Familias violentas, país violento

Jue, 22/09/2016 - 16:02
Se dice que los colombianos tenemos una propensión cultural a la intolerancia y a la violencia y que, si estos condicionamientos no se corrigen desde su origen, será muy difícil alcanzar un estado
Se dice que los colombianos tenemos una propensión cultural a la intolerancia y a la violencia y que, si estos condicionamientos no se corrigen desde su origen, será muy difícil alcanzar un estado permanente de paz. Acaba de aparecer otro estudio en el que describe la violencia intrafamiliar en hogares rurales y urbanos (Universidad de la Sabana, 2016), en el que se destaca que, en ambos grupos, esta es alta, y que las principales víctimas son las mujeres y los menores; la investigación pone de presente que en los últimos cinco años, de acuerdo con la información del Medicina Legal, se han presentado más de 170.000 denuncias sobre violencia intrafamiliar en el país y se proyectan cerca de 30.000 casos este año en Bogotá. Estas estadísticas serían espeluznantes en cualquier otra parte, pero entre nosotros se han convertido en algo natural y corriente. Existen muchos y buenos estudios nacionales sobre violencia intrafamiliar y violencia general: Malcon Deas y Fernando Gaitán (1995) escribieron Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia, Rocío Ribero y Fabio Sánchez (2004) tienen un análisis sobre determinantes, efectos y costos de la violencia intrafamiliar y el Instituto de Medicina Legal (Hernández, 2014) produjo un documento extenso en el que se dice que en 2013 se hicieron más de 68.000 peritaciones, la mayoría por violencia psicológica y física entre las parejas, que el 77 % de las víctimas son mujeres y que el 14 % son niños. Por su parte, la Dijin reportó, en 2015, 74.972 repartos por la misma causa. Todo lo anterior demuestra que estamos ante un fenómeno serio y de altísima frecuencia que podría ser una de las explicaciones de la violencia general del país. La violencia en el hogar corresponde, en la mayoría de los casos, a lo que se llama “manoteo” o maltrato psicológico por abuso del autoritarismo de los padres; sigue la violencia física, que en muchos casos termina en homicidios tanto de mujeres como de niños, inclusive recién nacidos. Una posible conclusión es que desde la familia se está produciendo el germen de la violencia social y se están incubando comportamientos antisociales que evolucionan hacia el delito en sus varias formas. Un niño maltratado es un resentido que, potencialmente, se convierte en delincuente, o en muchos casos en desadaptado. El historial de la mayoría de delincuentes comienza en su casa, su desadaptación social se inicia en edades tempranas. La familia sigue siendo el núcleo básico de cualquier organización social contemporánea, fruto esta de una evolución que, desde tiempos prehistóricos, era la gens —o en términos comunes la tribu—, que se fue diferenciando y evolucionando hacia la actual célula familiar, compuesta por padres e hijos, de sangre o adoptados, hasta familias extendidas a varias generaciones. En la larga historia de la humanidad la familia ha evolucionado: actualmente existen varios tipos de familia, inclusive la homoparental, aceptada social y legalmente en muchos países. La familia protege y cuida a sus miembros; nuestro héroe deportivo Nairo Quintana dijo: “Dedico este triunfo a mi mamá, que siempre reza por mí”, y agregó: “Mi familia es mi motor”, reflejando la sensación de protección y estimulo que esta proporciona. La familia enseña a vivir y convivir en los primeros pasos, antes de que los hijos se enfrenten a espacios sociales más amplios, complejos y a veces hostiles. La familia inculca sistemas de valoración y moldea la conducta futura de sus integrantes. La familia es motivo de regocijo y de paz, por ello se reúne para festejar. La familia crea proyectos de vida colectiva e individual. Para la mayoría, la familia es un referente obligado durante la vida, hasta la muerte. Entre los principales factores responsables de cambios en la constitución y funcionamiento de las familias, particularmente en Occidente, se destacan el envejecimiento de la población, la emancipación de la mujer, la revolución industrial y del empleo, la preponderancia del Estado laico, la pérdida de las identificaciones religiosas y, ahora, la irrupción tecnológica con el celular, el computador personal, las tablets y los videojuegos, la revolución de la comunicación con las redes sociales y la multimedia, la urbanización y la concentración de viviendas, la institucionalización de la educación desde temprana edad, la influencia de los medios —particularmente la televisión— y los cambios políticos, entre otros. Son demasiados elementos de transformación que merecen un análisis separado, con el objeto de entender cuáles son modulables o controlables y sobre cuáles es difícil o imposible actuar. La dinámica demográfica interviene a través de algunas variables: la población y los hogares se van envejeciendo y hay una proporción mayor de ancianos; las mujeres tienen menos hijos y el núcleo familiar se hace más estrecho, con tres a cuatro integrantes en promedio; crecen las tasas de embarazo de las adolescentes;  los hijos abandonan el hogar a menor edad y se llega al matrimonio o a la unión libre más tarde. La urbanización, que en Colombia es cercana al 75 %, produce cambios en factores como la educación, el empleo y el estilo de vida. Hace tiempo, la familia era el centro de la socialización y de la educación inicial; ahora los niños son entregados al sistema educativo en los jardines escolares desde que son gateadores o párvulos, y continúan dentro del sistema por muchos años, en la mitad de los casos hasta culminar la educación terciaria o universitaria. Esta separación física de niños y padres les puede dar a los primeros mayor autonomía y responsabilidad, pero los expone a una buena o mala formación en el campo de los valores y del comportamiento social, dependiendo —desde luego— de los planteles y los profesores. No olvidemos que el hogar puede ser un soporte o ancla emocional y de orientación que brinda protección especial a los menores cuando más lo requieren. Una familia conflictiva y violenta es el peor escenario de iniciación a la vida que puede tener un niño; una familia responsable y amorosa puede constituirse en el  trampolín del éxito a lo largo de la existencia. La paulatina emancipación de la mujer, debida a la revolución industrial y a la modernización de las economías, le permitió acceder al trabajo y obtener ingresos propios; a la vez, el cambio de las creencias y prácticas frente a la sexualidad y el desarrollo de la píldora anticonceptiva contribuyeron a cambiar el rol de la mujer y, en muchos casos, la convirtió en cabeza del hogar. La ausencia de la casa durante la jornada laboral la ha obligado a separarse durante el día de sus hijos y a confiarlos a otras personas, o enviarlos a instituciones. Las religiones —entre otras la judeo-cristiana en Occidente— han influenciado a las familias, no solo por medio del ritual y vínculo matrimonial, sino inculcando valores religiosos y de vida que solidifican y unen a sus integrantes. El enfriamiento de los sentimientos religiosos y el alejamiento de muchos fieles puede ser otro factor contribuyente a la debilidad y ruptura de muchas familias. La separación y el divorcio en una alta proporción de las parejas van de la mano de la pérdida de influencia de las iglesias. La disminución del contacto entre padres e hijos y entre hermanos se debe, además de lo mencionado arriba,  a que vienen apareciendo otras formas de relación social por fuera del hogar: los amigos de escuela y de barrio y los “compañeros virtuales” (computadores personales, las tablets, los teléfonos celulares, los videojuegos y la multimedia) y, más recientemente, el fenómeno de las redes sociales que, aunque tengan aspectos positivos,  crean mundos paralelos causantes de alienación. En conclusión, la familia tradicional está fuertemente amenazada en nuestros días, y esa amenaza se traslada a la sociedad entera. A pesar del impacto de diversos factores, aún se conserva la fuerza del núcleo familiar, pues no existe sustituto para él. Sin embargo, el debate actual no suele girar en torno de la importancia de preservar y fortalecer la red familiar, sino sobre el reconocimiento legal y social de formas alternativas de conformación de esta, lo cual no es censurable, pero es una equivocación del foco hacia donde deberían centrarse las preocupaciones. La pregunta debería ser: ¿qué podemos hacer como sociedad para mantener y fortalecer a las familias? Si consideramos los factores de cambio vistos antes, la mayoría escapan a la capacidad de la sociedad para actuar por medio de sus instituciones y de las políticas públicas, a fin de modificar la situación y las causas que originan los cambios. Poco podemos hacer en relación con las redes sociales, ni con el uso de los celulares, ni con los cambios estructurales del entorno familiar. Tal vez la educación, en el largo plazo, nos pueda ayudar a recuperar el papel de la familia, y en esa estrategia deberíamos incluir a los medios de comunicación privados, cuya principal responsabilidad social debería estar orientada al fortalecimiento de la estructura familiar. Respetar y propiciar las actividades religiosas, sin privilegiar ningún culto, sería otra apuesta en favor de la unidad familiar. Lo que no puede hacer la sociedad, representada principalmente por el Estado, es mantenerse impávida frente a lo que está ocurriendo. Las familias disfuncionales contribuyen a conformar una sociedad problemática; la violencia intrafamiliar genera violencia general; el resentimiento comienza desde casa, el odio tiene su origen en las relaciones de familia. Todo lo que hagamos desde el Estado, desde las organizaciones sociales y desde las mismas familias por dar fuerza a la unidad familiar será ganancia para el país futuro.   Referencias Deas, M y Gaitán, F. (1995). Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia. Bogotá: Fonade. Hernández, H. (2014, julio). Comportamiento de las lesiones por violencia intrafamiliar, Colombia, 2013. En: Forensis: datos para la vida (pp. 333-402). Bogotá: Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses. Ribero, R. y Sánchez, F. (2004, noviembre). Determinantes, efectos y costos de la violencia intrafamiliar en Colombia. Bogotá: Universidad de los Andes, CEDE. [Disponible en https://www.academia.edu/5047050/DETERMINANTES_EFECTOS_Y_COSTOS_DE_LA_VIOLENCIA_INTRAFAMILIAR_EN_COLOMBIA]. Universidad de la Sabana (2016). Estudio revela el oscuro panorama de la violencia intrafamiliar que se vive en el campo colombiano. [Disponible en http://www.unisabana.edu.co/nc/en/la-sabana/campus-20/noticia/articulo/estudio-revela-el-oscuro-panorama-de-la-violencia-intrafamiliar-que-se-vive-en-el-campo-colombiano/].    
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