Los enemigos camuflados de la paz

Mié, 15/07/2015 - 14:18
Desde el mismo día en que comenzó el proceso de paz emprendido por el presidente Juan Manuel Santos se habla paralelamente de los enemigos de la paz. Ya desde épocas de Otto Morales cuando comision
Desde el mismo día en que comenzó el proceso de paz emprendido por el presidente Juan Manuel Santos se habla paralelamente de los enemigos de la paz. Ya desde épocas de Otto Morales cuando comisionado de paz se hablaba de los enemigos agazapados de la paz. Un calificativo que ha pretendido en momentos polarizar la sociedad y que incluso sirvió para lograr remontar el resultado que se veía adverso para la reelección del propio Santos. Como en el pasado, cuando se enarbolaba el trapo rojo para derrotar "chulavitas" con la enardecida arenga "cachiporra", en esta ocasión la paz sirvió de trapo para dividir la sociedad entre “amigos de la paz” y “enemigos de la paz”. Sin mucha elaboración y con algo de irresponsabilidad se manipuló a la opinión pública para que votara la reelección, so pena de que el uribismo incendiaría al otro día el territorio nacional y encendería desalmadamente a plomo a la guerrilla tan pronto se posesionara su candidato. Una discrepancia en la manera de observar a los guerrilleros, ya que para unos son simples bandidos y para otros son hombres de buena voluntad equivocados en sus métodos, la volvieron un sello antagónico que de parte y parte hizo que se entrara en el desastroso camino de la estigmatización. Y tanto los unos como los otros con sus prácticas descalificadoras se convierten automáticamente en reales enemigos de la paz, en tanto que lo contrario a la paz no es solo la guerra, sino sus causales, como la intolerancia, la negación del otro, la satanización del opositor, la calumnia y la tergiversación de los hechos para favorecer sus hipóteisis. Todas estas actitudes son en realidad las enemigas de la paz, ya que lo afín a la paz es la reconciliación, la comprensión de las ideas contrarias y el respeto a la diferencia, cosas que brillan por su ausencia en esta confrontación verbalizada. Se ha llegado incluso en algunas mentes calenturientas a insinuar que hay personas interesadas en el negocio de la guerra. Desde una profunda ignorancia sobre el mercado de la venta de armas o del tráfico de municiones especulan sobre que la guerra en sí misma es un negocio para algunos colombianos. Sin siquiera hacer un mínimo ejercicio para saber quién gana con la venta de un fusil utilizan sus bombas macartistas ignorando que los mercaderes de esta industria están en otras latitudes y que como negocio clandestino no existen representaciones locales o franquicias de ese mercado negro en el país. Claro que algunos delincuentes dejarían de hacer su agosto, pero creer que detrás de ciertas posturas ideológicas, por derechistas que sean, hay un interés mercachifle armamentista es de verdad buscar el ahogado aguas arriba. Ese estigma ha servido para descalificar opiniones que no estén a pie juntillas de acuerdo con la forma como se abordó el tema en La Habana, o la manera en que se iniciaron los diálogos, o el tratamiento de fuerza beligerante que se le reconocía implícitamente a las FARC, y por el cual dejaría de verse como grupo terrorista para comenzar a mirarse como organización altruista. Y en ese escenario de estigmatización se ha encontrado un terreno abonado para el oportunismo en el que muchos políticos preocupados más por la mermelada que por el futuro en paz de Colombia, y quienes en sus carreras al poder han demostrado que el tema de la paz les importa un pepino, han terminado como adalides de la paz echando fuegos contra los supuestos enemigos de la paz y azuzando los ánimos cual espadachines pacificadores sin importar qué cabezas puedan rodar o qué leyes se aprueben sin tener en cuenta su sostenibilidad o su pertinencia. En ese terreno patinan unos y otros y el sectarismo y la estigamtización se han encarnado en ambos bandos dejando de la lado que la paz, cualquiera que sea su visión, requiere el ánimo exactamente contrario al camorrero. Y tan camorrero ha sido el uribismo como los antiuribistas. La beligerancia de los que descalifican el proceso con el cuento de que Colombia se le está entregando al Castro-chavismo es tan peligrosa como la de quienes ven en Alvaro Uribe la representación del mismísimo Hitler. Esas descalificaciones y estigmatizaciones son crudamente las enemigas soterradas de la paz y están seriamente incrustadas en ambos sectores. Desafortunadamente los egos y las aspiraciones personales aún comandan sobre el sentimiento de perdón y enmienda que debiera invadir a quienes sueñan con la paz. Ese ánimo sectario y excluyente  no contribuye para nada a construir un lenguaje de paz sostenible y será inevitablemente un palo en la rueda permanente durante el posconflicto. Los enemigos de la paz no son aquellos que se han opuesto al proceso iniciado por el presidente Juan Manuel Santos. Los enemigos de la paz no son los de la extrema derecha que no cree en las FARC y por eso se oponen a una negociación que parte precisamente de creer en la voluntad de paz de las FARC. Los verdaderos enemigos de la paz son aquellos que con un lenguaje de paz destruyen proyectos reconciliadores como el de Angelino Garzón a la alcaldía de Cali, que gracias a ciertos columnistas perdonavidas, que además no tienen problema incluso en calumniar, ahora el exministro izquierdista pertenece a los “corruptos”, porque ellos no están de acuerdo con sus alianzas. Angelino ha sido un conciliador y tiene todo el talante para ser un eje de confianza en el posconflicto y para la reconciliación. Descalificarlo y difamarlo porque se alía con un político para muchos oportunista y una política cuestionada mediáticamente no es una postura pacífica. Esa es una conducta belicosa y a todas luces enemiga de la construcción de paz. Enemiga de la reconstrucción nacional. Esas columnas que descalifican a Angelino, aún viniendo de personas supuestamente amigas de la paz, son en la práctica torpedos a la paz y piedras en el camino de las diferentes vías que ha de tomar la reconciliación. Este país está todavía muy crudo en materia de paz. Los líderes colombianos están lejos de comprender la necesidad de construir una cultura de paz. Por eso lo que se habla en La Habana, por más que se esfuercen los negociadores del gobierno, es fiel reflejo de lo que sucede en la sociedad y en su dirigencia. Y aquí lo único que se sienten son petardos contra la gente que piensa disitinto. Lo que se destaca es el ánimo belicoso de algunos uribistas y de muchos antiuribistas. Sobresalen los egos y los intereses mezquinos, no importa si el futuro de una ciudad está en juego. Lo mismo pasa en Bogotá con los supuestos izquierdistas enemigos de la candidatura de Enrique Peñalosa. Destilan odio y exacerban ánimos mientras hablan de paz y de equidad; y calumnian mientras hablan de respeto a la diferencia, porque parece que para ellos la única diferencia a respetar es la opción sexual pero no creen que deben respetar ni por asomo la opción política.
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