Honores y errores en medicina

Mié, 24/04/2013 - 01:03
 Desde comienzos del siglo XIX ocurren sucesivas y letales epidemias de cólera en Occidente. Aunque la enfermedad ya er

 Desde comienzos del siglo XIX ocurren sucesivas y letales epidemias de cólera en Occidente. Aunque la enfermedad ya era descrita en textos indios quinientos años antes de nuestra era, llega a Europa apenas en 1829. El brote de 1848-1849 causó alrededor de 50 mil muertes en Inglaterra y Gales. Aún hoy sufrimos casos de ella, por ejemplo, hace veinte años en varios países de América Latina y hace poco en Haití tras el terremoto. La prevención entonces de esta grave enfermedad epidémica ha sido difícil y su historia compleja e interesante. 

En el revolucionario año de 1830 tras “los Tres Días Gloriosos” de la historia francesa se establece en ese país una monarquía constitucional rechazando volver al “Ancien Régime” borbónico. El ambiente social con grandes masas de pobres y obreros en esa época es bien pintado en Los Miserables de Víctor Hugo. Recordemos que su protagonista, Jean Valjean, escapa en la última parte del libro por las cloacas de París, lo que ilustra un aspecto de la historia que estamos relatando, pues Francia estaba sufriendo aquellos días una gran epidemia de cólera. Y los obreros revolucionarios, protomarxistas diría yo, culparon a los capitalistas de la gran mortandad por esa enfermedad sin entender su causa. No les faltaba razón desde nuestra perspectiva actual porque la revolución industrial había ocasionado el crecimiento excesivo de ciudades sin adecuados acueductos y alcantarillados.

Las autoridades médicas de aquel tiempo creían que la epidemia se originaba no en las aguas sino en vagos vapores miasmáticos. Tendríamos que esperar cincuenta años más para entender la teoría infecciosa de las enfermedades con Pasteur y Koch. Pero había un médico que pensaba distinto a todos. El Dr. John Snow, en Londres, sabía de vapores: investigaba los anestésicos y le daría cloroformo a la Reina Victoria en su octavo parto, evento que popularizaría la nueva técnica.

Snow no creía que el cólera estuviera en el aire. Desde 1849 en su libro De la forma de comunicación del cólera había sostenido que el problema estaba en las aguas. Esto iba en contra del pensamiento médico de la época y la teoría fue recibida con desprecio y enemistad por sus colegas. En 1854 realiza un mapa, el “mapa fantasma” fue llamado, de las muertes por cólera en el distrito londinense de Soho, mostrando que ellas se centraban alrededor de la bomba de agua de la calle ancha (Broad Street). El 7 de septiembre de ese año logra cerrar esa fuente y los casos de la enfermedad disminuyen marcadamente. Sabía que no todo se debía a su intervención, pues los casos venían disminuyendo desde semanas atrás pero fue un gesto de gran y buena retórica médica que inaugura la epidemiología moderna para muchos historiadores. Comprobó la teoría de transmisión por agua, aún sin saber de bacterias, unos pocos años después en estudios más detallados de la incidencia de casos de cólera en distintos acueductos de Londres.

Ni los políticos, ni los dueños de los servicios privados de agua, ni los médicos le creyeron. Ya a principios de ese siglo Louis en Francia, el predecesor de nuestra medicina de evidencia, había postulado que las verdades médicas son siempre provisionales y hay que contar casos para llegar a cierto grado de certeza.  No podemos olvidar la incertidumbre del conocimiento médico. Pero es bien difícil dejar de creer en nuestras “verdades” aceptando errores anteriores y nuevas explicaciones. Esos errores médicos muchas veces se publican en reconocidas revistas.

El Lancet es una de las más antiguas (1823) y respetadas revistas de medicina general. En sus casi dos siglos ha publicado unos cuantos errores mayores, por ejemplo, la asociación del autismo con vacunas en 1998. Se ha retractado de alguno de ellos y ha “retirado” de la revista artículos ya publicados. El sábado 13 de abril de este año, doscientos años después del nacimiento de John Snow, intentó reparar uno de sus errores. El primer obituario de la revista al morir Snow, a los 45 años de edad, en 1858, fue insultante en su brevedad. Dice así: “Ha muerto el conocido Dr. Snow el 16 al mediodía en su casa de Sackville Street de un ataque de apoplejía. Sus investigaciones sobre el cloroformo y otros anestésicos fueron apreciados en su profesión” En poco más de treinta palabras resumía su productiva carrera no mencionando para nada sus teorías sobre la transmisión del cólera.

Hace dos semanas (The Lancet, Volume 381, Issue 9874, Pages 1302 - 1311, 13 April 2013) la revista publicó varios artículos y un nuevo obituario de Snow tratando de reparar su histórico descuido. Quizás es un error esperar honores en un oficio, la medicina, de verdades provisionales. La verdad definitiva e indudable en medicina es una utopía. Los profesionales de la salud que esperan premios, reconocimientos y condecoraciones no pueden olvidar eso.

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