La responsabilidad de tirarlo al basurero

Mié, 15/10/2014 - 19:09
“¿Se puede examinar un pedazo de basura en la calle, sin tocarlo, y evitar la responsabilidad de tirarlo al basurero?”, se pregunta Chuck Klosterman, escritor que funge de ‘Ethicist’ para el
“¿Se puede examinar un pedazo de basura en la calle, sin tocarlo, y evitar la responsabilidad de tirarlo al basurero?”, se pregunta Chuck Klosterman, escritor que funge de ‘Ethicist’ para el New York Time, al ser confrontado por uno de sus lectores al siguiente dilema: “Supongamos que voy caminando y me encuentro con un pedazo de basura en la calle. Si lo recojo y lo miro, y luego lo pongo de nuevo donde lo encontré, ¿estoy infringiendo la ley?” Klosterman, luego de diferenciar entre las dos opciones de la responsabilidad social, la pasiva y la activa, en la que no botar basura al piso entraría en la pasiva y recoger del piso la basura tirada por otro, entraría en la activa, va más allá y llega a la conclusión que si la observas, sin tocarla, deja de ser una posición pasiva y se implica socialmente, concluyendo que “si no quieres ese tipo de responsabilidad, no te involucres con la sociedad”. Esta mirada del compromiso social cuando se habita una ciudad americana es muy diferente a cuando se habita una Latinoamericana, por ejemplo, en donde hay barrios enteros en los que la basura tirada en la calle sobrepasa lo imaginable. Por estos lugares transitan muy rara vez unos y es un espectáculo diario para otros, pero la basura existe tanto para los que la ven como para los que no la ven. Plantear esta cuestión ética poniendo de ejemplo la basura es pertinente. Podemos fácilmente asociarla a factores de descomposición social que están presentes en nuestros pobres y golpeados países y, por esto, tendríamos que ir mucho más allá de lo que fue Klosterman y preguntarnos si, sin siquiera ver ‘la basura’, podemos evitar la responsabilidad que conlleva su existencia. Un refugio desde el que se evita la responsabilidad social individual o colectiva es el de tomar distancia y no ver ‘la basura’. Siguiendo el razonamiento de Klosterman, si nos implicamos socialmente no es necesario ni siquiera ver ‘la basura’ sino que es suficiente con saber de su existencia para no poder eludir nuestro compromiso, nuestra responsabilidad de hacernos cargo de ella. Hay distintos trucos para evadir nuestras responsabilidades, sin llegar al extremo de taparnos los ojos e ir a tientas, y uno de ellos es mirar para otro lado, el cielo azul, los árboles, una chica que pasa, un accidente de tránsito, olvidando rápidamente la fea escena de la basura. En este truco los medios juegan un papel fundamental, cuando no pueden ocultar los hechos más graves suelen desviar la mirada del espectador con una buena dosis de farándula y entretenimiento, resaltando los problemas de los otros o los que generan temores colectivos con los que no tenemos casi ninguna capacidad de acción. Otro, frecuentemente aplicado, es delegar la responsabilidad en otros -“eso no nos corresponde, para eso hay basureros encargados”- con el pretexto de que para eso pagamos impuestos. Así hacemos desaparecer ‘la basura’, es decir el problema, de nuestro horizonte de responsabilidad por arte de prestidigitación. Lavarse las manos con expresiones de solidaridad como los pequeños donativos o las manifestaciones de indignación privadas o públicas, es un truquito bastante eficaz que nos diferencia de otros ciudadanos inconscientes y poco filántropos. Pero el truco por excelencia es hacer desaparecer ‘la basura’. Como por arte de magia el problema deja de existir. Cualquier cosa se vale para eludir responsabilidades y lo peor del asunto es que entre más grave es el problema nos vemos más inclinados a acudir a estos trucos de magia. Viendo la miniserie dedicada a Harry Houdini, me quedó grabada la escena en la que el mago le explica a Arthur Conan Doyle, que es tan sólo un truco y el escritor insiste en que es algo sobrenatural lo que presenció en el espectáculo. Por más que el mago le diga a su audiencia que es un truco, los espectadores insisten en que es magia, como nos está ocurriendo ahora: como por arte de magia quisiéramos alcanzar la anhelada paz, de la que sabemos tan poco y que se ha convertido en un fantasma al que podemos llegar por intermedio de ilusionistas. Nuestro gran prestidigitador, Juan Manuel Santos, acaba de sacar del sombrero el borrador de los acuerdos con los terroristas a los que supuestamente hemos llegado, el borrador con el que están borrando nuestra constitucionalidad y nuestras instituciones para imponernos otras. ¿Cuántos de nosotros nos hemos tomado el trabajito, por cierto bastante engorroso, de leerlo? Alguien que si se tomó el trabajo de leer el famoso borrador fue Fernando Londoño y luego de mostrarnos el panorama desolador que nos proponen desde La Habana, concluye:Bienvenidos, hermanos, al mundo fascinante que Juanpa les ofrece. Para huir de uno parecido, los cubanos se tiran al mar y los de Europa se hacían matar en la frontera de una Berlín y de la otra.” Compartí por Facebook las reflexiones de Fernando Londoño y alguien comentó: “Si, quedan muchas dudas y preguntas. Por eso es mejor leer el documento original, sin comentarios ni interpretaciones tendenciosas.” Para evitar comentarios e interpretaciones ‘tendenciosas’ y asumir nuestra verdadera responsabilidad en este momento tan crítico, por favor leamos el borrador antes de que nos lo impongan.
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