La injusticia

Lun, 16/05/2016 - 02:44
No importa de dónde venga ni contra quién vaya: la injusticia es inaceptable siempre. Cuando la infamia toma cuerpo, el color político y las tendencias ideológicas pasan a un segundo plano, porque
No importa de dónde venga ni contra quién vaya: la injusticia es inaceptable siempre. Cuando la infamia toma cuerpo, el color político y las tendencias ideológicas pasan a un segundo plano, porque lo que está en juego es el ser humano y su integridad. No me cansaré de repetirlo: la injusticia deprime al universo social, destroza la confianza y daña irremediablemente a los ciudadanos. Lo advirtió Montesquieu: “Cualquier injusticia contra una sola persona representa una amenaza hacia todas las demás”. Nada duele más que una injusticia, nada hace sentir mas impotente a una persona que la tropelía en un sumario. El Estado muestra su cara oscura, cuando desconoce las garantías procesales de un encartado, para perseguirlo, arrinconarlo y destruirlo. El peor de todos los delincuentes es el operador judicial, que, amparado en su investidura y apalancado en el poder punitivo que le confiere la constitución y la ley, arrasa con el sindicado, guiado por sus intereses políticos y odios personales, y no por la prueba y el derecho, como dicta el deber ser. Por eso, cuando la justicia se pone al servicio de determinadas causas políticas, se desnaturaliza, se corrompe; ella misma se encarga de desprestigiarse. Los fiscales y jueces no deben meter sus narices en esos asuntos que les son totalmente ajenos. No hay nada más nefasto para una democracia que una justicia En Colombia la injusticia ha llegado hasta el tuétano de la judicatura, a niveles impensables de maldad y sevicia. Las decisiones judiciales se convirtieron en la mejor de todas las armas. Ojalá no sea tarde para enderezar el rumbo: esas heridas son difíciles de sanar. Entre más injusticias patrocinemos, más violencia cosecharemos; ergo la paz se alejará. Hoy quiero referirme a una injusticia colosal, del tamaño de una catedral gótica, en otra latitud: la acusación contra la presidenta constitucional de Brasil: Dilma Rousseff, la primera mujer elegida para ese importante cargo en su país, con el voto de cerca de 55 millones de sus compatriotas. Contrario a lo que muchos creen, a la señora Rousseff no se le investiga por el escándalo de los sobornos en Petrobras (ni siquiera ha sido indagada por esa causa). A ella se le acusa de un presunto crimen fiscal, por una maniobra contable (práctica inveterada en la que han incurrido gobiernos locales, regionales y centrales en Brasil). El proceso contra Rousseff es una abominación indescriptible, debido a que no se ha perdido un solo Real del erario. Sus detractores quieren lograr, por la vía judicial, lo que no pudieron en las urnas. Luego de ver la entereza, gallardía y valor de Dilma al dirigirse a sus seguidores hace un par de días, no dejo de pensar que, a pesar de los atropellos, mientras haya en este mundo corazones guerreros, la justicia un día triunfará. La ñapa: El acuerdo anunciado por el gobierno y las Farc, para blindar jurídicamente la negociación, es abiertamente inconstitucional. No sean tercos: la solución adecuada para resolver el asunto es una constituyente. abdelaespriella@lawyersenterprise.com
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