Fajardo Pide la palabra

Vie, 16/11/2012 - 09:01
Como a mediados de noviembre empezaban las negociaciones del gobierno con las Farc, el gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, se lanzó a hacer unas observaciones sobre lo que ve venir,

Como a mediados de noviembre empezaban las negociaciones del gobierno con las Farc, el gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, se lanzó a hacer unas observaciones sobre lo que ve venir, y las ha llamado prudentemente ¨alertas tempranas¨. Aunque es categórico en sus planteamientos, dice que lo hace a partir de su experiencia y a manera de sugerencia. Lo que es cierto, es que si se tiene en cuenta que salen de uno de los más destacados dirigentes de lo que se conoce como ‘alternativa política’, es decir, de quienes no se ubican en los partidos tradicionales, ni en las extremas, bien vale la pena que los actores del conflicto por lo menos las consideren como útiles para el proceso.

Desde un llamado casi angustioso dice que su generación no sabe qué significa vivir en paz y que se le está acabando el tiempo. Retoma la emoción galanista para decir que hay que apostarle a la paz, ahora o nunca. Y tras señalar que la incapacidad histórica del Estado para hacer presencia en todas las regiones es la principal causal violenta, propone que se incluya el desarrollo del campo como condición para que no perdure la violencia. Es en el sector rural donde están la coca, el oro y la pobreza; donde nacen y crecen las bacrim y las guerrillas; donde están las raíces más profundas de nuestra violencia, dice, para pedir que se construya la paz en el territorio.

Fajardo es un convencido de que los colombianos nos merecemos la oportunidad de vivir en armonía y sugiere que después de los fracasos y los avances militares de parte del Estado, la negociación se vea como una posibilidad razonable. Considera que el conflicto ha durado mucho porque aprendimos a convivir con la violencia fuera de los perímetros urbanos, pero insiste en que es tiempo de pasar de convivir, para sobrevivir, a convivir en paz para desarrollarse.

Con el escepticismo típico de quien se debate entre las ideas, pero con su optimismo moderado, pide la palabra para que se tengan en cuenta a los gobernadores y a los alcaldes, ya que considera que la negociación no radica en ponerse de acuerdo para después darle instrucciones a los mandatarios locales. Eso a su juicio no funciona porque a los gobernantes regionales les va a corresponder liderar la reinserción en sus territorios. Por eso llama la atención para que no se perpetúe esa mirada del poder central que decide y después da órdenes a los territorios.

Para Fajardo el mañana empieza ahora y, por supuesto, el post conflicto empieza ya. Y sostiene que por obligación este tendrá que avanzar sustancialmente en el campo. Afirma que ningún mandatario local ni regional está preparado para una negociación porque no se les ha explicado, lo que sí a los empresarios y a los periodistas, sobre qué está pasando ni qué va a pasar. Eso lo considera algo así como un comportamiento colonial que de seguir traerá serios problemas.

Advierte que no comparte la visión de algunos en el sentido de que si fracasan las negociaciones no pasa nada, o que sería un logro político para el gobierno. Contundentemente sostiene que si fracasan será un gran problema porque nadie a mediano plazo va a pensar en negociación. No se puede ver tan olímpicamente un fracaso porque si los guerrilleros de las Farc saben que su vida terminará en la guerra, y los que están en La Habana habrán tenido el tiempo para diseñar la nueva etapa de la confrontación, el retroceso sería monumental. Ese fracaso aumentará las alianzas con las bacrim e incrementará la violencia ciudadana, el microtráfico, la extorsión y otras formas de criminalidad e ilegalidad. Pide la palabra Fajardo para enfatizar en que la expectativa de una negociación paraliza o desacelera muchas de las acciones y programas, pero anuncia que si hay fracaso habrá más desaliento, desesperanza y el retraso será enorme.

Pero tal vez el mayor acierto de Fajardo es que considera que Colombia necesita una pedagogía de la reconciliación y la convivencia que aún no se imagina. Afirma que la negociación tiene apoyo de las mayorías ciudadanas en un comienzo, pero que se necesita un liderazgo muy grande y claro para aguantar las tensiones que vienen en camino. Es vehemente cuando sostiene que esto está por fuera del lenguaje militar y de la supuesta valentía de los guerreros que asocian reconciliación con debilidad. El sabe, como muchos colombianos, que no se puede descuidar la Fuerza Militar, pero que no sabemos cómo reconciliar y que esa tarea no se puede improvisar. Que tampoco tiene que esperar a que haya negociaciones porque es urgente y tiene que empezar por el Presidente. Hay que apoyar al Gobernador de Antioquia en su idea de que la apuesta debe ser por la población joven de Colombia. En sus años de caminar por lugares pobres y difíciles ha comprobado que las desigualdades socioeconómicas, la ilegalidad y la criminalidad que fomenta el narcotráfico nos condenarán eternamente a la violencia, si no se crean oportunidades para la juventud. Ese es el meollo para él y para muchos colombianos que le emulan. Una juventud que nace en medio de la violencia, desciende de padres y abuelos nacidos en la violencia anida la desesperanza porque se le convierte en una forma de vida. Esa sensación de no futuro en los jóvenes los deja en una sinsalida en la que cualquier opción de vida es válida. Fajardo habla con toda convicción de que la política pública más importante para Colombia debe ser un programa nacional de choque por la juventud, con o sin negociación. Una política de choque cuyo eje sería un programa masivo de becas para la Educación Superior y para la formación para el trabajo, asociado con la presencia física y permanente de universidades públicas en las regiones para crear polos de desarrollo regional fuera de las grandes áreas metropolitanas. Desde su perspectiva de maestro cree que la educación rural merece atención urgente porque hoy es precaria en todos los sentidos. Fajardo pide la palabra por la educación y propone que debe impulsarse un gran programa nacional de emprendimiento joven, con un banco de capital semilla para financiar iniciativas que resulten de este programa. Además, interpretando uno de los dramas juveniles sugiere un programa nacional de prevención del embarazo adolescente y otro de prevención del consumo de drogas. En fin, otro de cultura joven porque, según él, se puede más y de esa forma se le quitan las bases a la violencia para construir esperanza. Es esperanzador que Fajardo haya decidido meter la cucharada y más cuando se hace pertinente que un gobernador, con una visión moderna del Estado y de las costumbres políticas, pida la palabra para decir que con o sin negociación hay que apostarle con toda la capacidad de toda la sociedad a la juventud.
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