El desalentador esfuerzo policial

Lun, 29/06/2015 - 14:48
Los policías capturan a un delincuente y sin sorpresa lo ven descarado y retador al día siguiente en la misma zona de sus actividades delictivas, con un cuchillo en una mano y un código en la otra.
Los policías capturan a un delincuente y sin sorpresa lo ven descarado y retador al día siguiente en la misma zona de sus actividades delictivas, con un cuchillo en una mano y un código en la otra. El problema de la criminalidad en Bogotá y en casi todo el país tiene que ver con la laxitud, con las leyes, cuando no con la corrupción. Algunos policías (por fortuna no muchos) terminan montando su propia industria. –Me pagas y todo bien. No todo el tema de la inseguridad es responsabilidad nuestra, reflexiona el General Humberto Guatibonza, comandante de la Policía metropolitana de Bogotá, al mando de 19 mil hombres. -Creo –dice- que el asunto es cultural y que las cárceles cumplan con su función; que las personas que han delinquido tengan la oportunidad de tener otro oficio, de reivindicarse, pero no está sucediendo; las cárceles no están siendo regeneradoras de la sociedad. Se han convertido en universidades del crimen. Quien llega a la cárcel se une con más bandidos, aprende más cosas. Salen graduados. Pobres policías. Se desgastan en la captura de algún sujeto, que mañana y pasado deben arrestar, cien veces. Es frustrante. Pasa en Transmilenio, que mueve a dos millones de personas al día (una abrumadora población flotante), ocurre en toda la ciudad, todos los días. El problema de los menores de edad delincuentes preocupa hondamente a la policía, porque el número de muchachos descarriados ha ido en aumento, según Guatibonza, un oficial curtido en la lucha contra el hampa: “Los que capturamos por hurto, por sicariato, por atraco, casi todos tienen antecedentes. Es decir, han estado alguna vez en la cárcel y han vuelto a salir a hacer lo mismo”. Cada vez son más peligrosos. Los menores son más arriesgados, más violentos, no tienen mucho que perder. Muchos de ellos no tienen familia, tampoco responsabilidades, no le ven inconveniente a hundirle el cuchillo a su víctima por robarle el celular. Coincidimos todos los colombianos en que hay que ser más fuertes con las personas que generan peligro. Por eso convendría que las leyes y autoridades colombianas se ajustaran a lo que en otros países se denomina “cero tolerancia”: que los delitos hay que castigarlos. Por ejemplo, dice Guatibonza: si una persona rompe un vidrio, debe tener un castigo ejemplar; si se mete a un sistema de transporte sin pagar debe ser sancionada fuertemente porque es un fraude para los demás. Si una persona pone en peligro la vida de otra mediante atraco debe caer sobre ella una sanción muy drástica, ejemplarizante. Pero las leyes dejan vacíos para que se metan los delincuentes y los abogados merodean las URIS para sacar hampones. Los unos y los otros –obviamente no comparables- se han tomado confianza ante un país de leyes débiles y “negociables”.
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