. Muchos hombres han abusado de sus empleadas domésticas, muchos de sus secretarias, muchos de sus subordinadas, sin que les pase nada. Y es que para que haya abuso, maltrato o violación, debe haber superioridad física, económica o social y en esto, todavía, seguimos estando en condición de inferioridad las mujeres, no por falta de preparación o méritos, sino por la cultura machista en la que vivimos, donde los hombres son “jefes, ricos y fuertes”. Muchos de estos abusos se producen día a día, en la casa, en la calle, en la oficina y no son denunciados y precisamente por eso siguen en aumento, porque un abusador empieza con pequeñas agresiones, con insinuaciones y cuando ve que no hay sanción social, económica o penal, va avanzando hasta terminar en acoso laboral, golpes o asesinato. No interesa aquí repetir las cifras que ya se han dado sobre maltrato a la mujer. La Consejería Presidencial para la Mujer lleva estadísticas que lo comprueban y que lamentablemente parecen caer en oídos sordos. Lo que interesa es hacer que estas estadísticas se traduzcan en verdaderas acciones correctivas para que una sociedad como la nuestra, que genera violadores y abusadores en forma permanente, enderece el rumbo, que se intente detener ese ejército de hombres que solo saben expresar su masculinidad en odio a la mujer, en humillación y maltrato. Por supuesto es importante que se aplique la legislación y la Ley, en especial la 1257 de 2008, conocida como de no maltrato contra la mujer, pero especialmente en lo más importante en la educación y en la formación de la cultura. Necesitamos una educación para la equidad y el respeto y una cultura de la inclusión, de la tolerancia y de la igualdad de oportunidades. Necesitamos que el mercado dejé de utilizar el cuerpo de la mujer como elemento de persuasión para el consumo. No son las tetas, ni los rabos, argumentos válidos para comprar carro, o moto o electrodomésticos. La mujer no es el razón para cambiar de loción o para adquirir cualquier chuchería, porque cuando la publicidad promete que adquiriendo esto o aquello se adquiere también un cuerpo, un objeto sexual, se está pasando también un mensaje distorsionado y perverso: el de ver a la mujer como una cosa que se adquiere por la razón o por la fuerza y eso otorga licencia para usarnos, para abusarnos y hasta para matarnos. Si somos un objeto… pues con un objeto se puede hacer cualquier cosa. La rabia expresada después de la muerte de Rosa Elvira, debe ser también una rabia contra esta sociedad regida por principios machistas, contra una sociedad que cuando uno habla de este tema se ríe y nos caricaturiza por feministas “bigotonas” y otros epítetos peores. Pero es una sociedad enferma la que produce seres enfermos capaces de realizar actos enfermos como la violación, empalamiento y asesinato de una mujer indefensa, una sociedad que utiliza el cuerpo de la mujer como campo de guerra.
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