Democracia de caudillos

Mié, 28/01/2015 - 18:35
Los países con verdaderas democracias cuentan con pocos partidos políticos, generalmente con mucha historia y tradición, con ideologías claras, y los miembros que los conforman se identifican con
Los países con verdaderas democracias cuentan con pocos partidos políticos, generalmente con mucha historia y tradición, con ideologías claras, y los miembros que los conforman se identifican con sus principios. Los políticos que los representan obviamente son líderes reconocidos de manera individual, pero la votación que obtienen no es consecuencia solamente de su liderazgo y carisma, sino de los ideales que promueven. Adicionalmente, cuando formalizan coaliciones no pierden su identidad propia y generalmente se asocian entre partidos con ideologías o tendencias similares. En Colombia, hace ya varias décadas buena parte de los políticos no se acomodan dentro de los partidos tradicionales. La consecuencia ha sido el debilitamiento de los mismos y la proliferación de otros que nadie sabe a quién o a qué representan porque cambian de “dueños” y de dirección ideológica de manera permanente. Hoy en día existen en nuestro país 14 partidos con personería jurídica y en la última década han desaparecido 6.  Pensaría que nadie, que no trabaje en el Consejo Nacional Electoral, sin hacer investigación previa podría listarlos y mucho menos conocer sus doctrinas. Esto claramente significa que los pocos colombianos que votamos no lo estamos haciendo por partidos, sino por personas. Aunque esto ha representado una buena opción política para las nuevas generaciones, ha impedido también que la democracia se blinde del caudillismo, porque cuando un representante de  una colectividad no resulta un buen gobernante, su partido es castigado electoralmente. El problema de estos líderes políticos que se representan a sí mismos, es que generalmente no cuentan con la capacidad de volver sus ideas movimientos y por ende su legado muere con ellos. Pertenecen a partidos mientras les sean útiles y cuando ya no, se cambian o crean unos nuevos. Es posible que el transfuguismo sea consecuencia de la incapacidad de adaptación y de evolución de los partidos mismos, pero lo cierto es que esta “modalidad” me parece  un poco facilista. El ejemplo más representativo tal vez es el de Luis Carlos Galán, quien para promover sus creencias y su candidatura conforma un partido que no lo sobrevive una década, pero que sí  debilita enormemente al Partido Liberal colombiano. Si todavía existen galanistas de dogma, - seguro sí- claramente ya no tienen por quién votar, pues nadie representa sus ideales ni ha construido verdaderamente sobre los mismos. Casos similares se dan con políticos aún activos: Antanas Mockus contribuye permanentemente al proceso democrático, pero ha sido incapaz de conformar un movimiento, ha cambiado de partido en repetidas ocasiones y no se percibe un heredero o un grupo de herederos de su legado.  Álvaro Uribe Vélez pasa del partido Liberal a crear el partido de la U y finalmente el partido Centro Democrático. Sus partidarios lo siguen a él y a nadie más; cuando ha dado avales sus votos no se transfieren y los candidatos que se han postulado bajo su sombrilla siempre dan la sensación de ser títeres u oportunistas, y no líderes independientes construyendo sobre los ideales que él promulga. Sergio Fajardo ha salido elegido por  un partido diferente en cada ocasión que se ha presentado, ya se ven sus claras intenciones de crear otro,  pues no comulga con las transformaciones de la Alianza Verde y en el entre tanto no logra convertir el grupo de seguidores personales en un colectivo liderado por él. En Bogotá Gustavo Petro se retira del Polo y crea su partido cuando éste no responde a sus expectativas. Su estilo de gobierno ha demostrado que quien está con él incondicionalmente es su seguidor, pero no sabe hacer equipo y cualquier diferencia con sus decisiones significan traición. El mismo Juan Manuel Santos, de familia contundentemente liberal, no tuvo inconvenientes en cambiar de partido para lograr su elección y Germán Vargas Lleras, político de vieja guardia, tampoco los tuvo cuando decide distanciarse de Uribe como persona, aunque ideológicamente sus credos sean muy afines. En conclusión, hemos ido construyendo una democracia caudillista, de caudillos “buenos y malos”, pero al final caudillos. Estamos a merced del carisma y liderazgo de personas y de la maquinaria de partidos que ya no representan a nadie pero que se alían para no desaparecer. Nuestra democracia es débil y está absolutamente expuesta a caer en manos del caudillo errado. Por esta razón, consolarse con la situación de Venezuela no está bien; debemos abrir los ojos, porque en el momento que aparezca en Colombia un político tan hábil y sagaz como Hugo Chávez, todas las condiciones están dadas para elegirlo, mantenerlo en el poder y lo peor, como lo hemos visto con nuestro país vecino, de pronto nos da hasta por conservar su legado, pues no habrá oposición que logre contrarrestar su poder.
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