La colcha de retazos de los derechos humanos

Vie, 08/04/2011 - 10:02
Yo sigo escribiendo sobre la posibilidad de que algún día en este país se pueda hablar, al menos, del reconocimiento de las garantías básicas de los asociados desde la perspectiva del reconocimie
Yo sigo escribiendo sobre la posibilidad de que algún día en este país se pueda hablar, al menos, del reconocimiento de las garantías básicas de los asociados desde la perspectiva del reconocimiento y reivindicación de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario que deportivamente en la gran mayoría de los sectores se “pasan por la faja” y además, quienes luchamos por lograr propósitos encaminados a materializar ese sueño mínimo, estamos poniendo en riesgo nuestras vidas. Por fortuna existe la tribuna periodística que permite la libre expresión en la mayoría de los casos y que tiene la responsabilidad de actuar de manera objetiva y neutral. Hablar de Derechos Humanos en Colombia es casi tan triste como hablar de democracia en Venezuela. Basta con ver los informes de Human Rights Watch acerca de las flagrantes violaciones a los DD.HH y al DIH en nuestro país, para darse cuenta de la insensibilidad, no sólo de los que atacan con armas, sino de los que permiten por las vías de derecho, que aquellos sigan masacrando, como por ejemplo la clase política y gobernante, que cada vez es más evidente en su complicidad, disfrazada y mimetizada, tras un traje legislativo que no es de su talla. A mi juicio, es moral y jurídicamente inconcebible que hoy por hoy se siga creyendo que la impunidad de los sujetos activos de las violaciones de Derechos Humanos, se tenga por un “mal necesario” o sencillamente por un aspecto desafortunado que nos depara el destino. Y si miramos hacia la llamada justicia transicional, entonces estaremos condenados a decir que es esta la cuota sobre la cual tenemos que pagar la factura de avanzar hacia sistemas democráticos. Mejor dicho, todo por bonito que suene, de bonito no tiene nada y más bien se me antoja pensar, que no es más que un bonito empaque, que envuelve  el regalo de la degradación del entorno socio-político. Colombia lleva casi los dos centenarios de su existencia padeciendo las consecuencias y efectos descarnados de la violencia; violencia partidista, de oposición, de narcoterrorismo, narco política, de narco guerrillas, narco paramilitarismo y ahora las famosas Bacrim, que sin duda, no son otra cosa que un reducto de todo lo anterior y patrocinada por el caldo de cultivo número uno a nivel mundial de las organizaciones violentas: el narcotráfico. En un orden de ideas lógico y luego de ver el romanticismo y la irresponsabilidad con  que se  llama (con pseudónimos), a las violaciones de lo Derechos Humanos, uno pensaría que un Estado que se predica democrático, participativo e incluyente, pondría todo su empeño y emprendería una campaña tendiente a la implementación y reconocimiento de los derechos fundamentales de sus asociados y las instituciones como garantes de los mismos. Para nadie es un secreto, que eso no tiene asidero ni espacio en nuestra sociedad, que aun no ve los días de sus violaciones. Pero eso no es lo peor y una demostración de la criminalidad y complicidad de las instituciones con el crimen organizado es la “colcha de retazos” por la cual se dictan medidas de atención, reparación integral y restitución de tierras a las víctimas de violaciones a los derechos humanos e infracciones al derecho internacional humanitario y se dictan otras disposiciones, popularmente conocida como Ley de Víctimas.   Esta obra maestra de los padres de la patria, sobre la cual votaron el miércoles pasado, el segundo bloque de sus artículos, es uno de los ejemplos más claros de la deshumanización de los derechos. Es esto una verdad tan de apuño, que no ha podido empezar peor, ya que el nefasto comienzo de esta discusión legislativa ha dado como resultado que David Jesús Goes, líder campesino, representante de 120 familias que perdieron sus terruños (20.000 hectáreas en Tulapa y Turbo en el Urabá), hoy goce de la presencia de Nuestro Señor, al encontrarse con la muerte en Medellín el 23 de marzo pasado. Bernardo Ríos Londoño, miembro de la comunidad de paz, no contó con mejor suerte, pues fue fusilado un día antes que David, en la vía a Apartadó; Eder Vérbel Rocha, miembro del Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado, también fue silenciado por las armas en cercanías de San Onofre, por no querer vender su parcela. Esto sólo mencionando los más recientes, pues la lista es larga. Con todo, una ley de víctimas que contemple una mortal combinación de reparaciones administrativas, mezcladas con judiciales, restituciones de tierras, compensaciones y poco sentido de memoria, verdad y justicia, jamás va a lograr la reconciliación y esto por decir lo menos. Es un proyecto de ley que discrimina a las víctimas y desconoce los principios de la Constitución, con arreglo a los tratados de Derechos Humanos,  Derecho Internacional Humanitario y sus corolarios, no puede ser más que un elemento más de guerra y apalancamiento a la impunidad. Reflexionemos: Esto no es un juego, se trata de reivindicar los derechos de las víctimas desprotegidas, que serán cobijadas con una colcha de retazos con el rótulo: Derechos Inhumanos. Twitter: @colconmemoria
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