El plebiscito: el sí o el no

Jue, 22/09/2016 - 16:04
La manida máxima dice “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. Como nación, sistemáticamente preferimos ignorar el pasado y no aprender de errores y aciertos de nuestra histor
La manida máxima dice “Quien no conoce su historia está condenado a repetirla”. Como nación, sistemáticamente preferimos ignorar el pasado y no aprender de errores y aciertos de nuestra historia. Nos enfrentamos a eso todos los días. Lo que somos hoy, lo que vivimos es consecuencia de años, de siglos de acontecimientos. Por ejemplo, desde que existimos como nación solucionamos las diferencias a bala, con disparos de fusil o de palabras. Nacimos como país por un acto de intolerancia. Es como si estos más de 200 años de historia de violencia no nos han enseñado nada. Este tema del plebiscito se convirtió en otro motivo más para enfrentarnos. Se convirtió en una guerra que con el paso de las semanas se ha vuelto más radical y agresiva. Insultos van y vienen. Amenazas de uno y otro bando pululan. Los medios de comunicación y las redes sociales están repletos de mentiras y medias verdades que los defensores de las dos posiciones utilizan para conquistar adeptos. Cada día en vez de ver un debate de lo que contiene el acuerdo, de los pros y los contras de un proceso de paz, el asunto se convirtió en el facilismo de las denuncias. De un lado la entrega del país a las FARC y que votar por el Sí, es elegir automáticamente a Timochenko como presidente. Los promotores del No pintan el futuro como en un paraíso terrenal donde corren ríos de miel y leche para todos y como dijo el presidente Santos “la guerra ha terminado”. Ninguna de las dos posiciones cuenta toda la verdad, no está cerca de la realidad de lo que puede ocurrir pues hay mucho de populismo en las radicales afirmaciones. Hay que comenzar por comprender que un papel firmado el La Habana, Cuba no acaba de tajo con una guerra intestina que nos afecta hace dos siglos. La violencia que hemos vivido –vivimos- no es solo la violencia que resulta del enfrentamiento entre el Estado de derecho y unos rebeldes alzado en armas. Nosotros como país hemos preferido agarrarnos por todo en vez de mirar con respeto las opiniones de los demás, tratar de entender lo que piensan los otros, en vez imponer nuestras propias opiniones, como si solamente lo que yo pienso es válido y lo que creen los demás es ridículo, absurdo y equivocado. Entonces cuando usted no está de acuerdo con lo que yo pienso, nos agarramos, nos vamos a las vías de hecho. Si no nos liamos a puñetazos, nos tratamos de idiotas útiles, mamertos, ignorantes, vendidos y sinónimos varios de mayor o menor calibre. Así resolvemos quién tiene más fundamentos para defender su posición. La firma del acuerdo alcanzado en La Habana entre negociadores de las FARC y el gobierno, es eso, un acuerdo. Es apenas el resultado del tire y afloje, la negociación, el ceder y tragarse los sapos de ambas partes. Hablando con juristas, constitucionalistas y otras personas entendidas en la materia, hay dudas serias sobre algunos aspectos del acuerdo. Perfectamente válido. Hay otros que aseguran que todo está ajustado a la Constitución y normas internacionales y que con semejante respaldo de la comunidad mundial no puede está equivocado. Lo que cuesta creer, es que una y otra parte hayan cedido en todo durante cuatro años, para firmar las 200 y pico de páginas que representan el documento que está sometido el próximo 2 de octubre a la consideración de los colombianos. La rimbombante frase de la guerra ha terminado, no es cierta. No se acabarán los atracos callejeros, las riñas, la violencia intrafamiliar, los robos. No será el fin de la corrupción, las fallas de los sistemas de salud y educación. No desaparecerán el hambre, el desempleo, las desigualdades sociales. Los otros grupos delincuenciales seguirán ahí. Además, todos los puntos incluidos en ese documento van a tardar años en implementarse. No nos vamos a levantar el 3 de octubre para descubrir que todos los problemas en este país están solucionados. Hay un grafiti en la calle 80 con carrera 24 en Bogotá, que dice “yo respeto si usted respeta”. El error de afirmación radica en que el otro tiene que dar el primer paso. Deja implícito que si usted cede, yo cedo, si usted me acepta, yo lo aceptaré, de lo contrario no me muevo. Yo no tengo por qué hacer nada hasta que los demás no hagan algo. Por eso somos intolerantes. Es el reflejo de lo que somos. Solo alcanzaremos la verdadera paz cuando como seres humanos depongamos los espíritus, nuestra agresividad y empezamos a ver y vivir la vida de una manera diferente. Solo es posible cuando veamos a los demás colombianos como personas que en muchos casos piensan diferente, tienen necesidades, aspiraciones y sueños que no son como los nuestros. Esto no las hace mejores o peores que nosotros. Esas personas que no piensan como yo tienen el mismo derecho a sus ideas y merecen el mismo respeto que merezco yo. Solo podremos lograr una paz auténtica si damos ese primer paso, perdonamos, aceptamos y comprendemos. Solo con amor, es posible la paz. Del amor se desprenden el respeto, la tolerancia, la comprensión y la convivencia. Creo que merecemos una oportunidad de construir una nueva nación. Creo que en la posibilidad de la reconciliación y aprender a vivir en armonía. Yo como ser humano, se y reconozco que no siempre soy tolerante, pero estoy dispuesto a dar ese primer paso. Por eso, pese a que tiene cosas que no comparto, que no sea un acuerdo de paz perfecto, tendrá fallas, y que no va a satisfacer a todos, jamás habrá uno así. Yo daré mi voto por el Sí.
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