Defensa del periodismo estúpido

Mié, 20/07/2011 - 23:58
Fue una sorpresa ver la derretida cara de Rupert Murdoch en la portada de Semana el domingo, porque en Colomb
Fue una sorpresa ver la derretida cara de Rupert Murdoch en la portada de Semana el domingo, porque en Colombia a nadie le importa el barullo de las chuzadas en el Reino Unido. Y fue interesante ver que el artículo iba en la sección Gente y hasta hablaba de Titanic. Es la única forma de manejar el tema: sin el debate periodístico, desde el ángulo novelero. Si no en Colombia nadie lo lee. Pero son muchas las preguntas que se pueden hacer desde Colombia, y algunos medios, como El Espectador y Kien&Ke, han tratado de formularlas sin procurase por el tráfico: ¿qué podemos aprender los colombianos, también chuzones, de esta tragicomedia? ¿Cuáles son los códigos éticos del periodismo? ¿Se puede hablar de semejante paradoja? El tema es fascinante, pero solo para los periodistas. Y esa es una primera lección: los medios informan sobre lo que la gente quiere leer; no sobre lo que la gente debe leer. Me late que una de las interpretaciones generales que se han desprendido de la película es que Murdoch es un delincuente y que el periodismo populista que practica sus medios no tiene por qué existir. Hay un consenso en contra del periodismo estúpido con el que Rupert Murdoch armó un imperio. A pesar de no ser un lector de rutina de sus periódicos ni un fanático de sus pensamientos políticos, quiero matizar el debate y, de una vez, defender al villano. Las prácticas de News of the World son indefendibles: chuzar a la gente y sobornar a la policía es ilegal y los culpables tienen que pagar. Decir mentiras y exagerar los datos está mal y es condenable. Pero es ambiguo hablar de códigos éticos en el periodismo, porque, primero, se trata de una cuestión subjetiva y no legal. Y, segundo, porque si los periodistas no fueran los escépticos y amorales monstruos que realizan prácticas cuestionables no sabríamos ni la mitad de las verdades que sabemos hoy, incluido, por ejemplo, el proceso 8.000, que se basó en varias conversaciones privadas entre Alberto Giraldo y Alberto Rodríguez Orejuela. Lo dijo Janet Malcolm: “todo periodista que no es demasiado estúpido o prepotente sabe que su trabajo es moralmente insostenible”. ¿Acaso publicar documentos secretos del Estado, como hace Wikileaks, no es violar la privacidad? ¿Por qué chuzar a los políticos gringos sí es aceptable y a la realeza inglesa no? O celebramos o condenamos las chuzadas, pero no hay unas que valen y otra que sí. Por otro lado, la clasificación que se hace entre el periodismo objetivo y serio y el periodismo banal y sin escrúpulos es absurda. ¿Objetivo y serio según quién? Hasta su majestad The New York Times ha caído en escalofriantes casos de parcialidad –búsquese Judith Miller–. Un artículo banal sobre un futbolista que patea una lechuza en El Espacio no tiene nada que envidiarle a un prepotente análisis sobre la Ley de Víctimas en La silla vacía. Son dos publicaciones distintas, para públicos específicos: no es una cuestión de buenos y malos o morales e inmorales. Es increíble que inteligentes analistas caigan en el dogma sobre un periodismo legítimo y otro que no lo es. Una cosa es la ilegalidad: en eso estamos de acuerdo. Pero ¿de verdad vamos a discutir cuestiones de decencia? Dar cátedra sobre lo que está bien o mal –subir los codos en la mesa, burlarse de la privacidad de los demás, enfocarse en historias banales– es arrogante y elitista. Otro de los argumentos en contra del periodismo estúpido: que crea una demanda falsa. Daniel Samper Pizano citó a John Reith, fundador de la BBC: “el que se jacta de dar a la gente lo que cree que ella quiere está creando una demanda falsa para reducir el nivel de calidad y luego satisfacerla”. Pero la demanda la crearon hace tres siglos, cuando se inventaron la prensa, y ya no hay vuelta atrás. El ser humano, además, es inherentemente chismoso y banal. El periodismo, desde su inicio, es un negocio que depende de una demanda. (La BBC es el único medio que tiene el lujo de no tener que lidiar con eso, porque es público). Y el que se olvida de eso se quiebra; antes, hoy y en el futuro. Por eso la vida sexual de Carla Giraldo es un tema digno de ser reportado. Igual que la de Bill Clinton. La ecléctica cultura de periódicos que hay en Inglaterra –que da espacio para el Guardian y el Daily Mail al tiempo– existe en parte por Murdoch. Y gracias a él, también, los periódicos –en ambos lados del Atlántico– todavía existen y se mantienen relevantes. Llegó con la idea de burlarse de las élites que siempre habían sido intocables. Y lo hizo sin reparo. The New York Times, por ejemplo, delata su petulancia liberal en cada editorial creyéndose la voz de la verdad y el bien: ellos también son parciales. Y a eso Murdoch hizo contrapeso con humor y audacia. Por detestable que sea, por racista y por xenófoba que sea, Fox News –o Pacho Santos, o José Obdulio Gaviria– es una garantía de la democracia. Si dicen mentiras, que los cuelguen, pero están en su derecho de decir lo que quieran. La independencia no es obligatoria, como suelen pontificar los medios independientes. Hay dos formas de manejar la parcialidad política: de frente o bajo la insostenible bandera de la objetividad. Murdoch prefirió la primera, y no por eso es un villano. La prensa popular, por exagerada que sea, es una necesidad de la democracia: es la única forma de llegarle al pueblo y hay que saberla manejar. La brevedad y el lenguaje callejero no tienen nada de malo. La prensa popular está en su derecho de informar sobre lo que el pueblo quiere saber, así esto implique hablar del hombre que violó a su hija. Y en Colombia tenemos que aprender de eso: publicaciones como El Espacio y Q'Hubo, o RCN y Caracol televisión, están lejos de dar la información que la gente necesita con agilidad y relevancia. Y por eso, entre otras, durante ocho años un presidente lleno de peros tuvo la aceptación de la mayoría del pueblo. Es muy fácil criticar a los poderosos, y sobre todo a Murdoch. Cual señor Burns, tiene la etiqueta de megalómano perverso estampada en la frente. Los siervos siempre vamos a odiar a los señores feudales. Y sin duda este es el más odiado de todos. Pero algo de él es rescatable, y es el hecho de que hizo noticias estúpidas sin tapujos: sin miedo a que los académicos y las élites periodísticas y políticas lo condenaran. En Colombia nos hace falta eso: magnates de medios que no se autocensuren con eufemismos por temor a pelear con las élites. Y frente a eso, así haya sido un manjar ver a Murdoch de rodillas pidiendo perdón el martes, un periodista se tiene que quitar el sombrero.
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