Delirios de poder

Vie, 30/03/2012 - 01:03
Llevo ocho años en el mercado del usado, desde que falleció mi marido. La soltería en esta etapa es mucho más sabrosa que aquella de la época de la universidad, pa

Llevo ocho años en el mercado del usado, desde que falleció mi marido. La soltería en esta etapa es mucho más sabrosa que aquella de la época de la universidad, para muchos la mejor etapa de la vida, donde se goza como adulto, pero con total irresponsabilidad. Sin embargo, para mí ha sido mejor  la soltería de ahora porque tengo independencia económica, puedo escoger dónde y como vivir, sin someterme a las arbitrarias decisiones de mis padres.

Hasta hace muy poco busqué activamente pareja en el mercado de segunda mano, viviendo experiencias amargas la mayoría de las veces, igual a la compra de un carro usado. En esta etapa todos somos mañosos, desconfiados y golpeados por la vida. He tenido relaciones que han durado una noche, una o dos semanas. Ellas son la mayoría, pero no me han marcado como las duraderas, malas todas ellas, pero que a pesar de todo a veces me provoca revivirlas.

La primera relación estable ocurrió inmediatamente después de la muerte de mi marido. Mi dentista se enamoró perdidamente de mí. Estuvimos juntos un año. Yo no estaba enamorada de él y no quería amarrarme en una relación tan pronto, quería disfrutar de mi soltería. Al final, cuando ya me había resignado a la idea de vivir con él, me botó porque mi estado mental era lamentable. Tenía problemas con mis hijos y no estaba diagnosticada todavía, de manera que mi bipolaridad me estaba pegando fuertemente.

Poco después de que Jeff me terminó acabé en una institución siquiátrica, desintoxicándome de un exceso de alcohol, en una experiencia tenaz que me marcó por el resto de mi vida y juré no volver a repetir. No sabía que la vida me cobraría mi bipolaridad en el futuro, nuevamente.

Viviendo en New York empecé un amorío a larga distancia con un hombre muy rico que vivía en Chicago. Nos conocimos a través de un amigo común, en una visita que Jonathan hizo a New York. Desde la primera cita fue flechazo instantáneo, sobre todo por el lado de él. A mi me gustaba,  especialmente porque tenía dinero y era inteligente.

Jonathan me llamaba puntualmente día de por medio. No lo hacía todos los días, creo yo que para no comprometerse totalmente. Nos veíamos cada seis semanas. Me visitó en New York muchas veces, viajamos juntos a la Florida, Atlanta y tuvimos una memorable luna de miel en Las Vegas. Me gastaba dinero de verdad, íbamos a shows y restaurantes de trescientos dólares, en Las Vegas estuvimos tres días en el Bellagio y parecía realmente enamorado de mí.

Dado que era medianamente inteligente y tenía mucha plata yo estaba lista a vivir con él. Pero había algo que no cuadraba. El no contaba mucho sobre su vida privada y por lo tanto no había una verdadera intimidad. Las llamadas telefónicas eran extenuantes, tratando de buscar tema de conversación. Al cabo del tiempo resultó que era casado. Terminamos, localicé el email de su esposa y le conté todo. Me imagino que su matrimonio sobrevivió porque la esposa debe haberse hecho las mismas consideraciones que yo respecto al dinero ¿Quién se va querer divorciar de un millonario?

Y después vino el loco Morrie sobre quien ya he contado toda la historia en columnas anteriores. Yo estaba lista a vivir con él hasta que un día llamó a la Policía y me sacaron esposada de su casa, directo a otro hospital mental donde me encerraron tres días. La segunda cuenta que la vida le pasaba a mi bipolaridad. Y no sería la única vez que salía esposada en una patrulla de la policía por culpa suya. Posteriormente pasé 30 horas en la cárcel por falsas acusaciones suyas. Morrie es un caso patético. Es un enfermo mental que sigue obsesionado conmigo, persiguiéndome a través del sistema legal, al mejor estilo de los enemigos que creé estando en la Dian.

A esos enemigos no los quiero volver a ver. Pero con Jonathan y Morrie la cosa es distinta. Ambos me rompieron el corazón, lo mismo que Jeff, que se volvió a casar con la misma mujer de la cual se había divorciado, después de romper conmigo.

A pesar de que Jonathan me mintió durante un año y Morrie me ha hecho un inmenso daño, no dejo de pensar en la fascinación que ejercí sobre ellos y que sigo ejerciendo sobre el loco. En los resquicios de mi bipolaridad a veces me provoca llamarlos. Quiero sentir nuevamente su sumisión y quiero jugar con ellos. No hay nada más halagador y erótico que poderlos utilizar. Quiero que me reafirmen y validen como mujer, sobre todo ahora que bajé treinta libras. Quiero mostrarles como me veo y quiero que nuevamente se les chorree la baba.

No lo voy hacer, no los voy a llamar puesto que al fin logré controlar mi bipolaridad y no al contrario. Ahora tomo decisiones racionales. Pero el poder que tuve o tengo sobre ellos es más embriagante que el que da hacer parte del gobierno.

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