A medida que avanzan las horas para el inicio de las negociaciones en La Habana, uno siente que baja el optimismo y crece la incredulidad hacia el proceso. Hay como un ambiente enrarecido, una tormenta de incertidumbre y descontento en una opinión pública que no entiende a las Farc y no encuentra en sus expresiones ninguna voluntad de paz.
¿Por qué será que las Farc quieren negociar, qué será lo que buscan, hasta dónde quieren llegar? Mucho han dicho pero poco han aclarado. Ni el largo discurso de Iván Márquez, ni los irónicos comentarios de Santich, ni la retórica grecoquindiana de Timochenko han servido para aclarar las dudas de un país que siente que se avecinan épocas muy duras, como si estuviéramos esperando un ciclón de esos que arrasan todo a su paso.
La gente quiere que haya paz, anhela la paz, sueña con la paz, pero cada que la guerrilla abre la boca o comete actos de guerra, el apoyo al proceso se reduce, el miedo aumenta y las voces de oposición, que en un principio eran débiles y aisladas, ahora se dejan sentir con más fuerza y más unificadas. El 15 de noviembre llega en medio de nubarrones y malos presagios, y las partes, en especial los negociadores del gobierno, tendrán que ser muy cuidadosos para avanzar en estas aguas turbulentas.
Las Farc, más propagandísticas que prácticas, han hecho varias jugadas importantes. Mantienen la exigencia de integrar a Simón Trinidad a la mesa de negociación y con ello le piden indirectamente a los Estados Unidos que avale el proceso, lo que podría darle mucha legitimidad si Obama accede a esa petición; integran a la mesa de negociación a Tanja, la guerrillera holandesa, después de un rápido ascenso a dirigente internacionalista, y con ello buscan que la comunidad europea acepte las explicaciones de esta nueva Robin Hood, o Che Guevara femenina, sobre la necesidad de una revolución armada para acabar con las injusticias sociales en Colombia. Y para completar el ramillete de jugadas arriesgadas, le responden al Gobierno con duras acciones militares y anuncian un paro armado en el Chocó. Como quien dice: si el Gobierno quiere negociar en medio del conflicto, pues ¡que haya conflicto de verdad!
Pero no todas han sido jugadas exitosas por parte de las Farc. También han cometido grandes embarradas, han pelado el cobre y han perdido puntos. Decir que las víctimas son intrascendentes en este proceso y, además, plantearse ellas mismas (las Farc) como las únicas víctimas, no solo es una atrocidad y una mentira, sino también una estupidez y una falta de tino.
Si aceptáramos, en gracia de discusión, que las víctimas son intrascendentes y que las Farc son las únicas víctimas en este terrible conflicto de más de cincuenta años, entonces debemos concluir que lo que la guerrilla quiere decir es que ella es intrascendente, porque es víctima, lo que sería un acto de generosidad increíble. Sería tanto como creer que las Farc como “única víctima del conflicto” deponen sus intereses en la negociación, por ser intrascendentes.
Lamentablemente la coherencia de la guerrilla no ha sido su rasgo distintivo, por el contrario vive en permanente contradicción entre lo que dice y lo que hace. Cuando se refiere a víctimas intrascendentes no están hablando de sí mismas, todo lo contrario, está hablando de otras personas, de todas aquellas a las que les han hecho daño, a las que han matado, secuestrado, mutilado o extorsionado. Esas son las intrascendentes para las Farc, no vamos a confundirnos.
En mala hora decidieron referirse a las víctimas en esos términos infames. Esperemos que esa mala hora no se propague y termine por erosionar el respaldo de la opinión pública nacional e internacional, un respaldo que ya muestra grietas profundas y preocupantes.
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