Del asistencialismo a la Equidad

Lun, 01/06/2015 - 12:49
Casi todos los artículos del especial de la Revista Semana sobre 30 municipios de Colombia en dónde, gracias a la gestión pública se ha avanzado efectivamente en la reducción de la pobreza, está
Casi todos los artículos del especial de la Revista Semana sobre 30 municipios de Colombia en dónde, gracias a la gestión pública se ha avanzado efectivamente en la reducción de la pobreza, están dedicados a explicar la necesidad de seguir en esa senda, apoyándose en políticas públicas de mejoramiento de la educación, la salud y el empleo formal. En ese punto hay unanimidad y sobre todo con miras a la construcción de un post conflicto que tendrá que hacer grandes esfuerzos por colocar en primera línea la inversión en zonas históricamente olvidadas como el Pacífico, el Sur y el Oriente de Colombia. Pero hay un elemento subjetivo que me parece importante destacar y que no aparece en los sesudos artículos de Semana: el cambio de mentalidad de nuestra llamada “clase dirigente”. Hace algunos años, los esfuerzos por reducir la pobreza se veían como iniciativas de caridad cristiana, dejadas a la buena voluntad de las “señoras bien” de la sociedad, quienes se proveían de un extremo sentimiento de bondad para visitar las áreas más deprimidas de las ciudades. Empresas privadas y públicas descargaban sus obligaciones en fundaciones de buena voluntad, que se hacían especialmente notorias en momentos de calamidad. Una inundación y aparecían las damas con colchones, ropita vieja y alimentos de segunda. Un temblor y corrían a conseguir agua y mantas. De esas asociaciones, la gran mayoría apadrinadas por la iglesia católica y por las empresas privadas, por fortuna quedan ya muy pocas y las que quedan han cambiado radicalmente su sentido de solidaridad. Afortunadamente algo sí está cambiado en nuestra sociedad y es la mirada sobre la pobreza. Como nos recuerda Semana, esa nueva mirada se resume perfectamente en una frase de Nelson Mandela: “erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia” y ese es el elemento detonante del cambio social que requerimos; que se deje de pensar en que hacemos buenas acciones para ayudar a los pobres. No, lo que se hace con políticas públicas justas e incluyentes es crecer con equidad, una obligación de toda sociedad democrática, que se llame civilizada, lo demás es asistencialismo barato, que está mandado a recoger. Recientemente, en respuesta a la avalancha que borró buena parte de Salgar, una de tantas tragedias que suceden en nuestro país y que se habrían podido prever, se produjo una expresión de esa caduca mirada asistencialista que todavía llevamos en el alma. Los medios de comunicación que informaban sobre la dimensión de la tragedia empezaron a recibir llamadas de toda Colombia para preguntar dónde y cómo se podían enviar ayudas para las personas damnificadas. Entonces la gobernación de Antioquia informó que no eran necesarias estas ayudas porque ya todas las necesidades básicas estaban siendo cubiertas por el Estado. La reacción de algunas personas no fue de alivio, sino de indignación. En lugar de sentirnos tranquilos porque por fin una tragedia era atendida como es debido, con recursos del Estado que garanticen la dignidad de las personas, mucha gente se sintió ofendida por el rechazo a su asistencialismo. Llegó a tanta la molestia que la Gobernación tuvo que morigerar su posición y decir que sí, que tal vez más tarde en otra etapa se recibirían apoyos de la ciudadanía. Es que el asistencialismo sigue allí, como la idea falsa de la solidaridad cristiana. La única y verdadera salida a la pobreza es el desarrollo con equidad, que no se roben la plata los políticos y que se invierta en educación con calidad en todas las regiones del país. Esa es la plata de todos y es la que de verdad debe llegar en todo momento, en especial en las tragedias, la que se paga en impuestos, no la que se manda como limosna. www.margaritalondono.com   -  http://blogs.elespectador.com/sisifus/
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