El narcotráfico era una tarea “revolucionaria”

Sáb, 06/12/2014 - 04:24
Sí el magnicidio, las masacres, el secuestro y los cilindros bombas contra la población civil terminarán por ser considerados delitos políticos, en la negociación con la subversión armada, no ha
Sí el magnicidio, las masacres, el secuestro y los cilindros bombas contra la población civil terminarán por ser considerados delitos políticos, en la negociación con la subversión armada, no hay ninguna razón para que el narcotráfico no lo sea, o por lo menos para que no se le considere conexo en el marco de los acuerdos de paz. Si de lo que se trata es de acabar la guerra, pues se debe introducir un espíritu para eliminar sus consecuencias y se deben asumir como conexos todos los delitos que estén interconectados, porque es cierto que el narcotráfico en las organizaciones guerrilleras terminó, gramo a gramo, por convertirse en una de las principales tareas de finanzas para soportar la guerra. Y si se parte de que en cualquier negociación de un conflicto armado se requiere de ánimo reconciliador, lo cual implica aceptar incluso algún grado de impunidad, lo que sigue es analizar el tema del papel de la guerrilla en la cadena del tráfico drogas como un delito con propósitos políticos, por equivocados que estos hayan sido. La filosofía del perdón y reconciliación llevan implícito la capacidad de “tragarse los sapos” aún en materia grave. Hay que tener claro que en un conflicto ambas partes creen tener la razón y cada uno cree legítmo lo que ha hecho contra su adversario. Pero para negociar hay que superar el estadio de la descalificación, esa de que unos son los buenos y la contraparte son los malos. No hay nada que hacer. Todos nos equivocamos, como dice la canción y como pregona el único pregonero de paz que no es escuchado por el gobierno, el exministro Álvaro Leyva Durán. Para una negociación en el conflicto colombiano hay que aceptar que todos somos culpables y por supuesto que todos debemos pedir perdón. Eso obviamente se vuelve una línea delgada en donde los delitos más crueles y atroces querrán colarse por la puerta del perdón y en aras no no caer en la impunidad total habrá que poner unos filtros razonables para el bien de toda la nación, que necesariamente pueden resultar exagerados para una de las partes. Pero ese es el juego de la negociación. No hay que llamarse a engaños. Las FARC y el ELN en estos momentos, gracias al proceso de paz del presidente Juan Manuel Santos, han adquirido de alguna manera el estatus de beligerancia. Y eso lleva de contera que se le reconocen sus propósitos políticos, como leitmotiv, luego sus delitos serán considerados políticos. Y la forma de financiar la guerra, que desde luego se hace con acciones ilegales, se enmarcará en ese contexto, lo que significa legalmente que serán delitos conexos. Eso tal vez no le guste al expresidente Alvaro Uribe Vélez y su bancada, ya que lo consideran un retroceso cuando él había logrado que la comunidad internacional los ubicara como terroristas. Pero en aras de la paz es mejor incluso regalarles ese estatus que nunca lograron adquirir. Esa perspectiva se revestiría de grandeza si la paz se vuelve un propósito de la nación en cabeza de su presidente y deja de ser un objeto de manoseo por parte de los intereses politiqueros como hasta ahora ha sido, ora como jugada electorera, ora por propósitos personalistas como el de buscar la Secretaria General de Naciones Unidas, ora por el Premio Nobel de la paz, ora por mantener el estatu quo de unas familias como los Santos y los Lleras para heredarse sucesivamente el trono. La paz se hace reconociendo que todos somos culpables y que todos debemos pedir perdón, pero esto obviamente lleva un corolario: que todos debemos perdonar. Y eso significa estar dispuestos a admitir un mínimo de impunidad en relación con los delitos de la contraparte. Y es ahí donde la puerca tuerce el rabo, como dicen los campesinos y donde le sale la otra pata al cojo como dicen los obreros. Si el narcotráfico termina por ser un delito conexo y se enmarca en la categoría de delito político en aras de la negociación y la paz, habrá que repensar los delitos conexos de los políticos involucrados en la parapolítica. Porque ahí comienza otra línea delgada. Los políticos que terminaron haciendo causa común con los narcos o con los paramilitares tenían sus razones políticas, o de superviviencia física o política, o de finanzas en sus campañas políticas, o de alianzas políticas con quienes eran los dueños y señores en ciertas zonas. O sea que más allá de sus propósitos éticos o altruistas, que tampoco se le identifican claramente a los guerrilleros, los parapolíticos estaban inmersos en delitos que hoy serían conexos. Porque lo que no se puede es caer maniqueamente en que el narcotrafico de la izquierda es bueno y el de la derecha es malo. O que el tráfico, o el gramaje o la distribución de estupefacientes está enmarcado en propósitos loables si lo hacía la guerrilla y en intenciones malévolas si eran los paramilitares, quienes además en su lucha argumentaban enfrentar a la guerrilla por motivos anticomunistas. Esa moral leninista no tiene cabida en una solución integral del conflicto y menos para conducir al país por la senda de la reconciliación. Y en esa misma onda se han manifestado importantes dirigentes en el sentido de que sí a la guerrilla se le perdonan ciertos crímenes cometidos en medio de la barbarie de la guerra, a los militares se les debe dar un trato semejante. Ya lo ha esbozado el propio presidente para que las aguas en las filas militares no se le desborden, cuando habla de guerrilleros amnistiados y militares condenados a 30 años por el mismo delito del Palacio de Justicia. Ahí hay algo que revisar. Esta es la razón por la que la conexitud va más allá de las fronteras ideológicas y se debe repensar al país entero. Pensar como dicen los abogados pragmáticos que más vale un mal arreglo que un buen pleito. Reconocer que todos somos culpables de la violencia que nos invadió durante medio siglo y sobre esa base dar todos el brazo a torcer para no sentirnos buenos los unos y a los otros como malos. Esto solo avanza si todos nos sentimos erráticos, desatinados, equivocados, etc, y que ahora vamos en busca del bien común. No hay que olvidar que cada uno tiene sus justificaciones para cometer sus crímenes. Unos porque supuestamente querían hacer la revolución para que los pobres adquirieran bienestar y otros porque siendo pobres no encontraron otra forma de ingresar al mundo del consumo sino violando las leyes y delinquiendo en su lucha individual contra la pobreza. O seguiremos en la ruta que llevó a Jacobo Arenas a finales de la década de los ochenta a ordenar que todos los frentes guerrilleros se financiaran con lo que daba la tierrita, por lo que algunos asumieron inicialmente el gramaje y luego el tráfico como una tarea revolucionaria. Fue esa la razón por la que desde la Revista Semana investigamos en 1987 cómo las FARC ya estaban en el negocio de las drogas, aunque timoratamente lo hicimos como una pregunta en la carátula ¿Son las FARC el Tercer Cartel? Lo que queda entonces es ponerse modo sensato y pensar que si lo que queremos es salir del atolledaro se hace necesario abrir la mente. O todos en la cama o todos en el suelo, dirán hoy desde la otra barricada, con razón, quienes no ven una visión holística en este tema y sienten que todavía el maniqueismo es el nombre del juego.
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