La paz sea con nosotros

Vie, 25/09/2015 - 12:03
El apretón de manos entre el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias «Timochenko», aupado por el presidente cubano, Raúl Castro, es como para
El apretón de manos entre el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de las FARC, Rodrigo Londoño Echeverri, alias «Timochenko», aupado por el presidente cubano, Raúl Castro, es como para celebrar. La posibilidad de que exista paz merece un brindis aquí y en Cafarnaúm. Y se equivocan nuevamente el expresidente Alvaro Uribe y el Procurador Alejandro Ordóñez, y la bancada del Centro Democrático, al salir como domingo siete a tratar de aguar la fiesta. La paz es una urgencia nacional manifiesta y avanzar hacia ella, por pequeño que sea el paso, es totalmente plausible. Quedarse cantaleteando sobre los grados de impunidad, la clase de delitos conexos o lo drástico de las penas a los guerrilleros va a dejar a los uribistas MFT, porque con todos sus defectos, los colombianos apoyan a Santos en un tema: la paz. Por eso el árbol de la oposición reactiva no los deja ver el bosque de los peligros que se ciernen realmente sobre Colombia. No es como repiten cual loros mojados los seguidistas de Uribe que la impunidad a las FARC va a generar un clima de tolerancia con el crimen o que va a estimular la delincuencia. No, para hacer la paz con la guerrilla hay que ceder. Y salvo aquellos que infrinjan la ley desde condiciones sicopáticas, la gente sabe que una negociación con la subversión por lumpenizada que haya terminado ésta, necesita revestirse de romanticismo, así sea prestado. Es decir que aunque ya no les quede nada de altruismo a una guerrilla que se mezcló hasta el tuétano con el crimen organizado, para que se logre que cese la violencia armada, habría incluso que dejarla bien presentada ante la ciudadanía con el fin de que pueda civilizarse decorosamente. Los guerrilleros reinsertados, indultados, amnistiados o perdonados llegarán, con la espuma de los acontecimientos de la negociación, a conquistar por mucho una bancada parlamentaria de 20 senadores en el 2018. Y regaladas o ganadas en franca lid esas curules en 4 años quedarán reducidas por ahí a 5, porque en ambiente de paz y en ejercicio libre de democracia las ideas y la capacidad de transformarlas en votos quedarán en su justo peso específico. Los temores uribistas o son infundados o son premeditadamente inflados. Ningún uribista por bruto que sea se puede creer el cuento de que por la vía parlamentaria las FARC, llámense Unión o Patriótica o Marcha Patriótica, van a ganarle la partida a la clase política tradicional. Y aquí la gran tarea democrática es asear la política desde la base, superar la compra de votos, edificar partidos serios, etc. De hecho este tema es  más importante que la propia paz con la FARC y el ELN. Los uribistas lo saben porque lo han vivido en carne propia. Las minorías parlamentarias de las extremas si mucho dan 20 curules. Y eso mezclándole esa votación saltibanquista que se desplaza al sol que más calienta, o sea que cuando lleguen las FARC al Congreso buena parte de la votación uribista, que se deja seducir por la propaganda efectista y emocional, se irá para donde los guerrilleros impunizados. En ese sentido si deben temer los del Centro Democrático porque esa votación calenturienta y manipulable, sensibilizada a punta de manejos mediáticos y vulnerable a la explotación de sus bajos instintos, se les volteará. Ese electorado lumpezco y miserabilista que apláude al tirano, venga de donde venga, y que come cuento a los promeseros espectacularistas cambiará fácilmente de camiseta. Si el temor uribista es que sus 20 curules se vayan para los nuevos encantadores de serpientes de las FARC, ahí sí se justifica. De resto, ese caballito de batalla de la derecha o de la extrema derecha, o de los oportunistas metidos en el uribismo, se desvanecerá automáticamente el día que se firme la paz, dentro de seis meses. Se les acabará el discurso por sustracción de materia. El peligro va por otro lado y ni los más agudos uribistas se lo han pillado. Es que dentro de un  mes se juega en Bogotá la suerte de Colombia y de su democracia. La amenaza no viene de los Timochencos reacomodados en las curules del parlamento. Viene del empoderamiento que lograría el alcalde Gustavo Petro si llegara a ganar Clara López la alcaldía. El apoyo de Petro a la candidata del Polo se hace fríamente calculado como catapulta de su candidatura presidencial en dos años. Si gana Clara la alcaldía el problema no es la supervivencia de los carteles de la contratación, que algunos temen, ni tampoco que ahora se perpetuarían los nuevos cartelitos de la familia política de Petro, si gana Clara López el 25 de octubre, pierde Colombia porque Petro queda a tiro de as para encaramarse en la presidencia. El peligro es el Hitler que hay en Petro. Ese dictadorzuelo populista que se viene gestando con pasos de animal grande. Peñalosa lo sabe y por es ahora más que nunca debe ganar la alcaldía. El triunfo del exalcalde recuperará a Bogotá pero sobre todo salvará a Colombia de la ruta venezolana. La verdadera amenaza no es el castrochavismo. Están pifiados los uribistas. El peligro es que se generan todas las condiciones para que se monte en el país el populismo que ha padecido Bogotá. El miedo que deben tener los demócratas es que el triunfo de Clara dispara a Petro. Y no se pueden equivocar otra vez los electores bogotanos, porque Nicolás Maduro es un pinche aprendiz al lado de Gustavo Petro. La petroburguesía que se instalaría en Colombia no sería por cuenta del petróleo sino de la llegada del caudillo que ha puesto a sufrir a los bogotanos con su espíritu mesiánico y sus ánimos revanchistas. Confieso que en un momento determinado me llegué a sentir seducido por la candidatura de Clara López cuando parecía que la comenzaban a rodear los socialdemócratas. Aunque el día que la “Casa López” de Juan Manuel y Alfonso, los hermanos de Felipe el dueño de Semana, decidieron apoyar a la candidata del Polo, su prima hermana, escribí que se equivocaban. Pero luego se sumaron a ese coro Alfónso Gómez Méndez, Jaime Bernal Cuellar, el exmagistrado Alfredo Beltrán, el economista Eduardo Sarmiento y otros tantos de estirpe liberal de izquierda, demócratas o pertenecientes a la socialbacanería y alcancé a vacilar. Asistí incluso al lanzamiento de los Liberales con Clara por invitación de un amigo lopista, Jaime Pulido. Parecía que la socialdemocracia desmamertizaría a Clara y eso generaba en mí entusiasmo. Pero el abrazo de Petro definitivamente me asustó. Y aunque no deja de ser preocupante el aterrizaje de los señoritos, como los llama Angelino Garzón, en la candidatura de Peñalosa, o que surjan esos típicos comportamientos de casta excluyente en los dirigentes de Cambio Radical que se subieron al bus del triunfo, eso al final sería un mal menor. Hoy en Colombia es un imperativo democrático que gane Peñalosa en Bogotá. Por eso el exalcalde debe cuidar con celo guardián lo que ha construido hasta hoy. Y debe dejarle muy claro a los ciudadanos que por más que Pacho Santos renuncie y que algunos uribistas se quieran subir al tren de la victoria, Enrique Peñalosa no es ni será el alter ego de Uribe, ni mucho menos el soporte de Germán Vargas Lleras. Hoy Peñalosa debe gritar a todo pulmón que no quiere nada con las extremas, ni de derecha ni de izquierda, y que su gobierno será técnico y no caerá en la trampa de ser el trampolín de ninguna candidatura presidencial. Y el desafío de salvar a Bogotá hoy nos toca a todos, incluso a los uribistas. Es claro que Pacho Santos se mantiene para arrastrar el voto de sus concejales y ediles, que se necesitan buenos y muchos, así como liberales y verdes, ¡¡por supuesto!! Pero los electores del Centro Democrático no pueden repetir la historia de Carlos Fernando Galán, David luna y Gina Parody. Defender la democracia hoy exige apostarle también al voto útil. Si priorizan el país no deben llegar al voto suicida: como se decía hace unos años "no bote su voto ".
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