Hágale Alcalde, cambie

Vie, 21/09/2012 - 00:32
Creo que las versiones sobre la salida de Gustavo Petro de la Alcaldía son simples especulaciones. El Alcalde terminará su período, eso sí en medio de grandes dificultades nacidas en buena parte d
Creo que las versiones sobre la salida de Gustavo Petro de la Alcaldía son simples especulaciones. El Alcalde terminará su período, eso sí en medio de grandes dificultades nacidas en buena parte de su modo de ser. Hoy el peor enemigo de Petro es Petro mismo, es él su mayor amenaza. No creo que el Presidente Santos, que en esto tendría la última palabra, embarcado como está en  las negociaciones con las Farc, quiera abrir un frente de confrontación y oleaje político en Bogotá y precisamente para remover a uno de los emblemas que tiene para mostrarle a la guerrilla que los votos son más efectivos que las balas. Santos no le hará la vida fácil a Petro porque le interesa que permanezca en el cargo, pero no que se crezca políticamente en él. En definitiva, la suerte de Petro está en sus manos. De inmediato, tendría que dejar de estar echando al aire propuestas, muchas interesantes pero que las suelta en bruto. Propuestas  que piden a gritos ser discutidas, contextualizadas en la realidad y aun en las posibilidades administrativas de Bogotá, planeadas, concertadas con las diversas instancias y actores de la vida de la ciudad,  “vendidas” a la ciudadanía y luego… ejecutadas. Su soberbia,  que es su talón de Aquiles como persona, lo lleva a pensar que simplemente  por ser el alcalde, todo ello es superfluo e innecesario. Además desprecia que un gobierno, que la tarea de gobernar sea faena de equipo, no de un hombre solo y en  la Bogotá de hoy no hay equipo ni para una foto. Petro por ejemplo, tiene razón en que la ciudad no puede seguir expandiéndose indefinidamente hacia la Sabana circundante mientras que su centro se vuelve un verdadero agujero negro, a la  manera norteamericana, de crecer los suburbios y abandonar el centro. La redensificación de lo que denomina el centro ampliado es fundamental para  que la expansión del área urbana se haga de manera ordenada y no al simple impulso de los pobres sin techo que invaden terrenos con la esperanza de que luego los legalice el Distrito o de urbanizadores que no tienen, no tienen por qué tenerlo, un proyecto integral y prospectivo de ciudad, tarea y responsabilidad que le corresponde al gobierno distrital. El centro de Bogotá visto desde lo alto de uno de sus edificios —lo hice durante cuatro años desde la Secretaría de Gobierno en el piso 36 del edificio de Avianca—, presenta un paisaje de ciudad bombardeada, con lotes abandonados transformados en parqueaderos improvisados, mientras sus dueños esperan el momento de embolsillarse una cuantiosa valorización, producto de la plusvalía que le generará esa tierra gracias a las inversiones que realice la administración de la ciudad y a las demandas por tierra urbana nacidas de su crecimiento. Un nuevo “plan centro” requiere integrar acciones diferentes para adelantarlas de manera coordinada: crear la necesidad de que esos lotes sean debidamente construidos, no a las volandas para evitar una expropiación. Que la plusvalía sea compartida con su principal generadora, la ciudad misma con sus inversiones y su vigor.  Ahí están las normas sobre plusvalía, esperando ser aplicadas. El espacio público hoy es tierra de nadie, no de todos. Debe tener usos regulados, no de invasión. Hoy  el centro no da ni para ser calificado de “mercado persa”, con el perdón de los persas. Peatonalizar sin ofrecer previamente alternativas reales a la movilización es no solo un disparate, sino una irresponsabilidad. Lo que está haciendo con la vieja Calle Real, hoy carrera Séptima es un adefesio por donde se le mire, monumento a la improvisación como manera de gobernar: en lo urbanístico, en lo social, en el mejoramiento de la calidad de vida del bogotano de a pie y de preservación del golpeado y maltrecho centro de la ciudad: en fin, contra la estética y, crecientemente, hasta contra la higiene pública. Esas alcaldadas, no la acción de sus enemigos o de los organismos de control, son la amenaza del Alcalde. En sus manos está la solución, pero le falta la humildad  que hace grande a los seres humanos. Lástima.
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