Esta semana que pasó rompieron cobijas dos parejas de muchos años: Petro con Navarro y Juan Camilo con Juan Manuel. Después de años de compartir luchas, ideologías y reveses políticos se abrieron y, como todo divorcio, seguramente dejó en ellos heridas profundas. Lo extraño es que esas relaciones que habían sobrevivido a tantas pruebas, no sobrevivieran al poder y fuera esa condición efímera la que diera al traste con algo más fuerte y profundo como es la amistad.
Desde orillas ideológicas distintas Juan Camilo Restrepo y Gustavo Petro están ocupando tal vez los dos cargos de mayor trascendencia para la vida actual de Colombia. Uno, un conservador, con mentalidad moderna y progresista tiene en sus espaldas la tarea de la restitución de tierras, de la recuperación del agro, de la pacificación del campo con medidas de progreso y desarrollo y el otro, un ex-M19, en la alcaldía de Bogotá, en un postcolapso de la moralidad administrativa, enfrenta la nada fácil tarea de manejar una ciudad que es el alma de Colombia.
Desde esas dos orillas ideológicas cada uno llamó a su amigo, lo convidó a trabajar con él y empezaron dos matrimonios que se creía iban a ser exitosos pues además de amistad, estaban integrados por personas capaces, preparadas y competentes; pero no, se acabaron, no soportaron la cotidianidad. No es fácil saber cuál lado flaqueo primero, si el del amigo con poder o el del amigo acompañante y subordinado, pero la verdad es que no resistieron la convivencia y salió damnificada la amistad, pero sobre todo se perjudicaron las responsabilidades que enfrenta cada uno.
¡Es una lástima! Estaba convencida que eran duplas poderosas, una especie de Batman y Robin, justicieros que trabajarían codo a codo. Petro tenía un afil grande a su lado, un hombre que ha demostrado ser excelente en la administración pública, una persona ecuánime, inteligente y con la suficiente humildad y generosidad para colocarse detrás y servirle de apoyo y de consejero. Se fue Antonio Navarro y perdió Petro, perdió Bogotá, perdió la izquierda democrática y perdimos todos. En mala hora se fue.
En la otra pelea, la de Juan Camilo y Juan Manuel, también hay más perdedores que ganadores. No es bueno lo que se han dicho, especialmente en momentos en que los ejércitos de oposición a la restitución hacen su aparición y la derecha más severa se atraviesa como burro muerto en la locomotora del agro. Estos dos hombres representaban la cara moderna de la derecha, de una derecha democrática, como esa izquierda que representa la otra disuelta pareja.
Habrá explicaciones para estas rupturas, habrá seguramente muchas opciones para reemplazar a los que se fueron, sin embargo la pelea ya se dio y en ella se dejaron heridas que no cerrarán tan fácilmente.
El poder, es una droga que envenena, que hace daño si no se maneja con prudencia, que nos puede hacer caer en el halago fácil y la prepotencia, que nos da una falsa sensación de superioridad y nos daña los oídos; ese poder que todo lo contamina puede estar detrás de la disolución de estos dos matrimonios.
Ojalá los remplazos estén a la altura de los que se fueron y no que se llenen los cargos pero sigan los vacíos porque en la cima no es bueno estar solo. No es bueno que Petro se quede solo, enfrentando tantos enemigos externos, debilitado por dentro. Le va ser difícil encontrar otro como Navarro porque precisamente lo que más escasea en el poder son los buenos y verdaderos amigos, se lo digo con todo el cariño y admiración que siento por los dos.
