La misión es derrotar el odio

Vie, 24/06/2016 - 02:41
Quedamos nuevamente petrificados con la desgarradora noticia procedente de los EE.UU. que informaba de un ataque, con más de cincuenta muertos, en una discoteca de Orlando (Florida) donde al aparecer
Quedamos nuevamente petrificados con la desgarradora noticia procedente de los EE.UU. que informaba de un ataque, con más de cincuenta muertos, en una discoteca de Orlando (Florida) donde al aparecer los móviles fundamentales del atacante era su homofobia. Según la academia, Homofobia es el término que se ha destinado para describir el rechazo, miedo, repudio, prejuicio o discriminación hacia mujeres y hombres que se reconocen a sí mismos como homosexuales. ¡Esto es inaceptable! Como avanza el odio en el corazón de los hombres, hasta el punto de perpetuar una masacre de estas dimensiones, solo por no tolerar ni aceptar las diferentes opciones sexuales de los hombres y las mujeres pobladores de este denso planeta llamado Tierra. Que está sucediendo en las estructuras mentales de estos seres tan proclives al terror y a la muerte, donde con escalofriante sangre fría y tras un período de preparación mental deciden armarse hasta los dientes y arremeter contra personas pacificas e inocentes por el simple hecho de no aceptarles su inclinación sexual en algunos casos, mientras en otros es el color de la piel o sus preferencias religiosas e inclinaciones políticas las que los lleva a terminar como víctimas en este holocausto. Es necesario hacer, y con urgencia, un balance estructural acerca de esta grave y compleja patología social que avanza a un ritmo endiablado, sumergiendo a las culturas en los más oscuros despropósitos de cómo aumentar la violencia, para de esta forma incrementar las guerras fratricidas y llevarnos al desastre como planeta, nación y pueblo. La masacre vivida en los Estados Unidos no es un hecho más de esos que ocurren cíclicamente en dicho país, es más la consecuencia de un discurso conservador reiterado, no solo contra los homosexuales, sino además contra los inmigrantes, la xenofobia y rechazo a las minorías, discursos que se han ido incorporando en la cultura, generando una intolerancia a todo lo que sea diverso a la raza de la clase hegemónica. Del mismo modo me atrevo a decir que este discurso conservador no es patrimonio del gran imperio del norte, también lo vemos reiterada mente en Colombia, quienes se colocan en divergencia y franca oposición a toda idea renovadora que emerge en el panorama social y político, como la igualdad de género, el respeto y reconocimiento a la tendencia LGTB, reconocimiento y reivindicación de las minorías y muy especialmente la Paz. En este último caso, me refiero a la sistemática campaña que vienen realizando grupos de Representantes y Senadores afiliados al partido político Centro Democrático que acaudilla el expresidente de la república Álvaro Uribe Vélez. Ni siquiera la doble generosidad de los colombianos al elegirlo dos veces presidente ha logrado atenuar el odio profundo que el expresidente y sus seguidores profesan contra la Paz, cuando habla de enfilar todos sus esfuerzos para derrumbar esa pálida luz que han encendido el Presidente Juan Manuel Santos y las Farc en los diálogos de La Habana. Pero más dolor me producen los escritos y ponencias de escritores y periodistas de provincia, muchos amigos míos, que sin el menor recato hacen eco estridente al expresidente en referencia, pidiendo cada quien con más fuerza, ir afectados por el odio y la rabia en contra de la débil y frágil paloma de la Paz. Como médico que he sido, estudioso por más de cincuenta años de comportamientos patológicos, no logro entender esta tendencia de “amor” por la muerte. Viene a mi memoria la frase dilapidaría del general Millan-Astray, en la guerra Civil Española, cuando en la Universidad de Salamanca y frente la presencia emblemática del profesor Unamuno, se atrevió a gritar: ! viva la muerte ¡, que las generaciones de hombres y mujeres del mundo recordamos aterrados y sorprendidos. Quienes se reclaman dirigentes políticos de la nación no pueden, bajo ningún presupuesto, hacer invocaciones camufladas o abiertas contra la reconciliación nacional y muchas menos a favor de la violencia y de la muerte. Los tiempos en que desde el Congreso de la República se llamaba a desarrollar una política de sangre y fuego contra indefensos colombianos ya terminó hace muchos años, para bien de la sociedad colombiana. Hoy deben cesar los llamados a la guerra y la violencia. Quienes lo hacen y persistan deben prepárense para responder ante el inapelable Tribunal Supremo de la Historia. Hoy en día, el problema del odio generador de violencia tiene seriamente preocupada a la comunidad internacional, y la misión que se impone como necesidad, es el destierro del odio de todas las culturas, trabajar modelos que permitan darle salidas diferentes a las complejas contradicciones que acompañan a las sociedades. En este camino cobra mucha vigencia los aportes que a nivel de la investigación de las emociones, han logrado neurofisiólogos como Joseph LeDoux, del Center for Neural Sciences, de la Universidad de Nueva York y Rodolfo Llinás, nuestro científico colombiano, quien ha sido director del departamento de Fisiología y Neurociencia de la Escuela de Medicina de la misma Universidad. Ellos entregaron investigaciones muy serias que retoma Daniel Goleman, en su libro “Inteligencia Emocional”, quien plantea: “en la medida en que la vida familiar está dejando ya de ofrecer a un número cada vez mayor de niños un fundamento seguro para la vida, la escuela está convirtiéndose en la única institución de la comunidad en la que pueden corregirse las carencias emocionales y sociales del niño. Con ello no quiero decir que la escuela, por si sola, pueda sustituir a todas las demás instituciones sociales (que, por cierto, se hallan al borde del colapso con demasiada frecuencia). Pero dado que casi todos los niños están escolarizados (por lo menos en teoría), la escuela constituye el lugar privilegiado en el que se pueden impartir a los niños las lecciones fundamentales para vivir en armonía, que difícilmente podrán recibir en otra parte”. De este modo, el compromiso de todos es con un consciente proceso de “ALFABETIZACIÓN EMOCIONAL” que se inicie desde el mismo seno de la familia, se profundice en la tarea fundamental de la escuela, para que con la ayuda de los maestros, a quienes hay que reconocerles este trabajo adicional, reforzado a su vez por los medios de comunicación, el cine y los programad culturales, además de la presencia constante de la comunidad, de tal forma que se pueda ir construyendo una nueva cultura cuya misión fundamental es desterrar el odio fratricida de los corazones de los colombianos. Ex. Embajador de Colombia en Europa. Vice. Presidente del Comité Permanente de Defensa de los Derechos Humanos. (CPDH) 21 de Junio de 2016
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