Daniel el travieso

Jue, 01/11/2012 - 09:01
Si hay algo que reconocerle a Daniel Pardo, además de que es un agudo periodista moderno y uno de los más dedicados rebuscadores en el mundo de las redes y las nuevas tecnologías de la información
Si hay algo que reconocerle a Daniel Pardo, además de que es un agudo periodista moderno y uno de los más dedicados rebuscadores en el mundo de las redes y las nuevas tecnologías de la información, es la irreverencia y la independencia que le permiten incluso cierta osadía como para escribir sin tapujos sobre los cacaos del periodismo. No se han escapado a sus diatribas periodistas como Néstor Morales o Luis Carlos Vélez, a los que no baja de arrogantes, egocéntricos o sabiondos. Ni Alejandro Santos, el director de SEMANA, que lo considera poco menos que elitista regalado con el gobierno de su tío, el presidente Juan Manuel Santos. Felipe López, quien ha logrado erguirse como una institución en el medio desde hace 30 años, a pesar de haber nacido en una de las casas políticas que han dominado centenariamente el país, tampoco se salvó de su hurgadora pluma. Ni siquiera por haber sido el promotor en SEMANA de su padre, Rodrigo Pardo García Peña. Nadie ha podido huir a su foco cuasi anárquico y a su acidez literaria que en ocasiones pareciera querer emular con el Antonio Caballero de los años setenta y, a veces, parece el ataque típico de un joven militante de los indignados. Pero su capacidad de hacer travesuras parece haberse ido de bruces cuando decidió cascarle sin hígados a Julio Sánchez Cristo, con lo que ha generado una tormenta huracanada en un vaso de petróleo y ha propiciado una cadena de renuncias en este portal, que no puede ignorarse. Es claro que el mensaje que ha dejado con su columna sobre Pacific Rubiales es, más o menos, tratar de pintar a uno de los periodistas más prestigiosos del país, como un vulgar mercachifle. Con insinuaciones o afirmaciones frenteras, lo que deja en el ambiente es que Julio se vendió por un puñado de cuñas y eso en el mundo periodístico es algo así como ejercer la prostitución y transgredir la ética del oficio. Y con tino o no, eso es un tiro en la nuca de la credibilidad, la cual es tal vez el tesoro más preciado de un periodista. Nadie que conozca a Julio Sánchez Cristo puede creer que suscriba pautas a cambio de silenciar denuncias. Ni sus enemigos lo ubican cerca de una práctica que fácilmente se presenta en el periodismo de provincia, donde el rebusque profesional y el control gamonal casi que lo obliga. Pero un señor que se gana todos los millones del mundo, sin necesidad de prostituirse, no va a hacer semejante trueque. Eso es en cierta forma hasta ingenuo. Nadie cree que Julio Sánchez sea la objetividad en pasta o que de vez en cuando no se le oigan ciertos sesgos. Pero sí se le salen son más por cuestiones de piel, de fobias, de tirrias diría Alberto Casas, o incluso de clase, como para utilizar un lenguaje setentista. Pero imaginárselo echando calculadora a ver cuánto le saca a una petrolera a cambio de vetar denuncias o manipular informaciones solo cabe en ese mundillo mamerto en donde los poderosos son capaces de lo que sea o la petroleras son unas multinacionales sin escrúpulos que se dedican a erosionar valores y a sobornar éticas. No, ahí sí parece que se buscó unos elementos taquilleros pero que le pudo más cierta antipatía personal que le produce el periodista que se ha consolidado como el rey de la voz en Colombia. Y es compresible porque Julito despierta tantas simpatías como antipatías, pero no justamente dentro del oficio. A veces los políticos lo detestan porque canta tablas o pregunta de tal forma que la respuesta evasiva queda como sinónimo de culpabilidad, pero los periodistas en general, si acaso, lo que sienten es envidia, de la buena como dicen las señoras. Pero la solidaridad con Pardo, porque aparentemente se le corta su libertad, no puede llevar a la antisolidaridad con Julio. El mismo Pardo reconocía en una de sus columnas que el poder de Julio era tan determinante que fue él quien indignó a los indignados con la reforma a la justicia que no pasó por pena, ya que desde el principio había esquivando la gloria. No se puede dejar hacer carrera la idea de desprestigiar a Julio, así sea con buenas intenciones. En Colombia lo que se necesitan son más Julios, y también más Pardos. Y lo que no se requiere es que se fomente la dinámica del canibalismo de la profesión, que de eso ya hay bastante y con mejores exponentes. No resulta muy claro ni es fácil de comprarse la hipótesis de que la sacada de Pardo de Kienyke se puede mirar como un castigo a la libertad de opinión. Me sorprende que quienes lo ven así no chistaron nada cuando sacaron a José Obdulio Gaviria de El Tiempo. Si decirle a un columnista que no va más es un atentado a la libertad de opinión pues debió serlo en el caso de José Obdulio, porque más o menos fue lo mismo. Se le pidió que aportara unas pruebas, o que rectificara si había ocasión y fue la negativa a hacerlo lo que generó la reacción de los dueños que terminó es su retiro. Pero hay que ser claros y en temas de derechos y libertades las cosas no se pueden ver fuera de contexto. La libertad de prensa y de opinión deben ir de la mano de la libertad de empresa, que contiene que alguien como empresario tenga el derecho de aceptar o no ciertas posturas que contradicen sus disciplinas y afectan finalmente sus mercados. Normas que desde luego aceptan sus colaboradores o sus trabajadores. En esto hay que ser categórico para no caer en populismos baratos no solidaridades de medio pelo. Como columnista se puede pensar lo que se quiera y para eso se invita al generador de opinión. Pero eso no significa, ni mucho menos, que se pueda dar por cierta la información que se quiera, porque eso responde a las políticas del empresario. La información tiene en cada medio unos códigos, unas formas de validación que escoge el empresario y que el columnista acepta tácitamente. Si para el medio no es un hecho verificable, está en todo su derecho de exigir que no se den informaciones inexactas, o que sí se dan, se rectifiquen. Y eso no es lo mismo que opinar diferente, Una información no verificable pone en riesgo la credibilidad del medio, pone en riesgo su prestigio y puede atentar contra los intereses de la empresa. Eso es tener en cuenta que al lado de la libertad de opinión existe la libertad para salvaguardar el patrimonio de una empresa. Y ante eso no se pueden asumir posiciones de enfant terrible porque eso tiene costos y no precisamente en la pauta, sino en la imagen y la credibilidad, las cuales si se pierden se arruina la empresa. Y en el mundo de las libertades hay que pensar que sin empresas periodísticas independientes y sin periodistas con credibilidad no gana la democracia.
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